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CORONACRISIS II JOHN HOLLOWAY – CURSO LA TORMENTA (2020)

La Tormenta II 2020 Narrativa 8

El coronavirus surge entonces en una situación de mucha fragilidad, una situación donde la fuerza del capital estaba basada en una ficción. De repente se rompen todas las certidumbres, todas las rutinas. Se abre un mundo de oportunidades y se empieza a hablar sobre cómo va a ser el mundo después de la emergencia. Existen diferentes perspectivas.

1 – La perspectiva catastrófica 

Primero, existe la probabilidad de una crisis-y-reestructuración a una escala mayor. Sin intervención estatal, ese sería el resultado seguro: la destrucción masiva de empresas pequeñas o ineficientes y de empresas grandes asociadas con formas de acumulación más tradicionales, acompañada por un auge enorme de desempleo, una caída fuerte de salarios y la muerte posiblemente de millones de personas, sobre todo pobres en las partes más pobres del mundo. El resultado sería semejante al efecto de una guerra. Podría ser una reestructuración muy efectiva del capital, eliminando capitales y trabajadores ineficientes, imponiendo una disciplina social de otra calidad, eliminando el carácter ficticio de la acumulación y estableciendo así una nueva base para la producción de plusvalía y la restauración de las ganancias. En este contexto las medidas de seguridad actuales adquieren otro significado. El fortalecimiento del Estado de excepción sería necesario para contener el descontento social.

En muchos países el Estado ha intervenido de forma muy activa, con gastos sin precedentes, para mitigar este colapso económico y social. ¿Por qué quieren evitar el colapso y la reestructuración del capital? ¿Es porque quieren asegurar el bienestar de sus pueblos? ¿Por las presiones sociales que se transmiten a través del sistema democrático y por otras vías institucionales? ¿Por miedo? ¿Qué es lo que temen? ¿El fin de la civilización como ellos la conocen? ¿Disturbios incontrolables? ¿Revolución?

Es probable que las intervenciones estatales no tengan la capacidad de evitar la crisis masiva del capital. A pesar de las cantidades sin precedente de dinero que están gastando los Estados para paliar el efecto de la crisis, la economía global está en un colapso que no se ha visto desde los años treinta, con pérdidas enormes en el mercado bursátil y financiero, el colapso, presente o inminente, de muchas empresas pequeñas y grandes, un auge enorme del desempleo en todo el mundo, la intensificación de la pobreza. A pesar (y por) las intervenciones estatales, se está llevando a cabo una reestructuración masiva del capital. Puede ser que se esté creando la base para una nueva fase de acumulación capitalista mucho más agresiva.

Hay dos elementos en esta crisis. El más obvio e inmediato es que el cese de la actividad asociada con las medidas de distanciamiento social resulta en una caída abrupta de producción, empleo y consumo. Detrás de esto está el segundo elemento, lo que hemos enfatizado en toda la discusión de la tormenta, es decir el carácter ficticio de la acumulación anterior, el hecho de que muchas empresas están fuertemente endeudadas. Con la interrupción de sus actividades llegan muy rápidamente a una situación donde no pueden pagar deudas, renta, sueldos, impuestos. Sin apoyo estatal (y para muchas empresas con apoyo estatal) van a quebrar.

En este contexto, las discusiones acerca de China son importantes. Es decir, China no tanto como lugar, sino como modelo de acumulación y de organización social: un sistema capitalista con un grado de concentración muy alta de capital, un papel mucho más grande para el Estado, una disciplina social intensa dentro y fuera de la fábrica, una vigilancia tecnológica más amplia y total.

Se anuncia entonces el largo periodo de colapso descrito por Raúl Zibechi: “No estamos ante una crisis más sino ante el comienzo de un proceso largo (Wallerstein) de caos sistémico, atravesado de guerras y pandemias, que durará varias décadas hasta que se estabilice un nuevo orden. Este periodo que, insisto, no es una coyuntura ni una crisis tradicional sino algo completamente diferente, puede ser definido como colapso, siempre que no entendamos por ello un evento puntual sino un periodo más o menos prolongado.” (La Jornada 27 marzo 2020)

2 – ¿Un nuevo contrato social?

La segunda perspectiva es distinta. Esta perspectiva no cuestiona el capitalismo, pero sí anuncia el fin del neoliberalismo. Aspira a un capitalismo con una cara más humana. Se formula muy bien en una editorial del Financial Times del 3 de abril: “Será necesario poner sobre la mesa reformas radicales, que inviertan la dirección política predominante de las últimas cuatro décadas. Los gobiernos tendrán que aceptar un papel más activo en la economía. Deben ver los servicios públicos como inversiones en lugar de pasivos, y buscar formas de hacer que los mercados laborales sean menos inseguros. La redistribución volverá a estar en la agenda; los privilegios de los poderosos y ricos, en cuestión. Las políticas hasta hace poco consideradas excéntricas, como los impuestos básicos sobre la renta y la riqueza, tendrán que estar en el orden día.”

