Categories
PANDEMIA

CORONACRISIS III JOHN HOLLOWAY – CURSO LA TORMENTA (2020)

La Tormenta III 2020 Narrativa 9[1]

1.        El impasse. Cualquier sistema de dominación se tiende a reproducir a través de un modus vivendi, un reconocimiento de los dos lados de la fuerza del otro. Normalmente no nos damos cuenta de este modus vivendi, es simplemente parte de la cotidianidad. Es como el elemento moral que entra, según Marx, en la definición del valor de la fuerza de trabajo: ciertas expectativas de lo que es necesario para la reproducción de la vida. También se traduce en un concepto de civilización, de dignidad, de lo que consideramos aceptable o civilizado en la cotidianidad. Que eso varía de un lugar a otro y de un grupo social a otro está claro, pero en cualquier momento existe un equilibrio de fuerzas sociales, una idea de lo que se espera de la vida.

            Este modus vivendi es una lucha constante por ambos lados. Por un lado, la existencia del capital depende de la intensificación constante de la explotación y la reducción frenética del tiempo requerido para producir las mercancías. La existencia del capital, en otras palabras, es un ataque constante contra los patrones establecidos de relaciones sociales. Siempre encuentra una resistencia, sea en la forma de acción sindical, movimientos de resistencia, sabotaje, enfermedad, tiempo dedicado a jugar con hijos o nietos, lo que sea: acciones conscientes o inconscientes motivadas por el deseo de mantener, mejorar o, sobre todo, determinar la forma de vida.

            El choque entre las exigencias del capital y la resistencia humana tiende a expresarse en una caída de la tasa de ganancia. En este caso, el capital (a través de los muchos capitales porque en general no es una acción coordinada) se lanza a atacar los patrones de vida establecidos con más fuerza. En esta situación, el capital puede tener éxito o puede ser que no. En muchos casos el capital sí logra imponer cambios dramáticos en el equilibrio vital, cambios que afectan visiblemente los niveles y expectativas de la vida: Grecia después de 2011, México en los años 70, los países de la ex Unión Soviética después de su caída, Argentina de manera repetida. Pero si no logra romper la resistencia, tiene otra salida. Puede fingir que sí. Puede disfrazar su incapacidad de incrementar la explotación suficientemente para expandir sus ganancias a través de la deuda. Endeudándose, puede anticipar la creación futura de plusvalía, o más bien puede apostar sobre la creación futura de plusvalía, para obtener ganancias. El modus vivendi, el patrón establecido de relaciones sociales, se vuelve un impasse, una situación que no se resuelve.

            La expansión constante y enorme de la deuda a partir de los años 70 indica que estamos en presencia de un impasse de este tipo. A pesar de toda la fuerza del ataque “neoliberal” contra las condiciones de trabajo y de vida en todo el mundo, lo logrado por el capital no ha eliminado la resistencia que obstaculiza la rentabilidad. Por eso, se mete cada vez más a un mundo ficticio donde las ganancias aparentes no tienen una base material en la producción del valor.

            La expansión de la deuda tiene un aspecto inconsciente y un aspecto consciente. Por un lado, es simplemente la acción de todos los capitales (y también de individuos) buscando una manera de sobrevivir o (en el caso de los capitales) de aumentar sus ganancias. Por otro lado, está la acción consciente de los Estados que crean (a través de sus gastos, la política fiscal) o fomentan (a través de las políticas monetarias) la creación de la deuda. La intervención del Estado es básicamente el reconocimiento del impasse social, de una resistencia que no logra superar. Una resistencia que se expresa a través de luchas sindicales y de todo tipo. También se expresa a través de la opinión pública y la democracia. La democracia puede servir para indicar los límites de lo que el capital puede hacer para redefinir el modus vivendi. Sirve como un “hasta aquí”. Esto es importante, porque cada ataque de parte del capital contra la socialidad establecida es una apuesta, un juego de muerte. El capital se tiene que preguntar: “¿Realmente sí puedo imponer los cambios que requiero o voy a perder el control social?” A veces empuja demasiado fuerte y está en peligro de perder el control: Argentina 2001-2002, Grecia en 2008, Chile el año pasado. Las elecciones ayudan al capital en el proceso de medir las posibilidades, pero no necesariamente es el caso.