En el centro de esta perspectiva está la idea de que se necesita un nuevo contrato social: “La democracia liberal (…) sobrevivirá a este segundo gran choque económico solo si los ajustes se hacen dentro del contexto de un nuevo contrato social que reconoce el bienestar de la mayoría sobre los intereses de los privilegiados.” (Philip Stephens, Financial Times 9 abril 2020).

Desde esta perspectiva, el capital puede aprender de los errores cometidos después de la crisis financiera de 2008. Después de esa crisis las políticas adoptadas nacionalizaron las deudas bancarias y obligaron a los más pobres a asumir los costos a través de las políticas de austeridad. El resultado fue el descontento social expresado en los movimientos de 2011 (Indignados, Occupy, Primavera árabe) pero expresado también en el auge del “populismo”, del nacionalismo autoritario asociado con figuras como Trump, Orban, Bolsonaro, Johnson. Este argumento liberal-reformista busca la reproducción del capital, pero sí tiene consecuencias importantes comparado con la perspectiva de la que habla Zibechi.

Un elemento importante de este nuevo contrato social mencionado por algunos autores sería un cambio radical en las políticas ambientales, un esfuerzo mayor de parte de los Estados para respetar la biodiversidad y tomar medidas para reducir el calentamiento climático (ver, por ejemplo, el texto de Johannes Vogel, Financial Times, 9 abril 2020).

Hay que preguntarse si esta perspectiva es realista. Supone una reestructuración exitosa del capital, la recuperación rápida de una tasa de acumulación “normal”.  Eso fue la clave del éxito del Estado de Bienestar en el periodo después de la Segunda Guerra Mundial. La guerra fue una reestructuración radical del capital que creó la base de un periodo largo de acumulación rápida. No está claro que la restructuración actual pueda crear la base adecuada para un contrato social del tipo sugerido por el Financial Times. Esto a veces se discute en términos de la forma que va a tomar la crisis económica: un V indica una recuperación rápida después de la caída acelerada que estamos viendo ahora. El texto del 13 de abril en el blog de Michael Roberts lo discute en estos términos: “Quizás la profundidad y el alcance de esta depresión pandémica crearán condiciones en las que los valores de capital se devalúen tanto por quiebras, cierres y despidos que las compañías capitalistas débiles serán liquidadas y las compañías tecnológicamente avanzadas más exitosas tomarán el control en un entorno de mayor rentabilidad. Este sería el ciclo clásico de auge, depresión y auge que sugiere la teoría marxista.”

El ex jefe del FMI y aspirante presidencial francés, el infame Dominique Strauss-Kahn, insinúa que: “la crisis económica, al destruir el capital, puede proporcionar una salida. Las oportunidades de inversión creadas por el colapso de parte del aparato de producción, como el efecto sobre los precios de las medidas de apoyo, pueden revivir el proceso de destrucción creativa descrito por Schumpeter. A pesar del tamaño de esta depresión pandémica, no estoy seguro de que se produzca una destrucción suficiente de capital, especialmente dado que gran parte del financiamiento de rescate mantendrá en funcionamiento a las empresas, no a los hogares. Por esa razón, espero que el final de los lockdown no vea una recuperación en forma de V o incluso un retorno a lo ‘normal’ (de los últimos diez años).”

Si Roberts tiene razón (y me parece que sí), entonces estamos ante una situación semejante a 2008: una crisis-restructuración feroz combinada con un rescate estatal enorme, simplemente porque el sistema político no puede contemplar la destrucción y el caos potencial que ocasionaría una destrucción total del capital ficticio. Nada más que ahora todo está en otra escala: la intervención de los Estados es mucho más grande que en 2008 y la destrucción económica y social también. El peligro de un colapso financiero mundial, hasta ahora evitado, sigue como posibilidad. La tormenta está mucho más fuerte que lo que imaginábamos y no se ve el fin. En los próximos meses vamos a ver probablemente una reestructuración fuertísima combinada con una prolongación de la crisis, una extensión del carácter ficticio de la acumulación.

En el curso hemos sugerido que el llamado neoliberalismo no ha sido una opción ideológica tanto como un reflejo del tamaño del capital ficticio. Si eso sigue, y lo más seguro es que sí, dado el tamaño enorme de deudas públicas y privadas que van a resultar, entonces la competencia intensa entre capitales y sus Estados patrocinadores va a continuar y probablemente no va a haber mucho espacio para el contrato social sugerido por el Financial Times.

Al mismo tiempo me parece muy importante esta perspectiva, no solamente por sus efectos políticos posibles sino, sobre todo, por el hecho de que refleja un reconocimiento muy extendido del fracaso enorme de la mercantilización, el fracaso de la reproducción mercantil de la sociedad. Ahí está su importancia para nosotra/os.

3 – Excurso

El argumento entre la perspectiva más agresiva y la más reformista gira alrededor de varios temas. No entiendo bien todas las implicaciones, pero aquí van unas reflexiones.

A – La primera es la naturaleza de las intervenciones financieras estatales. En casi todos los casos el apoyo estatal es una intervención en los mercados financieros. La primera respuesta fue la respuesta de la Fed y otros bancos centrales de reducir las tasas de interés a cero o menos, con la intención de estimular así la inversión privada. En general estas medidas no dieron los resultados esperados, dado que las tasas de interés ya estaban muy bajas y la situación de incertidumbre no favorecía la inversión.

En esta situación, los Estados intervinieron directamente, con promesas de gastar una cantidad de dinero considerada imposible hace un par de meses. En muchos casos vienen de gobiernos de la derecha, comprometidos tradicionalmente con una política fiscal estricta, es decir de no gastar más que los ingresos del Estado (más notablemente en el caso de Alemania). En Europa, lo que fue considerado imposible para apoyar a las economías de Grecia, Irlanda, España, Portugal e Italia hace diez años, se está gastando para paliar los efectos de la crisis. Justo en el momento en que Sanders y Corbyn han perdido sus ambiciones políticas, se están haciendo intervenciones estatales que exceden por mucho lo que ellos prometían.

Una gran parte de la ayuda prometida por los Estados viene en la forma de una garantía para los bancos: si ellos prestan dinero a empresas en dificultades, el Estado va a pagar la deuda de las empresas en el caso de que ellas no puedan hacerlo. Se busca una solución a través de estimular aún más el endeudamiento de las empresas no bancarias, justo en el momento en que ellas ya tienen deudas muy grandes.

Ha habido mucha discusión sobre si estas garantías deberían darse a empresas grandes o también empresas pequeñas. El gobierno de Estados Unidos acaba de anunciar (el 9 abril) que va a gastar 2,3 billones de dólares en ofrecer garantías de crédito para empresas pequeñas. En México, AMLO dice que los créditos se van a concentrar en las empresas pequeñas y medianas y no en las grandes.

Todavía no se está discutiendo mucho, pero todo eso implica una expansión enorme del carácter ficticio del capital, de la anticipación de una plusvalía no producida todavía. Va a ser una combinación de deuda privada (las empresas van a estar más endeudadas que nunca) y de deuda pública, mucho más grande que la existente. Inevitablemente va a surgir la cuestión de quién paga, si se paga a través de la prolongación de las políticas de austeridad de los últimos años, o si se aumentan los impuestos, sobre todo de los ricos, o si se reduce el significado real de la deuda a través de la inflación. Estas discusiones van a ser parte importante del ambiente del llamado “contrato social” que quieren los liberal-reformistas.

B – En algunos países están ofreciendo pagos directos (no préstamos). En el caso de Estados Unidos, si las empresas no reducen el número de empleados, los créditos no se tienen que pagar. También en los Estados Unidos se está haciendo un pago directo de 1.200 dólares a todos los contribuyentes (¿lo que excluye a migrantes y los pobres?). Esta cantidad se tiene que comparar con una renta mensual promedio en Nueva York de 3.000 dólares, según escribe Rana Faroohar en el Financial Times, el 29 marzo 2020. En Gran Bretaña, el gobierno va a pagar el 80% de su sueldo a trabajadores en paro sin goce de sueldo (pero no a los que ya perdieron su empleo). En México se van a expandir los programas de apoyo para los pobres.

Más radical es la propuesta de un ingreso básico universal. Es una idea que ha sido asociada con la izquierda radical, pero que ahora parece haber ganado el apoyo (o al menos la consideración) del Financial Times, e incluso de algunos republicanos en Estados Unidos. La idea es que el Estado debería garantizar un ingreso básico para todos los habitantes de su territorio. El significado de eso dependería mucho del nivel del pago y sus condiciones. Como dice Paul Mason: “Con los pagos del ingreso [básico] universal, señaló el político conservador británico Iain Duncan Smith, el problema es que podrían ‘disuadir a las personas de ir a trabajar’.”

C – Inversión e intervención en el sector de la salud. En muchos países se ha incrementado el gasto en los servicios de salud. La perspectiva reformista considera que en el futuro se va a incrementar este gasto de manera considerable. En algunos casos, como en Irlanda, se han nacionalizado todos los hospitales (¿de manera permanente?), en otros países se han introducido diferentes formas de control estatal de los hospitales privados.