            La fuerza de la resistencia que constituye el impasse del capital y lo empuja cada vez más dentro de un mundo ficticio, frágil e inestable, no está limitada entonces a la militancia ni al anticapitalismo consciente. No es solamente una insubordinación sino una no subordinación, una falta de subordinación que se expresa en la cotidianidad de nuestros hábitos y expectativas.

            La crisis financiera de 2008/2009 ilustra la fuerza del ataque capitalista y al mismo tiempo la fuerza del impasse. La crisis financiera, las medidas estatales para contrarrestarla y las políticas de austeridad impuestas para pagar por esas medidas tuvieron un impacto enorme en todo el mundo. La pérdida de casas, el desempleo, los recortes en los servicios de salud tan evidentes en este momento, los recortes en educación, la eliminación de oportunidades para jóvenes, el incremento de la violencia: todo eso está bien documentado (McNally, por ejemplo) y se refleja en el auge de un enojo social que se expresa por un lado en todas las luchas sociales de 2011 y del último par de años, pero también en el surgimiento de la derecha nacionalista en muchas partes del mundo.

Pero si nada más pensamos en 2008 como crisis, estamos perdiendo lo peligroso de la situación actual. Fue una reestructuración importante del capital y del modus vivendi social, pero al mismo tiempo fue una operación de rescate sin precedente para evitar una reestructuración más violenta del capital y de las condiciones de vida. Fue un momento de pánico en el cual el Estado estadounidense y todos los Estados gastaron cantidades enormes para evitar un colapso financiero mundial y luego, a través de las políticas de quantitative easing (QE, aflojamiento cuantitativo), para mantener el flujo de crédito y así la supervivencia de empresas bancarias y no bancarias. Se hace evidente el principio que guía la acción estatal, y que es todavía más evidente en la crisis actual: mantengamos viables a los múltiples capitales para mantener el orden social; si se quiebran los capitales, enfrentamos el caos social.

Es importante reconocer que la crisis financiera de 2008/2009 fue una combinación de imponer una reestructuración y al mismo tiempo evitar la reestructuración reconociendo la fuerza del impasse social. Es importante porque en la situación actual no está seguro que este impasse que constituye la base de nuestra cotidianidad se pueda mantener.

2.        Todavía no están claras las dimensiones económicas de la coronacrisis, pero todo parece indicar que va a ser la más severa en los últimos noventa años. Se puede ver tal vez en tres pasos:

            Primero se podría entender en términos de valor de uso. El virus ha tenido como efecto que la gente no está yendo a trabajar y en particular que ciertos tipos de actividad están muy afectados: turismo, aerolíneas, restaurantes etc. Como efecto inevitable, se baja el producto, todos estamos un poco más pobres pero después volvemos a trabajar y recuperamos las pérdidas. En otro tipo de sociedad no habría problema para repartir las pérdidas ocasionadas por las semanas de ocio forzoso. Ni modo, la vida sigue.

            Se complica porque es una sociedad capitalista y la actividad depende de las ganancias. En la situación actual de paro, muchas empresas no van a sobrevivir y va a haber mucho desempleo, sobre todo en las áreas más directamente afectadas. Cuando termine la cuarentena, esas empresas ya no van a existir, ni esos empleos tampoco.

            En realidad, está más complicado que eso porque la base del capitalismo moderno es el crédito y el mundo estaba encaminado hacia una crisis crediticia antes de que apareciera el coronavirus. En los últimos cuarenta años ha habido un crecimiento enorme del crédito al nivel mundial (ver Plender por las cifras). Quiere decir que la reproducción del capital es cada vez más ficticia, es una acumulación de derechos a una porción de plusvalía que todavía no se ha producido. El resultado es un capitalismo agresivo e inestable donde todos están compitiendo por una plusvalía futura que posiblemente no se va a producir. La crisis de 2008 fue resultado de esta situación, pero no la resolvió. El crédito siguió expandiéndose.