D – Coordinación internacional. Un elemento importante en la propuesta liberal-reformista de un nuevo contrato social es que debe incluir una coordinación internacional mucho más fuerte para el control del coronavirus y las pandemias futuras y para evitar desastres ambientales. La posición de muchos Estados va en el sentido contrario: Estados Unidos está hablando de dejar de contribuir a la Organización Mundial de Salud (incluso acusándola de trabajar para China) y tratando de conseguir por todos los medios posibles el control del equipo sanitario necesario para combatir el virus (ver: Luis Hernández Navarro en La Jornada, 7 de abril).

E – El regreso al trabajo. El tema del regreso al trabajo va a ser importante en estas semanas. ¿Hasta qué punto se da más importancia a la producción del capital o a la salud de la gente? ¿O es cuestión de mantener el orden social? ¿Hasta qué punto es cuestión de regresar a la normalidad de siempre o de iniciar cambios significativos en las políticas de salud, medio ambiente y otras?

F – ¿Dónde está el gobierno de AMLO en este contexto? Llama la atención que (1) rechaza cualquier flexibilización de la austeridad fiscal; (2) sus promesas de apoyo están dirigidas a las empresas pequeñas y medianas; (3) promete incrementar los apoyos a los más pobres a través de los programas sociales existentes, pero la idea de un ingreso básico universal no aparece en el horizonte; (4) promete seguir fortaleciendo los servicios de salud y de controlar los hospitales privados en algunos casos, ya ha firmado un convenio con los hospitales privados que permite su uso público para cualquier paciente.

Llama mucho la atención la editorial del Financial Times de hoy (14 abril) sobre la respuesta del gobierno de AMLO:  “Donde el señor López Obrador es único en su clase es en negar la necesidad de un gran estímulo fiscal y monetario para rescatar de la recesión a la economía. Sin embargo, el consenso del mercado es que México estará entre los países más afectados por la pandemia debido a su dependencia de la manufactura, el turismo, las remesas y el petróleo de los Estados Unidos. Mientas Estados Unidos y Brasil han anunciado grandes paquetes de estímulo anticíclicos, el líder de México ha descartado préstamos adicionales, exenciones de impuestos o rescates. En cambio, la receta de López Obrador para la economía en crisis de su país es más austeridad, incluida una segunda ronda de recortes salariales para los funcionarios del gobierno. Ha duplicado en sus costosos proyectos preferidos, incluido el aumento de la producción de crudo y la construcción de una refinería de petróleo de ocho mil millones de pesos, justo cuando la demanda se está evaporando. Se ha relajado sobre la grave escasez de camas de hospital en el país y una tasa de pruebas de coronavirus que se encuentra entre las más bajas de cualquier nación importante.”

Vamos a ver si tienen razón, pero lo que sí está claro es que el gobierno mexicano no está aprovechando la oportunidad para introducir medidas más “progresistas” que están siendo introducidas de emergencia, incluso por gobiernos de la derecha.

4 – Perspectivas para un cambio radical

¿El coronavirus es el fin del capitalismo? Una pregunta absurda, pero el desafío de la situación actual es abrir la mente a preguntas consideradas absurdas hace dos meses. El mundo del coronavirus es un mundo de oportunidades y de impredecibilidades. ¿Existen maneras de aprovechar la situación como oportunidad para nosotra/os? ¿Podemos realmente jalar el freno del tren de la muerte?

Es el momento de “Hic Rhodus, hic salta”, como Raoul Vaneigem dice en su última comunicación (10 abril). Después de tanto platicar de capitalismo y revolución, ahora es el momento de dar sustento a la jactancia.

Se me ocurren varios puntos:

Primero la experiencia misma. Es una ruptura. El título de un artículo de Rebecca Solnit dice “The imposible has already happened”. Dice: “Las cosas que se suponía que eran imparables se detuvieron, y las cosas que se suponía que eran imposibles –extender los derechos y beneficios de los trabajadores, liberar a los prisioneros, mover unos trillones de dólares en los Estados Unidos– ya han sucedido”. La experiencia es muy contradictoria. Para muchos significa el desempleo, la enfermedad, la pobreza, un aumento de la violencia doméstica, el alcoholismo, la pérdida de cualquier seguridad. Pero para otros, al contrario, es una ruptura de las rutinas de trabajo, de la disciplina, del estrés.

También significa una ruptura importante en la contaminación de las ciudades, una reducción en la velocidad del calentamiento global. Hay mucho menos tráfico, el aire está mucho más limpio. Después de años y años de negociaciones entre los Estados para reducir la velocidad del calentamiento global y años de fracasos en alcanzar las metas establecidas, de repente se logró en un par de semanas. Se logró, por ejemplo, una reducción dramática en el uso de petróleo y otros combustibles fósiles. Muchos han hablado en los últimos años de la necesidad y de las ventajas de un decrecimiento (degrowth) (por ejemplo, en el seminario con Ulrich Brand hace un par de años): no se ha logrado como ella/os lo planteaban, pero sí se ha detenido la máquina frenética de producción/destrucción capitalista.