            Lo que eso significa en la situación actual es que el problema para las empresas no es exactamente que no están haciendo ganancias sino que no pueden pagar sus deudas. Si no pueden pagar sus deudas, no pueden conseguir más crédito y no van a poder pagar sueldos ni renta ni impuestos. Existe no solamente el peligro de la quiebra de unas empresas, sino de todo el sistema interconectado de deudores y prestamistas. No es exactamente como 2008 porque ahora parece que la situación de los bancos está más segura que hace doce años, pero las empresas no financieras están altamente endeudadas. Si las empresas no pueden pagar sus deudas, va a afectar la estabilidad de los bancos también. Por eso las intervenciones estatales enormes de las últimas semanas se han enfocado sobre todo en mantener a flote el sistema crediticio, para que las empresas grandes, medianas y hasta cierto punto pequeñas puedan seguir pagando sus deudas y consiguiendo créditos. Un ejemplo extremo de eso es la decisión del Fed (el banco central de Estados Unidos) de comprar incluso los llamados “junk bonds”, es decir comprar deudas de las cuales se sabe que casi seguro no se van a honrar, con el motivo de mantener el flujo del crédito. Estas intervenciones enormes que rompen con toda la ortodoxia financiera son extensiones de la deuda mundial, es decir del carácter ficticio de la acumulación. Son motivados no solamente por querer proteger a sus amigos capitalistas (lo que sí es cierto) sino por el miedo de que si se quiebran los capitales, se va a quebrar el orden social que está basado en ellos. En esta situación de pánico todo se justifica: se olvida la cuestión del riesgo moral, se olvida todo el temor ortodoxo de romper el equilibrio del presupuesto estatal, de socavar la solidez del dinero.

            Lo que todavía no sabemos es si estas intervenciones estatales sin precedente van a ser suficientes. Existe el peligro de que se desate una ola de faltas de pago tan grande que todo el crédito que está siendo ofrecido por los bancos centrales no alcance para cubrir el sistema. Puede ser que los Estados ya no tengan los recursos para contener la crisis. Esta es una preocupación expresada por comentaristas que entienden estas cosas mucho mejor que yo (p.ej. Mackenzie en el Financial Times del 18 de abril).

3.        En algunos países ya se está hablando de levantar las medidas de cuarantena y regresar a la normalidad. La normalidad que se perfila sería una combinación de crisis-y-reestructuración por un lado y rescate-y-prolongación/postergación de la crisis por otro. Como en 2008/2009, pero a una escala mayor, con sufrimiento inmediato mayor y después un capital mucho más endeudado o ficticio, con todo lo que eso implica en términos de estancamiento económico, austeridad social (ya que alguien tiene que pagar la deuda pública), fragilidad financiera, continuación de la destrucción de la naturaleza, recurrencia de las pandemias, aumento del nacionalismo, tendencia hacia guerras, etc. La normalidad de la muerte, de la carrera hacia la extinción. 

            ¿Y dónde está la esperanza? ¿Dónde quedó la esperanza en este relato? La base teórica de todo el argumento es la esperanza, pero ¿dónde quedó? El argumento va así: nosotra/os somos la crisis del capital. Tiene que ser así porque si la crisis del capital es algo externo a nosotra/os, somos sus víctimas. Para las víctimas no hay esperanza si no sea por la intervención de un salvador externo, y eso no es lo que queremos. Entonces, nosotra/os somos la crisis del capital, la crisis es expresión de nuestra fuerza. Esto se ve en el impasse de los últimos años y el hecho de que el capital solamente se puede reproducir de manera ficticia. Nuestra fuerza, la resistencia de la vida cotidiana, es la enfermedad crónica de un capitalismo enfermo. Pero si eso es cierto y si el resultado es la situación actual, es imposible no preguntarse ¿no sería mejor convertirnos en robots conformistas y vivir felices para siempre? ¿no sería mejor olvidarnos de resistencia, convertirnos en máquinas? Claro que todo eso del encierro y de la cuarentena nos está dando el entrenamiento necesario para ser sujetos totalmente obedientes. Así no habría crisis y toda/os podríamos vivir tranquila/os. Sin esperanza, claro, sin resistencia, sin crisis.

            Si no estamos listos todavía para convertirnos en robots, entonces hay que pensar en cómo desestabilizar o derrocar esta normalidad de muerte. Ya vimos una fuerza de desestabilización, pero que no nos favorece a nosotra/os. Puede ser que el rescate estatal de los capitales fracase, que los recursos estatales no sean suficientes para mantener el mundo ficticio del crédito a flote. Eso significaría una intensificación enorme del ataque contra el impasse actual, con consecuencias difíciles de imaginar. Podría resultar en millones de muertos y desempleados, Estados más autoritarios, condiciones que hoy consideramos infrahumanas para gran parte de la población mundial. La situación que Arundhati Roy describe en el caso de los pobres en la India se volvería la norma. Es posible, pero no creo que el impasse actual se rompa tan fácilmente.

            Otra posibilidad es que nuestra resistencia salga fortalecida de la crisis actual. Puede ser que se esté gestando un “¡hasta aquí!”, un “¡ya basta del neoliberalismo!” que redefina el modus vivendi a nuestro favor. Este “¡ya basta!” al neoliberalismo y la destrucción actual de la naturaleza lo vimos en la discusión en la Narrativa 8 del nuevo contrato social propuesto por el Financial Times. Implicaría abandono del neoliberalismo, más énfasis en servicios de salud y un mejoramiento de los servicios sociales del Estado, redistribución de ingresos, más impuestos para los ricos, medidas para parar la destrucción de la naturaleza, posiblemente un ingreso universal básico. Sería un capitalismo con una cara menos agresiva, una reformulación del modus vivendi, un reconocimiento del impasse cercano al keynesianismo. Me parece difícil que se realice por la situación actual del capitalismo, pero es muy posible que la reacción política a la pandemia imponga algunos elementos como un mejoramiento de los servicios de salud, ciertas restricciones en el maltrato de animales, posiblemente medidas para promover una redistribución de ingresos. Sería también un regreso a la normalidad de la destrucción, pero posiblemente una normalidad con otras características.

Lo interesante de esta propuesta es que toma el lado de la “buena gente” (categoría que tomo de Néstor López), de la gente que no está en contra del capital pero que sí quiere vivir en una sociedad más justa.

4.        Perspectivas para nosotra/os (un poco diferente de la Narrativa 8)

a)        El término “la buena gente” muchas veces tiene una connotación despectiva o irónica desde nuestra tradición. Es la gente que votó por AMLO, por Syriza en Grecia, por los Kirchner. Es gente que quiere un mundo más justo pero no quiere pensar que el mundo que buscan es incompatible con el capitalismo. Seguro hay buena gente de este tipo en nuestra familia, entre nuestros amigos. Tenemos que romper la distancia que este término implica.

            La esencia de la buena gente es que está en contra del neoliberalismo pero no en contra del capitalismo. No sabemos hasta qué punto esta visión se vaya a cuestionar a través de la experiencia actual. Es muy posible que mucha gente cuestione el neoliberalismo, que conecte el neoliberalismo con el deterioro de los servicios de salud, con la falta de preparación del Estado para una pandemia, con el deterioro de las relaciones con los animales salvajes y la pérdida de biodiversidad, con la crisis económica. Entonces es muy posible que se dé una expansión de la buena gente anti neoliberal y que eso constituya una base social para la realización del nuevo contrato social aspirado por el Financial Times.

            Lo que nos interesa más a nosotra/os es la gente que pueda ir más allá de la crítica al neoliberalismo para llegar a una crítica al capitalismo. En la Narrativa 8 se habló de un desenmascaramiento del capital como un aspecto importante de la situación actual. Cuando hablamos de desenmascaramiento (o desfetichización) no estamos hablando de nosotra/os que ya sabemos que el capitalismo es una catástrofe: necesariamente estamos hablando de una redefinición de la buena gente. Estamos hablando de la posibilidad de que la experiencia actual del coronavirus haga ver a esta gente que el problema no es simplemente las políticas seguidas en los últimos cuarenta años sino la dinámica misma del sistema capitalista.

            Surgen entonces dos puntos. ¿A quién estamos hablando? Y ¿Qué es la historia que queremos contar?

            En este momento donde todo está en el aire, no tiene mucho sentido hablar solamente a los convertidos (esta narrativa es una excepción porque está escrita para nuestra clase sobre La Tormenta). No tiene mucho sentido decir a nosotros que es el capitalismo (con o sin “estúpido”, como lo agrega Lazzarato) cuando ya sospechábamos eso antes de aprender la palabra “coronavirus”. Si queremos que la experiencia del virus abra un portal hacia otro mundo (como lo sugiere Roy), tenemos que pensar en la buena gente, la gente crítica, y sus hija/os. Es a ella/os que es importante decir “no es simplemente el neoliberalismo, es el capitalismo”.

            ¿Qué es la historia que queremos contar? Tiene que ir más allá de la crítica a Trump o Johnson o AMLO, o del descuido de los servicios de salud. Todo eso es importante, pero me parece que hay dos puntos centrales que hay que explorar para nosotra/os y para la buena gente.