Sea experimentado como bueno o como malo, se trata de un rompimiento de la normalidad, de la reproducción, impensado de las relaciones sociales. Como dice el “virus” en el Monólogo del Virus: “Son libres de no creerme, pero he venido a parar la máquina cuyo freno de emergencia no encontraban. He venido a detener la actividad de la que eran rehenes. He venido a poner de manifiesto la aberración de la «normalidad».” Esto me parece fundamental como punto de partida. Para mal o para bien: la normalidad se ha roto. Ya no existe un “por supuesto”.

Segundo, y conectado con el primer punto, la crisis ha tenido un impacto enorme en desenmascarar la normalidad. Como dice el virus, está poniendo “de manifiesto la aberración de la «normalidad»”. En muchos sentidos. Pone de manifiesto la insuficiencia de los servicios de salud, aun (y en algunos casos especialmente) en los países más ricos. Pone de manifiesto también las consecuencias terribles de la destrucción de la biodiversidad y la mercantilización de la naturaleza. Desenmascara la desigualdad atroz entre ricos y pobres, y las consecuencias que esta tiene en términos de las muertes de los pobres, pero también para la seguridad de los ricos. La enfermedad de los pobres es una amenaza para la salud de los ricos (que fue el origen del “Estado de bienestar” en el siglo XIX). Revela en la práctica la posibilidad de reducir el calentamiento global y la contaminación de manera abrupta. También revela el estrés y el carácter enajenante del trabajo, y la posibilidad de vivir sin trabajar tanto.

Este desenmascaramiento pierde fuerza si se conecta simplemente con el neoliberalismo. Se sugiere, entonces, que lo único que necesitamos es un regreso al capitalismo más humano, la que es finalmente la posición del Financial Times. Al mismo tiempo, este desenmascaramiento me parece muy importante, como algo que hay que expandir al máximo. El capitalismo se ha revelado a sí mismo como forma de organización social que nos pone a todas y todos en peligro. No solamente el capitalismo sino, de manera tal vez más accesible, la mercantilización. Por eso me parece importante no descalificar simplemente las propuestas liberal-reformistas como intentos de restablecer o rescatar el capitalismo (aunque sí lo son) sino también verlas como expresiones de un fracaso ampliamente percibido de la mercantilización. Se ha abierto una brecha en la apariencia del capitalismo, si no como sistema racional, al menos como lo más racional que tengamos. En estas circunstancias las palabras de Vaneigem (10 abril) no son para nada extremas: “Las cosas que se suponía que eran imparables se detuvieron, y las cosas que se suponía que eran imposibles –extender los derechos y beneficios de los trabajadores, liberar a los prisioneros, mover unos trillones de dólares en los Estados Unidos– ya han sucedido.”

Tercero. El desafío del momento es emancipar la riqueza de la forma mercantil. El desafío es decir ¡Ya basta! a la mercantilización, luchar por la desmercantilización de la vida antes de que sea demasiado tarde.

Estamos viviendo el fracaso de la reproducción mercantil de la sociedad. La reproducción social actualmente se realiza sobre todo a través del intercambio mercantil, lo que incluye de manera crucial el intercambio de la fuerza de trabajo como mercancía. Con la crisis actual, está más claro que nunca que la mercantilización de la reproducción va a dar lugar a mucha miseria y muchas muertes: por falta de acceso a los servicios de salud mercantilizados, pero también por falta de compradores de la mercancía fuerza de trabajo y otras mercancías. El Estado está interviniendo para tratar de mitigar el fracaso de la reproducción social, pero las formas de intervención son casi exclusivamente formas diseñadas para asegurar la continuación de las formas mercantiles: es decir el crédito y el salario. Los que no son sujetos de crédito o asalariados van a sufrir las consecuencias más graves de la crisis.

Es un momento de debilidad de la mercantilización, que se refleja por ejemplo en la editorial del Financial Times. Hay que construir sobre esta debilidad para buscar una salida que no sea la salida estatal, que no es ninguna salida sino una recuperación.

Tal vez hay que pensar a partir de los casos más obvios. La salud, por ejemplo. Es obvio que los servicios de salud son inadecuados en todos los países para enfrentar la pandemia y que, en casi todos los países, esos servicios se han deteriorado en los últimos veinte años (caída del número de camas en los hospitales por mil de población, por ejemplo). Esto se ve como fracaso del mercado, es decir de la mercantilización creciente de los servicios de salud, pero también de la relación entre Estado y mercado. La presión del capital ha debilitado mucho la calidad de la provisión estatal en todos los países. No puede ser, entonces, simplemente cuestión de incrementar el papel del Estado, porque es evidente que el Estado está subordinado al capital y a su necesidad de rentabilizarse. La única solución tiene que ser la desmercantilización de la salud, pero de una manera que no pase por el Estado. ¿Qué significaría eso? El tratamiento gratuito para todas y todos, por supuesto; medicamientos gratuitos para todas y todos; investigación médica separada de cualquier consideración de ganancia; una apertura a muchas diferentes interpretaciones de lo que es el cuidado de la salud, y mucho, mucho, más. Obviamente, estaríamos hablando de otro tipo de sociedad, una sociedad que no estuviera basada en la mercantilización de la fuerza de trabajo, pero tal vez es importante empezar desde las debilidades que se han hecho obvias en esta crisis.

Otra área donde el carácter destructivo de la mercantilización se ha hecho evidente es la relación entre los humanos y otras formas de vida y el ambiente en general. Se reconoce ampliamente que la pandemia está relacionada con la pérdida de la biodiversidad, con la industrialización de la agricultura, el extractivismo, el calentamiento global, el uso de los combustibles fósiles, etcétera. Las últimas semanas han demostrado que es posible detener este proceso que ha parecido imparable. También se ha reconocido que este proceso de destrucción del ambiente está impulsado por la búsqueda constante de la ganancia. Obviamente, hay medidas de regulación estatal, pero está claro que estas medidas no han sido suficientes para evitar las consecuencias terribles que ahora estamos sufriendo. Se ha dicho que el tren capitalista nos está llevando hacia la extinción (por eso el nombre del movimiento británico, Extinction Rebellion), pero ahora la pandemia nos hace pensar que la extinción no va a ser un evento único, sino un proceso compuesto por varias fases. Es muy posible que con la pandemia actual estemos viviendo una fase inicial de la extinción. Se vuelve entonces sumamente urgente desmercantilizar la relación entre los humanos y la naturaleza, y hacerlo de una manera que no pase por el Estado.

Cuarto. Hablamos de la intervención estatal en la reproducción social en términos de un “aflojamiento” de la disciplina del dinero. Parece de mal gusto hablar de un aflojamiento del poder disciplinario del dinero justo en este momento, cuando mucha gente ve su vida amenazada por la falta de dinero. Sin embargo, un argumento central del curso ha sido que el carácter ficticio de la acumulación es una característica crucial del capitalismo actual y, al mismo tiempo, su enfermedad crónica, y que esta ficcionalización es resultado de nuestra falta de subordinación, es decir, de la incapacidad por parte del capital de subordinar nuestra vida suficientemente a los requerimientos de la producción del valor. La ficcionalización del capital es un aflojamiento del dinero en el sentido de un alejamiento entre el valor producido y la expresión monetaria de este valor.

El mismo argumento se puede expresar en términos de riesgo moral (moral hazard). El “riesgo moral” es un término técnico que viene de la industria de los seguros, que se usa mucho en las discusiones sobre la intervención estatal en la economía. La cuestión del riesgo moral siempre surge cuando el Estado interviene para amainar los efectos de una crisis. Si el Estado presta u obsequia a un capital en dificultades el dinero para sobrevivir, genera un “riesgo moral”: es decir, crea una situación en la cual el capitalista ya no se va a sentir sujeto a las leyes normales del mercado, porque va a asumir que en caso de dificultad el Estado lo va a rescatar. En general, se trata de una situación que aplica a capitales particularmente importantes, capitales que, por el impacto que tendría su colapso, son considerados demasiado grandes para fracasar o caer (too big to fail). El desarrollo del riesgo moral es indisociable de la aceptación de que el Estado debería intervenir en una situación de crisis para mitigar sus efectos. Fue un tema importante en el año 2008: después de romper las expectativas de los capitalistas cuando permitió la caída de Lehman Brothers, el Estado estadounidense y otros Estados tuvieron que apoyar a los bancos principales y empresas mayores, confirmando así el riesgo moral, la idea de que los capitales mayores no se pueden dejar caer. Esto perpetua un sistema ineficiente y corrupto, además de transferir a los contribuyentes y a todas y todos (a través de políticas de austeridad) el costo de rescatar a los bancos y otras empresas. La objeción de la derecha tradicional siempre ha sido que estos tipos de intervención socavan la disciplina del dinero, ya que afloja la relación entre dinero y valor. Esto ha sido un tema importante en todas las discusiones de la intervención estatal en los últimos noventa años. En la situación actual sucede lo mismo, pero el argumento contra la intervención estatal no se expresa mucho por el carácter dramático del colapso. Dejar sin más que la ley del valor opere tendría consecuencias tan enormes que no se dejan contemplar, sería el caos total. ¿Nuestro caos?

El argumento del riesgo moral siempre tiene la misma estructura: si no tienes que pagar, entonces se va a perder la disciplina del dinero. El término “riesgo moral” se aplica normalmente sólo a los capitales, pero la situación actual pone de manifiesto que tiene implicaciones más generales. Los gobiernos se ven obligados, en muchos casos, a intervenir para apoyar a los contribuyentes/ciudadanos/residentes que sufren las consecuencias económicas de la pandemia. Es una extensión cualitativa de la idea del Estado de Bienestar, que tiene el mismo problema de riesgo moral en su base: es decir, crea una situación en la cual el trabajador/persona ya no se va a sentir sujeto a las leyes normales del mercado, porque va a asumir que, en caso de dificultades, el Estado lo va a rescatar. Se debilita así el efecto disciplinario del dinero. Esto ha sido un problema central en las intervenciones welfaristas desde el principio: ¿cómo mantener la disciplina del dinero al mismo tiempo que reconocer que el dinero/mercado es insuficiente para asegurar la reproducción social? Para lograr esto, el Estado tiene que reducir el nivel del apoyo al mínimo necesario (o menos), tiene que crear un sistema administrativo humillante y tiene que movilizar un sentimiento de culpa. En la situación actual la culpa no juega ningún papel.

La cuestión adquiere otra dimensión con la idea del ingreso básico universal que se ha convertido en un tema de discusión importante en la crisis actual. Originalmente, es una propuesta de la izquierda radical-autonomista, ahora se está discutiendo en círculos oficiales, incluso es parte de la propuesta de un “nuevo contrato social” del que habla el  Financial Times. Un ingreso universal no sería el fin del capitalismo porque, en términos de las propuestas actuales, sería administrado por el Estado, y el Estado tendría que asegurar que su nivel fuera tan bajo que no amenazara la necesidad de los trabajadores de vender su fuerza de trabajo. Pero tal vez lo importante sería desvincular el ingreso de la venta de la fuerza de trabajo. Además, para ser una protección contra pandemias, tendría que ser realmente universal, es decir un ingreso básico para todos y todas los/las habitantes del mundo. Llevado hasta sus últimas consecuencias, un ingreso universal podría significar la desmercantilización de la fuerza de trabajo, un portal hacia otro mundo. Pero a través del Estado no se podría llevar hasta sus últimas consecuencias.

La noción de riesgo moral también se puede extender a actividades desmercantilizadas. Un argumento en contra de la gratuidad del servicio de salud en Gran Bretaña, por ejemplo, ha sido que, si la gente no tiene que pagar para ver al médico, entonces van a ir por cualquier dolencia y le van a hacer perder el tiempo. Es un aspecto de las muchas, muchas presiones para ser más “eficiente” el servicio nacional de salud que lo han convertido en un sistema incapaz de enfrentar de manera adecuada la emergencia actual.

El riesgo moral, finalmente, es que la gente no quiera acatar la ley del valor. Un problema central para la mercantilización/capitalización de la reproducción social. ¿Cómo desarrollar este rechazo al valor para fortalecer la desmercantilización?

Quinto. Hasta aquí esta presentación ha sido muy racional. En realidad, es más probable que la emancipación de la riqueza de la forma mercantil se haga con explosiones de rabia. Vamos a ver, en las próximas semanas y meses, hasta qué punto llegan las explosiones de rabia ante la restructuración brutal del capital. No creo que sean tiempos de tranquilidad.

Sexto ¿Adónde vamos con estas reflexiones? Tal vez ayudaría relacionarlas con otras propuestas que hablan del fin del capitalismo en el contexto actual.

Rebecca Solnit, en su artículo ”The impossible has already happened”: what coronavirus can teach us about hope” enfatiza la importancia de pensar en términos de esperanza, y cómo cambios importantes pueden surgir de las catástrofes. Dice, por ejemplo: “Mi amigo Renato Redentor Constantino, un activista climático, me escribió desde Filipinas y dijo: ‘Hoy somos testigos de muestras diarias de amor que nos recuerdan las muchas razones por las que los humanos han sobrevivido tanto tiempo. Nos encontramos con actos épicos de coraje y ciudadanía todos los días en nuestros vecindarios y en otras ciudades y países, instancias que nos susurran que las depredaciones de algunos eventualmente serán superadas por legiones de personas obstinadas que rechazan el consejo de la desesperación, la violencia, la indiferencia y arrogancia que los llamados líderes parecen tan ansiosos de desencadenar hoy en día’.” Pero no dice nada específico sobre cómo pensar el cambio. Ha sido criticada por Jai Sen y Lawrence Cox sobre todo por su imagen de “we”, que corresponde a los que pueden (¿podemos?) vivir la crisis en relativa comodidad. El argumento de nuestra narrativa presentada aquí es que es importante entender la esperanza a partir de la crisis del capital y de la mercantilización de las relaciones sociales.

Raúl Zibechi, en sus artículos en La Jornada, adopta un enfoque bastante determinista inspirado por Wallerstein, de que estamos entrando a un periodo de unos treinta años de transición que van a ser caracterizados por guerras, miseria e insurgencias. Propone que la mejor manera de enfrentar la situación es a través de la construcción de arcas, donde se construyen otras relaciones sociales, como lo están haciendo los zapatistas. Privilegia en este proceso los movimientos indígenas que ocupan una posición marginal con respecto al desarrollo capitalista. El argumento de nuestra narrativa presentada aquí es que el futuro está más abierto que lo que sugiere Zibechi, que hay que pensar a partir de nuestra fuerza y no de nuestra marginalidad, y que hay que entender las posibilidades a partir de los antagonismos inherentes en la totalidad del capital. Las arcas y las grietas pueden ser muy importantes, pero tenemos que encontrar una manera para jalar el freno del tren de la muerte, es decir de la acumulación, de la mercantilización.

Otro artículo relevante es uno de Paul Mason que se llama “Will coronavirus signal the end of capitalism?” Mason sugiere que la crisis actual del capital es mucho más profunda que la de 2008: “Esta vez, por el contrario, son los cimientos los que se derrumban, porque toda la vida económica en un sistema capitalista se basa en obligar a las personas a ir a trabajar y gastar sus salarios. Dado que ahora tenemos que obligarlos a mantenerse alejados del trabajo, y de todos los lugares donde generalmente gastan sus salarios ganados con tanto esfuerzo, no importa cuán fuerte es el edificio en sí. De hecho, el edificio no es tan fuerte. Gran parte del crecimiento que hemos experimentado durante los doce años transcurridos desde la última crisis financiera ha sido impulsado por los bancos centrales que imprimen dinero, los gobiernos rescatan el sistema bancario y la deuda. En lugar de pagar la deuda, acumulamos un estimado de 72 trillones de dólares más”. Mason sostiene que la crisis está llevando a la adopción de medidas que ya prefiguran una sociedad poscapitalista: “Estados que pagan a los ciudadanos un ingreso universal, ya que la automatización hace que el trabajo bien remunerado sea precario y escaso; bancos centrales que prestan directamente al estado para mantenerlo a flote; la propiedad pública a gran escala de las grandes corporaciones para mantener servicios vitales que no se pueden ejecutar con ganancias”. Y luego continúa: “He argumentado que es poco probable que el capitalismo sobreviva a largo plazo –y en el corto plazo solo puede sobrevivir adoptando características del ‘poscapitalismo’-.” Cita con aprobación a un grupo capitalista que dice: “El capitalismo convencional está muriendo, o al menos mutando en algo más cercano a una versión del comunismo.” La visión de lo que está pasando es interesante, pero la imagen del comunismo que presenta es una imagen tecnocrática y estadocéntrica, bastante alejada del concepto que inspira la narrativa presentada aquí.

Arundhati Roy en su artículo “La pandemia es un portal” enfatiza la brutalidad de la administración de la pandemia en la India y nos deja compartir la rabia de la gente. Su idea de la pandemia como “portal” me parece importante, pero no explica en qué sentido puede ser un portal.

En el artículo de Slavoj Zizek con el título de “Coronavirus es un golpe al capitalismo al estilo de ‘Kill Bill’ y podría conducir a la reinvención del comunismo”, el autor dice muy poco sobre el tema y además tiene una visión del comunismo bastante diferente de la que guía esta narrativa. Escribe Zizek: “No estamos hablando aquí sobre el comunismo a la antigua usanza, por supuesto, sino sobre algún tipo de organización global que pueda controlar y regular la economía, así como limitar la soberanía de los estados nacionales cuando sea necesario.”  No hay en este artículo ningún cuestionamiento ni de la forma mercantil ni del Estado.

El artículo de Quincy Saul, “April Theses with 2020 Vision”, es un manifiesto ecosocialista para la situación actual que termina en una lista larga de demandas que incluyen un ingreso básico universal y también la cancelación de todas las deudas (jubilee – jubileo). Es interesante pero no toca los mismos temas que esta narrativa.

El artículo de Wallace et. al., “COVID-19 And Circuits Of Capital”, ofrece un análisis muy detallado del virus y entiende el problema en términos del desarrollo capitalista y la tendencia a la mercantilización de todo. Sugiere que “the way out is nothing short of birthing a world (or perhaps more along the lines of returning back to Earth”, pero no entra en detalles sobre cómo hacerlo.

Hay tanto que leer y pensar y la situación se va cambiando todos los días. Pero me parece importante lo que señala Raoul Vaneigem, que ahora es el momento del Hic Rhodus, hic salta. Es un momento privilegiado de terror y de esperanza que hay que pensar.

John Holloway, 14 de abril de 2020

(Con muchas gracias a Edith González y Panagiotis Doulos por sus comentarios sobre un borrador previo)

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