            El primer punto es que el coronavirus es producto del capitalismo. Es parte del capitaloceno, de la destrucción del planeta causada por la organización capitalista de la actividad humana. Es muy posible que a la pandemia actual le sucedan otras en los próximos años, que estamos enfrentando ya lo que pueda ser la primera fase de la extinción humana. No es producto de las políticas neoliberales sino de la dinámica capitalista. No es algo separado del calentamiento global sino parte de la misma destrucción de las condiciones de vida humana. Esta narrativa ha sido desarrollado de manera muy convincente por al menos dos artículos que he leído: él de Rob Wallace y otros que se llama “COVID-19 And Circuits Of Capital” y un artículo excelente de Jérôme Baschet que se llama “Qu’est-ce qu’il nous arrive ?”, que ya se está traduciendo al español.

            El segundo punto es que la crisis que todavía apenas está empezando (pero ojalá que me equivoque) no es producto ni del virus ni de las medidas tomadas para contener sus efectos, sino que es crisis del capital. Este argumento, que apenas se está esbozando aquí, me parece importante porque es muy probable que la experiencia de estos tiempos para muchísima gente va a ser no solamente la de la cuarentena y la angustia por la salud sino, tal vez más, la dificultad de la reproducción material de la vida.

            Con estos dos puntos se hace evidente que estamos viviendo el fracaso de la reproducción mercantil o capitalista de la vida. Esto está claro para nosotra/os que estamos leyendo esta narrativa, pero ¿hay forma de que se entienda más generalmente, como un sentido común producido por esta crisis?

b)        Todavía falta lo más difícil. Aún si está claro que el capitalismo se tiene que abolir, tenemos que enseñar que es posible crear otra cosa, otra forma de sociedad.

            Tenemos tres respuestas, puntos de partida por lo menos. El primero son todas las expresiones de solidaridad que se están expresando por todos lados. En la clase se mencionaron ejemplos de Medellín y de comunidades indígenas entre otros. Por un ejemplo impresionante, ver “Francia: luchar contra el coronavirus desde abajo a la izquierda” en Comunizar. Estas formas de solidaridad se podrían desarrollar hacia algún tipo de “economía moral”, una forma de actividad económica que surja de las experiencias de la gente y corresponda a sus necesidades (ver el documento mandado por Gabriel después del último seminario).

            El segundo es un punto que Jérôme Baschet enfatiza: la fuerza de las luchas de los últimos dos años en el mundo entero, luchas que expresan la pérdida de legitimidad de los gobiernos, luchas que de diferentes maneras proclaman “¡Ya basta! nosotra/os vamos a asumir el control”. Se puede pensar en el movimiento de las mujeres contra la violencia, de la/os jóvenes contra el calentamiento global, de Chile, Hong Kong, Ecuador entre muchos otros. A esos movimientos recientes hay que agregar todos los movimientos que ya tienen mucha experiencia en la creación de otros mundos: la/os kurda/os, la/os zapatistas y muchos, muchos otros, grandes y pequeños.

            Tercero, la experiencia actual. Ya estamos viviendo lo imposible. Todos estos años diciendo que “otro mundo es posible” y de repente ya, estamos en otro mundo. No es exactamente el mundo que queríamos, pero sí tiene elementos del mundo deseado. De repente ya no estamos calentando el globo, ya no estamos contaminando el aire como antes, ya no estamos pasando horas cada día empacados como sardinas en el metro o los autobuses. Sí, otro mundo es posible y se puede llegar muy rápido. 5.        Un punto que surgió en el último seminario es si podemos entender el encierro actual como una olla de presión, donde se está acumulando la frustración y el enojo. Hay muchos indicios de que sí es así. La fuerza y posibles consecuencias de esta acumulación de presión es una de las consideraciones que se está tomando en cuenta en fijar las fechas de reapertura. Presiones económicas, de parte de capitalistas pequeños pero también de gente que tiene que salir a vender para vivir de día a día, y presiones de frustración social. Se discutió si las erupciones que puedan ocurrir contra el encierro estatal se puedan considerar como un portal posible hacia otro mundo. Por el momento, parece que las erupciones vienen sobre todo de la derecha y sobre todo en Estados Unidos, de gente que argumenta que hay que dar prioridad a la actividad económica sobre la salud. Pero no está claro y la situación puede variar mucho de un lugar a otro y en las semanas que vienen.

……

[1] Con muchas gracias a Edith González y Panagiotis Doulos por sus comentarios sobre un borrador anterior.


Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *