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¿Qué es lo que estamos enfrentando?

¿Qué es lo que estamos enfrentando? Jérôme Baschet

Jérôme Baschet: ¿Qué es lo que estamos enfrentando?

Muchas preguntas y algunas perspectivas en tiempos de coronavirus

    Bien puede decirse que el Covid-19 es una enfermedad del Capitaloceno, que nos hace entrar de lleno en el siglo XXI. Por primera vez, nos hace sentir de manera tan aguda y tangible la verdadera amplitud de las catástrofes globales que van a marcar los tiempos por venir[i].

    Pero falta entender con más precisión lo que nos está pasando, tanto en lo que se refiere a la epidemia provocada por el SARS-CoV-2 como a las políticas sanitarias adoptadas para frenarla, al precio de una parálisis impresionante de la economía. Sin esos requisitos, no habría cómo identificar las oportunidades que podrían abrirse en circunstancias tan inéditas. No hay nada asegurado. Atrapados en el remolino de las noticias, cada día más sorprendentes o desconcertantes, uno titubea. Muchas veces, no logramos creer ni lo que vemos ni lo que escuchamos, ni nada de lo que sentimos. Más vale admitir que las certidumbres vacilan, al igual que muchas hipótesis previas. Sin embargo, hay que empezar y tantear algo, aunque sea provisoria y parcialmente, mientras esperamos que elaboraciones colectivas más afirmadas tomen el relevo.

Enfermedad del Capitaloceno y capitalismo como enfermedad

¿En qué medida se puede ligar la actual pandemia a la dinámica del capitalismo? La cuestión es y estará en el corazón de las luchas políticas abiertas por la crisis del coronavirus. Las fuerzas sistémicas harán todo lo posible para naturalizar la pandemia e imponer una comprensión profundamente a-histórica de la misma. Es lo que hizo, apoyándose paradójicamente en su autoridad de historiador, Yuval Noah Harari, autor del best seller mundial titulado Sapiens[ii]. Su discurso es la quintaescencia de la ideología que conviene a las elites del mundo de la Economía, y que tratarán de difundir en el contexto de la crisis actual. Según Harari, la existencia de muchas pandemias en el pasado es suficiente para demostrar que no hay razón para incriminar a la globalización, haciendo de ella la responsable de la pandemia de Covid-19. En consecuencia, sería del todo erróneo que la actual crisis sanitaria lleve a tomar medidas en contra de las dinámicas globalizadoras. Por el contrario, hay que celebrar los avances triunfales de la ciencia, que refuerza permanentemente las barreras entre el mundo de los hombres y el de los virus; y hay que confiar en los especialistas de la salud y en las autoridades políticas, para proteger eficazmente las poblaciones y asegurar, en la cooperación y la confianza mutua, la buena marcha del orden mundial. ¡Extraordinario concentrado de la ideología dominante, en el cual podemos apreciar el vínculo entre la naturalización de la epidemia y la legitimación del mundo de la Economía! Es precisamente por esto que se hace necesaria una contra-lectura propiamente histórica.

Es obvio que las pandemias no han esperado al capitalismo para causar estragos, incluso peores que los del Covid-19. Pero es de muy mala fe concluir, sobre la base de esta evidencia, que son fenómenos puramente naturales, a los que la humanidad habría sido confrontada desde siempre, de la misma manera y por las mismas razones. Las pandemias son, más bien, realidades que trasgreden la disociación moderna entre naturaleza y sociedad. Dependen en buena medida de las interacciones entre los medios naturales y los modos de organización de los colectivos humanos. Por ejemplo, el surgimiento de las principales enfermedades infecciosas que afectan a la especie humana está estrechamente relacionado con una de las más grandes mutaciones de la historia, cuando se formaron las primeras sociedades agrarias y en parte sedentarias[iv]. Lo que podemos seguir llamando “revolución neolítica”, pese a la lentitud no lineal del proceso, ha creado las condiciones de una promiscuidad totalmente nueva entre humanos, animales domésticos y roedores, como los ratones, atraídos por las reservas alimenticias. Es lo que ha favorecido la transmisión al hombre de los agentes patógenos propios de diversas especies animales, provocando la emergencia de las grandes enfermedades infecciosas que, desde ese momento, han afectado a la humanidad: el cólera, la viruela, las paperas, la rubeola, la gripe, etcétera. Entonces, es preciso identificar, como causalidad directa del surgimiento de las principales enfermedades infecciosas, con carácter endémico o epidémico, lo que puede considerarse como uno de los mayores puntos de inflexión en la historia de la humanidad: el paso de las sociedades de cazadores-recolectores a las sociedades agrarias (aun si conviene evitar un análisis demasiado simple y evolucionista de esta dualidad). Y bien podemos establecer un paralelismo entre ese momento propio de las mutaciones del neolítico y el que estamos viviendo ahora, por la acumulación exponencial de los efectos mortíferos del capitalismo-hecho-Mundo.

Ciertamente, entre esos dos momentos claves existieron otras pandemias que se desarrollaron sin que pareciera posible relacionarlas tan claramente con una modificación cualitativa de las interacciones entre la organización social y el medioambiente. Aquí, tenemos que mencionar la peste bubónica (yersinia pestis) que asoló el mundo mediterráneo y euroasiático desde los siglos VI-VIII hasta el siglo XVIII, y cuyo episodio más dramático fue la Peste Negra que, a partir de 1348, diezmó en Europa entre un cuarto y la mitad de la población, según las ciudades y las regiones. Se ha mostrado recientemente que la difusión de la Peste Negra, trasmitida al hombre por la pulga de la rata, podría estar ligada a una modificación climática, evidentemente no antropogénica[v]. El fin del período cálido medieval, que había prevalecido entre los siglos X y XIII, provocó perturbaciones del equilibrio anterior y, en especial, un crecimiento de la humedad que habría traído una multiplicación de roedores, y también de sus parásitos, favoreciendo el salto de especie del virus hacia el hombre. Éste se habría producido en la región de la meseta de Quinghai, al norte de Tíbet, probablemente hacia el año 1270. Posteriormente, las caravanas de mercaderes llevaron el agente patógeno hacia Kirguistán, donde hay testimonios de su presencia en 1338. En 1346, llegó hasta el Mar Negro, de donde los navíos que comerciaban entre las partes orientales y occidentales del Mediterráneo los llevaron a Mesina y Génova, en Italia. De allí se difundió muy rápidamente en toda Europa. Más allá de las similitudes superficiales con el Covid-19 (el origen chino de la zoonosis y su transmisión hacia Europa por las rutas de intercambio), podemos resaltar importantes diferencias, empezando por la extrema lentitud de la difusión de la peste: tardó 70 años para cruzar los 2.000 kilómetros que separan Quinghai y Kirguistán, y 80 años en total para unir China con Europa, en tanto que el SARS-CoV-2 pudo cubrir la misma ruta en tan sólo unas cuantas semanas. Esto nos puede dar una idea de la diferencia de escala entre la globalización actual y lo que, a veces y sin muchas precauciones, se califica de “primeras mundializaciones”, a partir del siglo XIII y más claramente del siglo XVI. Por otro lado, la peste del siglo XIV se mantuvo limitada a Europa, Medio Oriente y el Mediterráneo, lo que no puede compararse con la pandemia verdaderamente planetaria del Covid-19. Finalmente, si bien el cambio climático que parece haber desencadenado la expansión del yersinia pestis no debe nada a la acción humana, no es menos significativo constatar que el salto de especie del agente patógeno fue favorecido por una modificación de los equilibrios entre grupos humanos y otros seres vivos.

Otro momento decisivo de expansión epidémica debe relacionarse con la conquista europea del continente americano. Se sabe que éste había quedado aislado del bloque afro-euroasiático desde el fin de las grandes glaciaciones (salvo incursiones efímeras y sin efectos históricos notables). Las poblaciones amerindias no tuvieron la misma historia infecciosa que los otros grupos humanos, por lo que se encontraron desprovistas de defensas inmunitarias frente a los patógenos traídos por los europeos, como el virus de la viruela (mientras que, a la inversa, éstos contraían enfermedades desconocidas para ellos, como la sífilis). Combinado con la violencia genocida de la conquista y la desestructuración de los mundos indígenas, el shock microbiano contribuyó a una mortalidad dramática que diezmó alrededor del 90% de la población de las regiones colonizadas (tan sólo para Mesoamérica, los historiadores han calculado que la población amerindia pasó en menos de un siglo de veinte millones a un millón de habitantes). Ese momento de aceleración en la difusión planetaria de las enfermedades infecciosas está claramente asociado a un fenómeno histórico mayor que ha moldeado el devenir del mundo durante los últimos cinco siglos: la colonización europea que, salvo raras excepciones, sometió al conjunto del planeta a la dominación occidental. Otros episodios importantes en la difusión de grandes epidemias en África están igualmente relacionadas con el contexto colonial.

Por último, debemos señalar la recurrencia de las epidemias de gripe, de las cuales la más mortífera fue la llamada “gripe española” de 1918-1920. De ninguna manera nació en España, tuvo su origen en los Estados Unidos, probablemente en Kansas, y fue traída a Europa por las tropas norteamericanas. De allí se difundió, principalmente por barco, hacia las regiones colonizadas o dominadas por los europeos en África, Asia y Oceanía.

Aparte de los Estados Unidos y Europa occidental, la India y China pagaron el tributo más pesado a una epidemia, ahora sí, propiamente mundial (a imagen y similitud de la primera de las Guerras Mundiales y de una dominación europea que también se había vuelto mundial). Se estima que podría haber costado la vida de 50 millones de personas. Posteriormente, otras epidemias de gripe golpearon en la segunda mitad del siglo XX, marcando la recurrencia de un virus conocido desde mucho tiempo, pero que muta frecuentemente hacia formas más severas. Es el caso de la gripe asiática, en 1956-1957, que mató entre uno y cuatro millones de personas en el mundo y, luego, de la gripe de Hong-Kong (1968-1970) que dejó un millón de víctimas. Hay que notar que estas dos epidemias, muy próximas a nosotros en el tiempo, no dieron lugar a medidas estrictas de contención y tampoco fueron objeto de una gran atención por parte de los medios de comunicación[vi].

Después surge una gran ruptura. A partir de 1980, y más todavía desde el inicio del siglo XXI, se puede observar una aceleración en el ritmo de aparición de nuevas zoonosis como el VIH, la gripe aviar H5N1, que vuelve a la superficie periódicamente desde 1997 y, sobre todo, en 2006, el SARS en 2003, la gripe porcina en 2009, el MERS en 2012 y el ébola en 2014, hasta el Covid-19 (esta lista no es exhaustiva). Esta vez las causalidades antropogénicas juegan un papel decisivo. Un primer factor se relaciona con el auge, a partir de los años 60, de la ganadería industrial, sobre todo la del cerdo y el pollo, las dos carnes más consumidas a escala mundial (a tal punto que los huesos de pollo son, con el plástico y las radiaciones nucleares, uno de los tres marcadores geológicos más claros del Antropoceno). Sus infames formas de organización concentracionaria, vinculadas con su integración a los mercados globales, con las lógicas de monocultivo, de uso masivo de insumos químicos, de artificialización y endeudamiento, han tenido también consecuencias sanitarias desastrosas y favorecen enormemente los saltos de especie de las infecciones virales[vii]. El segundo factor es la expansión de la urbanización y las grandes metrópolis. Combinado con la deforestación provocada por la expansión de los monocultivos (palma, soja, etcétera) y con la artificialización de los medios naturales, conduce a los cazadores de animales salvajes a aventurarse hacia zonas anteriormente preservadas de la intervención humana; y, sobre todo, reduce los hábitats de los animales salvajes y los empuja a acercarse más a las zonas ocupadas por los humanos. Es lo que provoca una multiplicación de los saltos de especie de los agentes patógenos. Fue el caso del VIH, transmitido al hombre por monos desplazados por la deforestación. Es también el caso del ébola, virus que proviene de los murciélagos que habitaban las selvas de África occidental y central. Está claramente comprobado que la actual multiplicación de las zoonosis es el resultado de las transformaciones inducidas por la expansión desmesurada de la economía mundial, con sus lógicas de mercantilización y su falta de atención a los equilibrios de los ecosistemas.

Ahora bien, ¿cómo puede analizarse el caso del SARS-CoV-2? Es demasiado temprano para decirlo, porque no hay ninguna certeza en lo que se refiere a la cadena inicial de transmisión del virus. La tesis generalmente admitida ubica su origen en el mercado de Wuhan, en China, y se centra en el murciélago (algo muy probable, ya que es un formidable contenedor viral) y, quizás, en otros animales salvajes que allí se vendían. Pero estos datos no son tan seguros como parecen[viii]. El mercado de Wuhan podría haber sido el punto de expansión de la enfermedad, pero no forzosamente su primer lugar de aparición. Pero considerando las implicaciones políticas y geopolíticas de la cuestión, así como el bloqueo informativo por parte de las autoridades chinas, es probable que jamás dispongamos de datos certeros al respecto[ix]. Solamente se puede  sugerir que, en el caso del SARS-CoV-2, no necesariamente hay un vínculo entre la difusión del virus y el auge de la ganadería industrial (salvo si la trayectoria del virus pasó por la intermediación de las inmensas granjas porcinas con las que cuenta la región de Hubei[x]). Tampoco podemos estar seguros de una relación con la expansión urbana (aunque Wuhan sea una metrópolis de 12 millones de habitantes). Pero, sí, hay un tercer factor que, en este caso, resulta decisivo y es la intensificación de los flujos mundiales asociados a la producción de bienes y a la circulación de las personas. Es evidente que el coronavirus no se habría difundido como lo ha hecho si Wuhan no hubiera sido una de las capitales mundiales de la industria automotriz. Aquí, la causalidad es doble. Tiene que ver con el desarrollo de China, que se ha transformado en la segunda potencia económica mundial (representa ahora el 16% del PBI mundial, contra solamente el 4%, en el momento de la epidemia de SARS, en 2003). Pero también se debe a la expansión desmesurada del tráfico aéreo (la cantidad de pasajeros se ha duplicado en los últimos quince años). De hecho, la difusión del coronavirus corresponde exactamente a la densidad del tráfico aéreo mundial: en pocas semanas, se expandió desde China hasta Europa y América del Norte, mientras a América Latina llegó más tarde y al África tardó mucho tiempo en llegar. Son las zonas más interconectadas y más “centrales” del capitalismo globalizado las han sido golpeadas en primer lugar. Nunca se había visto en la historia humana una pandemia que se difunda tan ampliamente y tan rápidamente a escala global (hasta la gripe de Hong-Kong demoró casi un año en llegar desde China a Europa).

En ese contexto de explosión de las zoonosis, el impacto de una epidemia dramática a escala planetaria, era, desde hace tiempo, temido y analizado[xi]. China y sus vecinos se preparaban activamente desde 2003. Los Estados Unidos habían creado el programa Predict para investigar los virus animales susceptibles de ser afectados por la extensión de las actividades humanas y de operar un salto de especie (pero Trump le puso fin en 2019). Algunos meses antes de la emergencia del SARS-CoV-2, en octubre de 2019, la Universidad Johns-Hopkins de Baltimore coorganizaba con la Fundación Gates y el Foro Económico Mundial un simposio llamado “Event 201 Scenario” cuyo objetivo era el de simular una pandemia mundial provocada por un coronavirus, para poder elaborar recomendaciones para los gobiernos del planeta[xii]. En la hipótesis seleccionada, el virus tenía su origen en el murciélago y pasaba al hombre a través de las granjas porcinas de Brasil, provocando en un año y medio 65 millones de muertos. Queda claro que el SARS-CoV-2 asumió un papel en un guion escrito de antemano: esto ha alimentado las lecturas complotistas que, a veces, se han hecho del simposio de octubre 2019; pero solamente significa que una pandemia como la que vivimos era plenamente previsible. Durante varias semanas, su moderada tasa de mortalidad (en torno al 0.5% o 1%) ha permitido mantener algunas dudas sobre la gravedad de la epidemia –dudas acentuadas por las desatinadas comparaciones con la gripe estacional, que afeccionaban los partidarios del business as usual. Hoy en día, la gravedad de las formas severas de la enfermedad, que no sólo ataca el aparato respiratorio sino también a los sistemas inmunitarios, neurológicos, digestivos y sanguíneo, así como el colapso de los servicios de urgencia que ella provoca, impusieron una evaluación muy distinta. La trayectoria actual de la pandemia deja suponer que la mortalidad que ella habrá provocado de acá a algunos meses podría acercarse a medio millón o un millón de muertos (o tal vez más, en función de la evolución en los países más vulnerables, especialmente en África). En cuanto a la mortalidad que se hubiera alcanzado en caso de no tomar ninguna medida seria de contención, se puede estimar (en base a las proyecciones realizadas para Gran Bretaña y los Estados Unidos) en varias decenas de millones de muertos a escala mundial[xiii].

Si bien comparar el Covid-19 con la gripe estacionaria resulta bastante engañoso, la comparación con otras causas de mortalidad puede ser pertinente. Voces del Sur insistieron que una enfermedad como el paludismo alcanza a 200 millones de personas y mata a 400.000 personas cada año, sin provocar mucha conmoción. Además, existen muchas otras causas de mortalidad generadas por el productivismo capitalista que están lejos de suscitar una movilización tan amplia como la que observamos frente a la actual pandemia. Se piensa en el derrumbe de la biodiversidad (¿cuántas especies desaparecidas o diezmadas?) o en el holocausto de mil millones de animales en los mega-incendios australianos de 2019. Incluso, si queremos considerar únicamente la mortalidad humana, la lista es larga y dolorosa: multiplicación de cánceres vinculados con el uso de pesticidas y otras sustancias tóxicas; enfermedades causadas por las perturbaciones endocrinas; síndrome metabólico (sobrepeso, diabetes e hipertensión) asociado a la alimentación industrializada y al modo de vida moderno (afecta ya a una tercera parte de la humanidad y, de hecho, es la principal co-morbilidad que arrastra a la muerte a una cantidad considerable de los enfermos de Covid-19); resistencia bacteriana provocada por el sobreconsumo de antibióticos (se estima que provoca 30 mil muertos cada año en Europa); muertes prematuras por la contaminación atmosférica (9 millones por año, solamente por las partículas finas), etcétera. En relación con este último punto, se ha podido notar, con toda razón, que la crisis del coronavirus también ha tenido efectos positivos, uno de los más visibles es la disminución de la contaminación industrial y urbana[xv]. Se estima que, en los primeros meses de 2020, ésta habría permitido evitar no menos de 53 mil muertos en China[xvii], lo que compensa ampliamente la mortalidad atribuida al Covid-19 (por lo menos según las cifras oficiales, muy probablemente demasiado bajas). Ciertamente los dos tipos de datos no son directamente comparables: las partículas finas no son la causa única y directamente constatable de las muertes, y la sobremortalidad que se le atribuye resulta de un cálculo estadístico, lo que es muy diferente a la situación de los enfermos del Covid-19, que saturan dramáticamente los servicios de urgencia. Con todo, es legítimo remarcar que, en contraste con el carácter brutal y espectacular de la pandemia provocada por el SARS-CoV-2, existen otras causas de mortalidad que no reciben la atención que merecen porque son continuas y menos visibles –o también porque afectan principalmente a poblaciones pobres del Sur. Además, habría que insistir, en particular, en la resistencia bacteriana que no hará más que acentuarse en las próximas décadas. No faltan razones para considerar que se trata de una de las fuentes potenciales de mortalidad más dramáticas del próximo siglo. Además de los virus, no hay que olvidar las bacterias entre los principales actores no humanos de los tiempos por venir.

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Podemos reconocer que las infecciones virales son fenómenos “naturales”, en el sentido que los virus tienen sus propios comportamientos e inclinaciones; pero el devenir de algunos de ellos está ampliamente orientado por las transformaciones de los medios naturales inducidas por las actividades humanas. Dos momentos de la historia humana son marcados por una multiplicación significativa de los saltos de especie y por la expansión de las pandemias que de ello resulta: en primer lugar, con el surgimiento de las sociedades agrarias en los inicios del Neolítico y, luego, con la generalización y la intensificación del productivismo capitalista y la brutal desorganización de lo viviente que se desprende de eso. Si la historia de las epidemias invita a acercar esos dos momentos de ruptura histórica, es claro que el segundo, propio del Antropoceno–Capitaloceno, se caracteriza por una intervención humana cuya escala perturbadora es incomparablemente superior.

Hay tres características asociadas que pueden ser consideradas como inéditas y directamente ligadas a las condiciones sistémicas del Capitaloceno:  a) el ritmo acelerado de aparición de nuevas zoonosis (ahora, aproximadamente una cada dos años), lo que significa que las barreras entre especies son cada vez más tenues; b) el hecho de que un buen número de las nuevas zoonosis impliquen especies salvajes (esto no se observaba antes y señala una destrucción sin límites de los espacios naturales anteriormente preservados); c) la difusión generalizada y extremadamente rápida de la pandemia, lo que hace del Covid-19 la primera pandemia verdaderamente global del mundo globalizado. Esto conduce a afirmar también que, cualquiera sea la mortalidad que finalmente habrá provocado, el Covid-19 no será la última de las grandes pandemias del siglo XXI ni, con toda probabilidad, la más devastadora.

El Covid-19 es una enfermedad grave, y sería peligroso minimizar su carácter mortífero. Pero, al mismo tiempo, es legítimo considerar que esta mortalidad no es más que un aspecto de un fenómeno destructivo aún más amplio: el capitalismo patógeno, a la vez ecocida y humanicida. Hasta ahora, ninguna civilización había producido tantos factores de multiplicación y generalización de enfermedades graves y también de destrucción del medioambiente. En base a estas precisiones, se puede afirmar que el SARS-CoV-2 es, junto con muchas otras causas de muerte y destrucción, una enfermedad del Capitaloceno. Si podemos decir que el siglo XXI comienza en 2020, es porque el Covid-19 nos hace sentir, por primera vez en una escala tan global y con una brutalidad tan palpable, lo que van a ser las catástrofes de una época en que ha llegado la hora de pagar las facturas del Capitaloceno. Decir que el SARS-CoV-2 es una enfermedad del Capitaloceno implica también, sin minimizar de ninguna manera su peligrosidad propia, señalar un agente patógeno aún más dañino (y que nos toca erradicar del planeta): el capitalismo mismo.

Pandemias, estrategias estatales e imperativos económicos

Más que describir en detalle la crisis sanitaria y su transformación en crisis económica, nos centraremos en las medidas tomadas por los Estados frente a la pandemia. El confinamiento generalizado que se impuso a escala planetaria y que trastorna nuestras existencias será, entonces, el centro de nuestra atención. Los comentarios al respecto abundan y, sin retomarlos en detalles, es preciso insistir en el carácter altamente desigualitario del confinamiento. La epidemia juega como reveladora y amplificadora de las desigualdades ya existentes, y la desigualdad es doble: a la vez frente a la enfermedad y frente a las condiciones de confinamiento. Muchas dualidades fueron ampliamente descriptas y denunciadas[xviii]: entre las categorías más privilegiadas que pueden optar por el teletrabajo y quienes están obligados a acudir a sus habituales lugares de trabajo, sin las medidas sanitarias necesarias y con salarios que son los más bajos; entre quienes se fueron a sus residencias secundarias en el campo y los que siguieron atrapados entre los muros de la ciudad; entre quienes se confinaron en confortables departamentos y los millones de personas que viven en casas insalubres, en una promiscuidad aún más difícil de soportar y nada propicia para las medidas de prevención; para no hablar de los “sin techo”, de los encarcelados, de las personas que se encuentran en centros de retención, o de las mujeres y niños confrontados con la violencia doméstica. Las desigualdades raciales coinciden en buena medida con la brecha social, al mismo tiempo que la refuerzan (por ejemplo, en los Estados Unidos, los afroamericanos llegan a representar 70% de los muertos por el Covid-19, incluso en estados donde no son más del 30% de la población). La gran exposición de las mujeres a la enfermedad ha sido también subrayada por el tipo de oficio que suelen desempeñar (enfermeras, empleadas en las cajas de los supermercados y, de manera más general, por la importancia de las mujeres en las actividades de cuidado). Pero, finalmente, las formas graves y la mortalidad afectan más a los hombres (en proporciones muy variables según los países). Las desigualdades son aún más fuertes a escala internacional: numerosos países del Sur tienen sistemas de salud muy frágiles o totalmente deficientes; los barrios insalubres pululan; la importancia del sector informal y la debilidad de las políticas sociales dejan a una parte considerable de la población sin ningún recurso desde el momento en que el confinamiento se generaliza. Es de temer que una amplia difusión de la enfermedad en esos países, especialmente en África, provoque una hecatombe aún mayor que en otros lados.

Hay que hacer notar que, en esas regiones, el Covid-19 es a menudo percibido como una “enfermedad de los ricos”. Es así como lo ha calificado Miguel Barbosa, gobernador del Estado de Puebla en México –el cual también agregó, en una tonalidad más próxima al mesianismo lopezobradorista, que “a nosotros, los pobres, la enfermedad no nos hará nada porque estamos inmunes”[xix]. De manera más justificada, numerosas voces del Sur criticaron una sobre-mediatización del coronavirus ligada con su difusión inicial en el Norte, en contraste con las enfermedades más habituales en el Sur, que no le interesan a nadie. También en África el Covid-19 se percibe como una enfermedad de las élites, porque los primeros en contagiarse fueron los miembros de la clase alta habituada a los viajes en avión y parte del jet-set trasnacionalizado (en algunos países, es innombrable la cantidad de ministros, altos funcionarios y generales infectados)[xx]. Esto contrasta fuertemente con el ébola, una enfermedad que venía de las zonas rurales de países afectados y golpeaba en primer lugar a los más pobres. Por lo tanto, si bien es irrefutable la acentuación de las desigualdades sociales frente al Covid-19, también es de subrayar que esta pandemia golpea “a la cabeza”. Es realmente una enfermedad de la globalización: alcanza primero las regiones más integradas al sistema-mundo global y, además, afecta fuertemente a las elites dirigentes. El caso de Boris Johnson es emblemático, pero hay que recordar que muchos jefes de Estado o de gobierno (comenzando por Angela Merkel y Donald Trump) estuvieron en contacto con portadores del virus y bien podrían haber contraído la enfermedad. Además, el número de ministros alcanzados por ella, tanto en Francia como en otros países, está lejos de ser anecdótico. Es un rasgo que hay que tomar muy en cuenta, aunque, a medida que la pandemia se generaliza, su difusión y sus efectos se hacen cada vez más conformes a las jerarquías sociales en vigor (como ejemplo de esto, se puede recordar que uno de los primeros decesos por Covid-19 en Brasil fue de una empleada doméstica obligada a seguir trabajando para su patrona, la cual se había contaminado durante un viaje turístico en Italia[xxi]).

Ahora tenemos que considerar las medidas tomadas por los gobiernos de los diferentes Estados frente a la progresión de la pandemia. ¿Se trata de un paso más en la generalización del Estado de excepción[xxii]? ¿De la apoteosis del control biopolítico de las poblaciones? ¿De la simple perpetuación de las liturgias de la religión económica? ¿O de todo esto a la vez? Podría ser útil comenzar por una descripción más precisa y una cartografía sumaria de las reacciones de los Estados. Las estrategias sanitarias frente a una epidemia viral de desarrollo rápido y para la que no existe ni tratamiento ni vacuna son esencialmente tres (claro que con múltiples variantes): primero, dejar que la enfermedad se propagase hasta que prevalezca la inmunidad de grupo (tal como se había hecho durante la gripe de Hong-Kong, en 1968-1970); segundo, optar por una contención estricta (con confinamiento general y la prohibición de la mayor cantidad posible de ocasiones de reunión y de actividades económicas), con el fin de bloquear drásticamente la ola epidémica y hacerla pasar bajo la línea de las capacidades del sistema hospitalario (lo que deja entero el problema de las posibles segunda y tercera olas); tercero, la atenuación que consiste en tomar medidas más livianas centradas en la prevención sanitaria, la restricción parcial de las actividades y el aislamiento de los enfermos, con el fin de atenuar la primera ola mediante medidas menos perturbadoras para la vida social y económica, y con una mayor circulación del virus que prepara más para las olas siguientes[xxiii]. Más concretamente, las políticas adoptadas por los distintos Estados del mundo se reparten entre tres polos principales.

A- El confinamiento hiper-autoritario encuentra su paradigma en el caso de China. Se sabe de la brutalidad de las medidas impuestas de un día para otro, a partir del 22 de enero, en Wuhan y en la región de Hubei (60 millones de habitantes) y, luego, en otras ciudades y regiones del país, con un efecto paralizante masivo en el funcionamiento de la llamada “fábrica del mundo”. Las modalidades de confinamiento fueron de las más estrictas, excluyendo todo motivo de salida hasta el de comprar alimentos, ya que las brigadas del Partido estaban encargadas de aportar a cada familia las provisiones necesarias. El rigor del control y de la represión no puede compararse con lo que pudo experimentarse en Europa o en el continente americano: hay que recordar que cualquier persona que difundía mensajes poniendo en duda la buena gestión gubernamental (por ejemplo, videos mostrando una situación desastrosa en los hospitales) era inmediatamente arrestada y con riesgo de ser desaparecida. Hoy en día, cuando después de dos meses y medio de encierro los habitantes de Wuhan comienzan a salir de sus casas, China despliega todos sus recursos propagandísticos para aparecer, ante los ojos de su población y del mundo entero, como un modelo de eficacia frente a la epidemia. Sin embargo, más allá de las polémicas sobre la cantidad de muertos (podrían ser 40 u 80 mil, en lugar de los 3 mil que mencionan las estadísticas oficiales), tendrá grandes dificultades para hacer olvidar sus fracasos en la gestión inicial de la enfermedad. Se conoce el caso del Dr. Li que lanzó la alerta del nuevo coronavirus y, por eso, fue encarcelado por las autoridades de Hubei, antes de transformarse en un héroe popular después de su muerte. Pero el fracaso es mucho más profundo. Después del SARS de 2003, China había creado un imponente dispositivo de detección precoz de los riesgos infecciosos. El centro de control y de prevención de enfermedades emplea 2.000 personas de planta permanente, y su misión es la de identificar, lo antes posible, cualquier enfermedad emergente, con el fin de bloquear su propagación. Pero las autoridades de Hubei impidieron que las señales de alerta lleguen hasta Pekin[xxiv]. Además, cuando la multiplicación de los casos empezó a ser muy rápida, el director del centro nacional de control llegó a tener conocimiento de ellos de manera indirecta, el 30 de diciembre. Pero la tendencia a minimizar la pandemia siguió prevaleciendo hasta el 22 de enero, día del anuncio de confinamiento de Wuhan y su región. Por ejemplo, cuatro días antes, un inmenso banquete de 40 mil personas, organizado por el Año Nuevo Lunar y a la gloria de Xi Jinping, tuvo lugar en Wuhan, a pesar de la expansión de la enfermedad[xxv]. Además, se estima que varios millones de personas dejaron la ciudad entre el anuncio del confinamiento y su ejecución efectiva, con las consecuencias que se pueden imaginar para la difusión de la epidemia. Con toda claridad, el funcionamiento deficiente de los mecanismos locales del Estado chino[xxvi], la corrupción generalizada que lo afecta, así como la voluntad de mantener a toda costa la vida del Partido, causaron una amplia difusión de la epidemia que habría podido ser reducida en un 95% si tres semanas no hubieran sido perdidas. Por lo tanto, en el momento de juzgar la eficacia de la gestión autoritaria de la crisis por el Estado chino, no hay que olvidar el desastre inicial que transformó en inoperante un sistema de detección que tenía que haber evitado el estallido de una vasta epidemia. Uno puede preguntarse si el rigor y hasta la brutalidad de la respuesta del Estado no es directamente proporcional a los errores que intenta ocultar o minimizar. Quizás esta hipótesis pueda también aplicarse a otros países.

B- Los dragones asiáticos, en particular Hong-Kong y Corea del Sur, parecen haber logrado medidas de atenuación precoces que permitieron, por lo menos en un primer momento, controlar la epidemia sin paralizar drásticamente la economía. Pero existe un conjunto de condiciones necesarias para hacer posible este tipo de respuesta: unas características geográficas específicas (con territorios de poca extensión y en situación de insularidad o casi insularidad); una preparación rigurosa heredada de la experiencia del SARS de 2003 (lo que permitió actuar en un estadio muy precoz de la epidemia); importantes medios materiales como una gran cantidad de máscaras, una gran capacidad de pruebas virológicas, una práctica masiva de la desinfección urbana (por ejemplo, en Seúl, los metros son enteramente desinfectados después de cada viaje); un sistema de salud eficiente (con 7 camas de cuidados intensivos cada mil personas, es decir, más que Alemania y el doble que Francia); y, además, el uso inmediato de técnicas de rastreo de los enfermos y de sus contactos por aplicación numérica[xxvii]. Aliando poderío económico y eficiencia estatal, Corea del Sur viene citada como ejemplo por haber podido achatar la curva de la epidemia, sin afectar demasiado a la maquinaria productiva.

C – Los hiperliberales darwinistas y los populistas iluminados se han negado lo más posible a sacrificar la economía a las exigencias sanitarias. Boris Johnson fue el defensor de esta actitud que consiste en dejar que la enfermedad se propague hasta que la generalización de la inmunidad colectiva resulte suficiente para que la epidemia se detenga. Sin embargo, tuvo que dar marcha atrás (aun antes de que el virus lo mande a cuidados intensivos), cuando resultó evidente que el costo humano de la inacción sanitaria iba a sobrepasar lo que era socialmente soportable (las proyecciones del Imperial Colege pronosticaban medio millón de muertos por el Covid-19 en Gran Bretaña). Con las idas y vueltas erráticas que lo caracterizan, Donald Trump trató de minimizar la gravedad de la epidemia y se negó, durante mucho tiempo, a tomar medidas que podían crear nuevas dificultades económicas. Su doctrina era clara: “no podemos dejar que el remedio sea peor que la enfermedad”, porque “la parálisis económica matará gente”. Como suele pasar, por la voz de Donald Trump habla la cruda verdad de la economía: es a ella a quien hay que salvar y eso debe imponerse sobre cualquier otra consideración. A pesar de ser campeón en esta materia, el vicegobernador de Texas le movió el piso declarando que las personas mayores, comenzando por él mismo, debían aceptar sacrificar su vida para la buena marcha de la economía y por el bien del país. En Brasil, Jair Bolsonaro siguió la misma ruta, minimizando la gravedad de la epidemia, multiplicando las mismas actitudes de desprecio hacia las medidas de prevención y rechazando todo lo que podía provocar la parálisis del país. En su caso, se agrega la insistencia en la necesidad para las clases populares de trabajar para sobrevivir, así como una justificación explícitamente religiosa: “Lo siento. Hay gente que va a morir, pero así es la vida”. O: “Nosotros debemos trabajar. Hay muertos, pero eso depende de Dios, no podemos parar todo”. Sin embargo, al igual que Trump, quien, a pesar de todo, terminó por aceptar las medidas sanitarias preconizadas por sus consejeros, Bolsonaro perdió la partida. Tuvo que enfrentarse con todos los gobernadores y perdió el apoyo del ejército, a tal punto que, cuando quiso destituir a su ministro de salud, los militares que participan en su gabinete se lo prohibieron, manifestando de esta manera que había perdido la mano sobre las decisiones gubernamentales[xxviii]. Al final, los adeptos más cínicos de una economía pura que no teme confesar su completa indiferencia por la vida humana tuvieron que retractarse y aceptar la tendencia global al confinamiento general.

Hay que agregar en esta categoría el caso, a primera vista distinto, del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador. Algunos ven en él un paladín de la izquierda progresista y, sin embargo, cuando inició la epidemia, igualó a Trump y a Bolsonaro al despreciar las medidas de prevención, al hacer mítines en donde abrazaba a sus admiradores, al rechazar ostensiblemente el gel hidroalcohólico que los miembros de su gabinete tenían que usar. Sus declaraciones no fueron menos sorprendentes. Explicó que no iba a pasarle nada a México, porque es un país de gran cultura y porque la lucha contra la corrupción permite tener un buen presupuesto para la salud. Y finalmente, haciendo caso omiso al carácter laico del Estado, exhibió las imágenes religiosas conservadas en su cartera y las presentó como su “escudo protector” y “sus guardaespaldas” contra el virus[xxix]. Al mismo tiempo, y pese a las advertencias que se multiplicaban en el país, rechazaba tomar medidas que podían afectar la actividad del país. Seguramente López Obrador no es el hombre de la economía pura, pero es la perfecta encarnación del “desarrollismo”, que es su versión progresista[xxx]. Basta ver, en el momento en que las medidas de distanciamiento social empiezan a entrar en vigor, con qué insistencia continuó dándole prioridad al inicio de los grandes proyectos de infraestructura, tal como el muy rechazado Tren Maya[xxxi]. Los casos de López Obrador, Trump y Bolsonaro muestran hasta qué punto el fanatismo de la economía (en sus diversas variantes) y el fanatismo de la religión se juntan y se entremezclan. La hipótesis benjaminiana del capitalismo como religión jamás pareció tan corroborada[xxxii].

Ahora bien, ¿qué pasa en los países europeos, y en particular en Francia? La duda y la improvisación han prevalecido con creces, en un contexto de falta de preparación, tanto a mediano plazo como frente a la inminencia de la pandemia anunciada. Contra toda evidencia, cada gobierno esperó que su propio país se librara del peligro (fue el caso de Francia, incluso cuando Italia ya estaba severamente afectada). Hay, en esta falta de preparación y en el déficit de anticipación, un destacado rasgo de presentismo[xxxiv] que, en Francia, alcanzó dimensiones criminales. Pero, también hay, sin más, una forma de denegación relacionada con la voluntad de creer que se puede evitar tomar medidas que atenten contra el buen funcionamiento de la economía. En Francia, el giro se produjo entre el 12 y el 16 de marzo[xxxv]. Es decir, entre las dos intervenciones de Emmanuel Macron en televisión, anunciando en la segunda el confinamiento general del país. Se suele decir que los pronósticos del Imperial College habrían jugado, también aquí, un papel determinante: la amplitud de la mortalidad prevista por el modelo matemático de pronto elevaba el costo político de la inacción o del déficit de la acción pública; la primacía de los intereses económicos ya no podía sostenerse.

Falta averiguar por qué se adoptó entonces la opción a) y no la b). En realidad, no se reunía ninguna de las condiciones necesarias para la implantación de esta última (la vía coreana). Era demasiada la falta de preparación y demasiado tarde para actuar en consecuencia. Sobre todo, faltaban todos los medios materiales: no había máscaras, ni pruebas, ni camas suficientes, ni cultura de la prevención. En este punto, la responsabilidad de las anteriores políticas de salud es enorme: otra estrategia hubiera sido posible, pero no en las condiciones de falta de preparación y penuria material de Francia que, como la mayoría de sus vecinos, resulta víctima de una especie de “tercer-mundización” provocada por décadas de neoliberalismo. Desde el momento en que se admitió la necesidad de limitar la propagación de un virus desconocido y algo perverso en su despliegue mortal, ya no había más solución creíble que la del confinamiento general. Ahora bien, falta por entender mejor el caso de algunos países europeos, empezando por Alemania, de la que curiosamente poco se habla. Organización eficaz, importantes medios materiales, generalización precoz de las pruebas y calidad del sistema hospitalario (dos veces más camas por habitante que en Francia), lo que sin duda explica un nivel de mortalidad más bajo, aun cuando las medidas de confinamiento son más suaves (como también sucede en Suecia). El estatus de excepción de la potencia dominante en Europa, ¿explicaría la posibilidad de una vía intermedia entre la de sus vecinos y la de Corea del Sur?

En resumidas cuentas, las decisiones de los Estados se dividen en tres polos principales: el minimalismo sanitario liberal-darwinista; la atenuación llevada a cabo por los Estados bien preparados y dotados de potentes medios materiales y técnicos; y las medidas de confinamiento generalizado, puestas en marcha de forma más o menos autoritaria. Hay que añadir que muchos gobiernos han dudado durante largo tiempo del camino que había que elegir, ya que se encontraban atrapados entre las exigencias sanitarias y la preocupación de perjudicar lo menos posible el buen funcionamiento de la economía; pero casi todos han acabado, con mayor o menor prisa o más o menos retraso, por unirse a la opción del confinamiento, que actualmente afecta a más de 4 mil millones de personas en el mundo.

Es sorprendente ver como los gobernantes, que son todos, en sus varias modalidades, buenos soldaditos del mundo de la Economía hayan optado, al menos en un principio, por estrategias tan diferentes. Por lo tanto, otros factores que en la exclusiva sumisión a los imperativos de la economía deben tenerse en cuenta: el grado de preparación y el nivel de potencia material (en otras palabras, el lugar en la jerarquía mundial del desarrollo capitalista); las diferentes tradiciones políticas y los modos variables de articulación entre Estado y economía que resultan de ello. Sin embargo, al final, la vía coreana, la única que permitía conciliar las exigencias sanitarias y los imperativos económicos, no era accesible más que para unos pocos elegidos. En cuanto a la vía hiperliberal-darwinista, es la verdad misma de la economía que se impone en detrimento de cualquier consideración sanitaria y de cualquier preocupación por la vida. Pero no pudo sostenerse frente a la amplitud de la mortalidad anunciada, y tuvo que ceder en todas partes. Quedando así sólo la opción a), la del confinamiento generalizado que, para detener el progreso de la epidemia, tuvo que paralizar la economía mundial.

Esto es, pues, lo más increíble. Muy a pesar suyo, y con todos los retrasos culpables que queramos y con todas las ambigüedades que no dejaron de apuntarse (entre un discurso marcial sobre el estricto respeto por el confinamiento y los esfuerzos por mantener la actividad en determinados sectores económicos, a todas luces no esenciales). Aun así, lo han hecho. Han hecho lo impensable y parado en buena medida la economía mundial, provocando de este modo una recesión -y pronto una crisis económica- bastante más considerable que la de 2008, que ya ha impuesto, a juicio del propio FMI, la comparación con 1929.

¿Cómo entender esto? ¿De repente habrá dejado de reinar la economía? ¿Por qué semejantes medidas? ¿Sólo porque es evidente que la prioridad es “salvar vidas”, como quisiera el discurso médico? Pero todas las vidas que no se salvan en el curso ordinario del mundo de la Economía nos recuerdan que aquí no hay ninguna evidencia que valga. El hecho de que no haya sido así durante las grandes epidemias del siglo pasado confirma la ausencia de cualquier evidencia. ¿Entonces, cómo no caer ni en la ingenuidad de una lectura “humanista” ni en la denuncia dogmática de la preeminencia siempre absoluta de los imperativos económicos?

¿A qué responde la exigencia, ampliamente adoptada por las políticas públicas, de “salvar vidas”? ¿Es la apoteosis de la gobernabilidad biopolítica? ¿El Leviatán estatal huele con esto la ocasión propicia para reforzar sus dispositivos de vigilancia y control, so pretexto del estado de urgencia sanitaria permanente en gestación? ¿Es porque en las actuales condiciones está en juego “la capacidad de los Estados de asegurar la reproducción de las relaciones sociales”, mediante los servicios públicos básicos[xxxvi]? ¿O de salvaguardar los “recursos humanos” amenazados por el virus?

Tal vez no esté de más interesarnos en lo que se perfila como el discurso oficial emergente en tiempos de coronavirus. El artículo que la directora del FMI y su homólogo de la OMS, Kristalina Georgieva y Tedros Adnom Ghebreyesus, han co-firmado en el Daily Telegraph del 3 de abril, es sin duda una pieza clave de este[xxxvii]. Intenta disolver la contradicción entre la preocupación sanitaria y el imperativo económico: “todos los países se enfrentan a la necesidad de contener la propagación del virus a costa de la parálisis de su sociedad y de su economía” afirman, antes de rechazar que se trate de un dilema: “salvar vidas o salvar medios de subsistencia? Controlar el virus es una condición necesaria para salvar medios de subsistencia”; “el curso de la crisis sanitaria mundial y el destino de la economía mundial están inseparablemente entrelazados. Es necesario luchar contra la pandemia para que la economía se recupere”. Es difícil imaginar que un mensaje común procedente de estos dos organismos internacionales pudiera decir algo más que afirmar esta hermosa unidad de las exigencias sanitarias y económicas. Sin embargo, es significativo que las medidas derivadas de la lucha contra la pandemia no se presenten como un obstáculo para el funcionamiento de la economía, sino como una condición para restaurar el buen funcionamiento de ésta. Bill Gates, muy implicado en las cuestiones sanitarias y co-organizador de Event 201 Scenario, añade algunas aclaraciones: “nadie puede proseguir con el business as usual. Cualquier equívoco en cuanto a este punto no haría más que agravar las dificultades económicas y aumentar las probabilidades de que el virus regrese causando aún más muertes”; “si tomamos las decisiones correctas, basándonos en la información científica, en los datos y en la experiencia de los profesionales de la salud, podemos salvar vidas y hacer que el país retorne al trabajo”. Tras la conjunción de las exigencias sanitarias y económicas, se dibuja (como también se percibe en la columna de Y. Harari) la triple alianza de los actores del capital, de un poder político ilustrado y de los expertos de la ciencia.

Esta ideología, dibujada a nivel mundial y que plantea la articulación supuestamente no conflictiva entre preocupación sanitaria e imperativos económicos, es sin duda llamada a incrementarse en los próximos tiempos. Seguramente ofrezca a las grandes empresas un vasto campo comunicacional, en el que el health-washing podría competir con el green-washing por ahora de moda, al adoptar la siguiente retórica: “como pueden ver, ponemos la vida por encima de las ganancias”[xxxviii]. En lo inmediato, prohíbe omitir las consecuencias de la pandemia en términos de mortalidad y de desorganización (a la vez social, política y en las mismas cadenas de producción ). En el mundo de la Economía no se puede actuar con un desprecio manifiesto y explícito de millones de vidas humanas, sin embargo, “salvar vidas” no vale tanto en sí mismo sino por el hecho de ser una necesidad para la economía misma.

Los Estados siguen siendo engranajes esenciales de la maquinaria económica globalizada. Lo olvidamos a veces, porque el funcionamiento normal de ésta hace prevalecer una integración creciente, o hasta fusional, de las esferas políticas y económicas. Pero, apenas se acentúan las dificultades, los Estados recobran un papel que sólo en apariencias es más autónomo: frente a los factores de la crisis económica, actúan como garantes en última instancia de los mercados, como poderosamente hacen en este mismo momento; frente a las crisis sociales, deben actuar combinando promesas de cambio y formas cada vez más invasivas de control y represión; frente a las crisis sanitarias, deben actuar para preservar la vida y la salud de las poblaciones. No hacerlo, o hacerlo de manera ineficiente, implica exponerse a un descrédito mayor ‒en un contexto en que, por todas partes, la credibilidad de los gobernantes se ve seriamente debilitada, incluso tambaleante‒. Por lo demás, como ya sugerimos, la intensidad de las medidas tomadas parece a veces proporcional a los errores cometidos, a la falta de preparación y a los retrasos culpables que los gobernantes tratan de ocultar o hacer olvidar, ante las expresiones de rabia de la gente (y las iniciativas judiciales en curso o por venir, en contra de los gobernantes, no son más que un aspecto secundario de esta). En fin, tal vez deberíamos tener en cuenta un factor adicional que viene a reforzar el peligro de desorganización política y económica creado por la pandemia del Covid-19. Como vimos, se trata de una enfermedad que pega al centro y arriba: se difundió primero por las zonas más importantes del mundo globalizado y se extendió rápidamente en los círculos dirigentes (jefes de estado o de gobierno afectados o en riesgo de serlo, ministros y diputados, generales y altos funcionarios, hombres de negocios, etcétera). Es posible que el riesgo de desorganización de las cadenas de mando, en caso de propagación no contenida de la pandemia, hubiera sido muy elevado: entonces, salvar vidas es real y directamente salvar el buen funcionamiento del mundo de la Economía. ¿La reacción hubiera sido la misma si la pandemia se hubiera propagado exclusiva o prioritariamente entre las poblaciones pobres de los países del Sur?

D – Antes de concluir esta parte, debemos evocar un caso sensiblemente diferente, pero que podría resultar muy esclarecedor. Mientras el presidente mexicano exhibía día tras día su denegación frente a la gravedad de la enfermedad y su rechazo a tomar medidas serias de prevención y protección, los zapatistas han sorprendido por la anticipación y la claridad de su reacción. En su comunicado del 16 de marzo, el EZLN declaró la alerta roja en los territorios rebeldes, recomendó a las Juntas de Buen Gobierno y a los Municipios Autónomos cerrar los Caracoles y demás espacios públicos e invitó a los pueblos del mundo a adoptar “medidas sanitarias excepcionales” frente a la enfermedad, sin por ello abandonar las luchas en curso[xxxix]. Este anuncio es aún más significativo en cuanto las autoridades del Estado federal no eran en ese momento las únicas voces en minimizar el peligro de la epidemia (entonces, muy poco difundida en México). Inspirados por su desconfianza hacia las imposiciones estatales ‒y a veces también, más específicamente, por declaraciones como las de Giorgio Agamben sobre “la invención de la epidemia” instrumentalizada para generalizar el estado de excepción, o sobre la miseria de una “vida nuda”, privada de todo contacto físico‒ fueron muchos quienes, en los ámbitos críticos, empezaron por rechazar las medidas de distanciación social o de confinamiento y las objetaron con el deber de resistencia. En los días que siguieron al comunicado zapatista, los encargados de la salud autónoma grabaron audios para compartir la información disponible en cuanto a los síntomas de la enfermad y sus formas de contagio. También recomendaron medidas de prevención y contención, como la suspensión de las reuniones o la puesta en cuarentena de las personas que regresaban de otras regiones[xl]. Pero fueron las propias comunidades las que tuvieron que tomar las decisiones que consideraban pertinentes, en función de la situación particular de cada lugar.

Esta experiencia ‒que sin duda no es la única del género y que seguro se reprodujo en donde las tradiciones comunitarias permanecen sólidas‒ nos permite visualizar mejor lo que podría ser una salud popular y auto-organizada. También permite comprender que medidas tan drásticas y pesadas como el confinamiento o la imposibilidad de tocarnos y abrazarnos se vuelvan odiosas de verdad sólo por las formas que toman cuando son impuestas por el Estado y apoyadas por controles policiales y medidas represivas. Pero también pueden existir formas de distanciación o de confinamiento decididas en colectivo y auto-organizadas, es decir, muy alejadas de los marcos estatales.

***

La pandemia provocada por el SARS-CoV-2 vino a abrir una brecha entre la exigencia sanitaria de protección de las poblaciones y la continuación del funcionamiento de la maquinaria económica. La vía que permite conciliar estas dos preocupaciones con el menor grado de dificultades resultó inaccesible para la mayoría de los países, por falta de preparación y de medios materiales ‒presentismo, neoliberalismo y asimetrías planetarias conjugaron aquí sus efectos. La vía cínica del sacrificio declarado de las vidas humanas al dios Economía acabó por mostrarse políticamente insostenible. Las drásticas medidas de contención y confinamiento que, por lo tanto, se tuvieron que tomar llegaron a paralizar una parte considerable de la economía mundial. Aunque la nueva versión de la ideología dominante globalizada se dedica a afirmar que no hay contradicción entre la razón sanitaria y la razón económica ‒siendo la lucha contra la pandemia la condición del regreso al funcionamiento normal de la segunda‒, es obvio que las políticas adoptadas mundialmente han ido, a corto plazo, en contra de los imperativos estrictamente económicos, hasta el punto de provocar la crisis económica más grave desde hace casi un siglo.

En este contexto, se hace evidente que los Estados intentan sacarle el mayor partido posible a la situación de urgencia sanitaria, imponiendo un estricto control a las poblaciones: refuerzo de la intervención policial (o militar), perfeccionamiento de las técnicas de vigilancia y control ‒en especial a través de las aplicaciones digitales de “contact tracing” de los contagios‒, medidas de excepción con tendencia a mantenerse de manera permanente, suspensión de derechos laborales, generalización del tele-trabajo y de la tele-enseñanza, aislamiento que permite quebrar solidaridades y movilizaciones colectivas emergentes, etcétera. La “estrategia del shock” ‒que consiste en justificar medidas impopulares por la necesidad de responder a la gravedad de la crisis en curso-[xli] está en marcha como nunca (y debe ser combatida como tal); pero atenerse a este análisis equivaldría a ver tan sólo una parte de la realidad. La crisis sanitaria es muy real y ha obligado a la mayoría de los gobiernos a tomar medidas que van en contra de sus prioridades habituales. La comprensión de este giro ‒sin dudas provisorio y justificado en nombre de la misma economía por el nuevo discurso dominante globalizado‒ deberá dar lugar a análisis más profundos. Pero ya podemos hacer la siguiente puntualización: en vez de considerar las medidas de confinamiento únicamente como la expresión abstracta del carácter autoritario del Estado, como la quintaesencia del control biopolítico de las poblaciones o como la simple perpetuación de la todopoderosa economía (análisis que por lo demás son necesarios), estaría bueno admitir que las drásticas medidas de contención de la pandemia están cargadas, para los propios dominantes, de fuertes tensiones ‒como también lo es el momento de poner fin al confinamiento-. Pese al carácter aplastante de las formas de dominación y su tendencia a reforzarse constantemente, no deberíamos olvidar que los gobernantes y las élites mundiales actúan bajo la amenaza constante de un alto nivel de descrédito, de pérdida de confianza, de insatisfacción y de enojo que ha conducido, en los dos últimos años, a levantamientos populares de una magnitud totalmente inesperada, tendencias que sólo pueden acentuarse a raíz de la crisis del coronavirus.

Pandemia y mundos por venir: tendencias y oportunidades

En estos tiempos bastante deprimentes de urgencia sanitaria, de permanentes cuentas macabras y encierros impuestos, algunos se preocupan por lo que es posible hacer desde ahora y muchos especulan sobre las oportunidades del después del confinamiento. Sobre este punto, especialmente importante, es mejor remitir a los procesos colectivos en curso o por venir. Y conviene empezar por identificar las tendencias que ya parecen activas y que tienen altas posibilidades de estarlo aún más en el mundo de después. Estas tendencias son enormemente adversas, pero tampoco podemos dejar de tomar en cuenta algunas oportunidades más favorables de las que deberíamos sacar el máximo provecho.

Aunque muchos sueñan con un amplio examen de conciencia de una civilización al fin confrontada a sus límites y sus efectos mortíferos, tenemos que reconocer que las fuerzas sistémicas que han conducido el sistema-mundo globalizado al punto en que está, no han desaparecido mágicamente por la única virtud de un virus vengador. Siguen actuando y maniobrando ‒y siguen siendo dominantes‒. Por lo tanto, es más que probable que impongan, en cuanto lo permitan las condiciones sanitarias, una vuelta al business as usual más agresivo que antes. Claro que todo dependerá de la amplitud de la crisis económica, que corre el riesgo de acentuarse rápidamente en los Estados Unidos, con el aumento vertiginoso del desempleo (que podría alcanzar 30 millones de personas adicionales), el incumplimiento de los plazos por parte de las familias endeudadas y la consiguiente crisis bancaria que acentuaría la secuencia anunciada de quiebras empresariales. Pero una vez pasados estos episodios extremos, la tendencia a retomar el curso ordinario de la economía debería prevalecer, asumiendo la necesidad de una pronta recuperación y, tal vez también, aprovechando un consumo de compensación. Es más que probable que las urgencias de la reactivación económica, unidas a los imperativos de una restricción presupuestaria, una vez más justificada por el endeudamiento y los déficits descomunales provocados por la crisis sanitaria, relegaran a un segundo plano los problemas climáticos y ecológicos, posponiendo los escasos logros en curso o esperados[xlii]. Por otra parte, ya se dijo todo o casi todo sobre la estrategia de shock, en curso o por venir, que permite y permitirá reforzar las medidas de excepción, la violación de las libertades so pretexto de estado de urgencia, la intervención permanente y discriminatoria de las fuerzas policiales, las formas de vigilancia y control[xliii], etcétera. Sin embargo, si la crisis sanitaria permite reforzar estas tendencias, debemos recordar que ya estaban, en gran medida, presentes anteriormente. Es evidente que el régimen chino no necesitó del coronavirus para imponer a su población un control generalizado y espantosamente represivo, basado desde hace tiempo en las técnicas digitales[xliv].

Ahora bien, ¿la crisis del coronavirus podría suponer cierta inflexión en el despliegue de las fuerzas sistémicas? Dos puntos parecen casi conseguir la unanimidad, hasta en los círculos dirigentes y mediáticos. Se trata, primero, de la necesidad de reubicar ciertas industrias cuyo carácter vital se hizo evidente en medio de la crisis, principalmente la farmacéutica ‒por no hablar de las máscaras de papel, elevadas al estatus de criterio decisivo de soberanía de las mayores potencias mundiales (¡al menos están inmunizadas contra el ridículo!)‒. Según Thierry Breton, comisario europeo para el mercado interior, esta reubicación futura ya puede considerarse como un hecho. Pero, evidentemente, sería temerario considerar esto como una conversión a la desglobalización: posiblemente no se tratará más que de un reajuste en las cadenas de producción, en medio de una globalización continuada. En segundo lugar, se insiste a menudo en una probable revalorización de los servicios públicos, incluso en un regreso al Estado de Bienestar. Pero, ¿debemos creer en la repentina conversión de quienes, como Emmanuel Macron, tras haber sido fieles servidores de la economía neoliberal, parecen hablar de repente el lenguaje de la intervención del Estado en beneficio del interés colectivo? ¿Debemos creer a quienes, con una cantinela recurrente desde hace años, anuncian el fin del neoliberalismo? El truco es demasiado pobre y el asunto ya se ha explicado con toda claridad: las políticas (neo)liberales siempre han necesitado del Estado, tanto para implementarlas (en el caso del neoliberalismo, durante los años 1980) como para fungir como garante en última instancia, de modo que, en caso de crisis, es al Estado al que se llama para socializar las pérdidas, mientras que, cuando la máquina arranca de nuevo, se retira para dejar vía libre a la privatización de los beneficios. Fue lo que pasó en 2008-2009 y no hay razones para que ocurra de otro modo esta vez. No obstante, aunque los parámetros fundamentales del neoliberalismo apenas se vieron afectados, las turbulencias del pos-2008 se han caracterizado por intervenciones estatales más visibles, por supuesto menos en el ámbito social que en su dimensión policial y represiva. Es muy probable que esta evolución se acentúe, hacia lo que ha sido calificado de (neo)liberalismo autoritario[xlv]. Sin embargo, resulta difícil imaginar cómo sería posible, tras haber celebrado tanto la heroica entrega del personal de salud, que no parezca que se hacen al menos algunos gestos significativos para con ellos. Tampoco se ve cómo sería posible hacer oídos sordos a una potentísima demanda social en materia de salud y cuidados. Difícilmente se podrá evitar un aumento de gastos en este campo, aunque no dudamos que la aplicación de las promesas realizadas bajo la urgencia y la necesidad absoluta de contener el enojo del personal de salud se valdrá de todos los ardides posibles para priorizar, antes que el aumento indispensable de medios y puestos de trabajo, las mismas medidas de reorganización y racionalización que condujeron a las deficiencias y penurias destapadas por la crisis del coronavirus.

En términos generales, lo que se perfila es totalmente ambivalente. No hay ninguna dinámica unilateral, sino tendencias sumamente contradictorias. Por un lado, podemos anticipar algunos reajustes en las dinámicas continuadas de la economía globalizada (profundización de sus debilidades, principalmente en el déficit de crecimiento y en su colosal sobre-endeudamiento), pero también una intensificación de los impulsos autoritarios y liberticidas, con una nueva vuelta de tuerca en la generalización del estado de excepción y la ampliación de técnicas de control y vigilancia. Pero, esto no se puede disociar de otra tendencia, ya presente anteriormente y que debería acentuarse aún más por la crisis del coronavirus: un potente movimiento de deslegitimación tanto de las élites dirigentes como de las políticas neoliberales que aplican[xlvi]. Confluyen aquí tres dimensiones: la pérdida de credibilidad de los gobernantes y la insatisfacción creciente ante una democracia representativa estancada (estando las verdaderas causas de estos procesos íntimamente relacionadas con la subordinación estructural de los Estados frente a las fuerzas transnacionalizadas de la economía[xlviii]); un grado del nivel de profundización de las desigualdades sociales que las vuelve, de ahora en adelante, cada vez más inaceptables; y por último, la conciencia agudizada, sobre todo entre los jóvenes, del daño ecológico provocado por el productivismo de la producción capitalista. Más allá de las características y de los motivos específicos de cada uno de ellos, los levantamientos mundiales de los dos últimos años muestran la magnitud de la deslegitimación de las élites y de las políticas neoliberales. Tras cuatro décadas de omnipotencia del “pensamiento único” neoliberal, este ha empezado a acumular en lo sucesivo decepciones y fracasos, al menos a nivel ideológico. Se trata de un hecho importante, que sin duda determina ampliamente las actuaciones de los gobiernos, conscientes de la amenaza de ser desechados, ya sea por la oleada populista o por verdaderos levantamientos populares.

Es de suponer que la crisis del coronavirus, en su durante y su después, sólo puede reforzar esta tendencia. En efecto, brinda múltiples elementos para una condena inapelable de las políticas neoliberales aplicadas en el sector de la salud, ya que son la causa directa de una falta de medios y preparación, cuya dimensión criminal se ha puesto de manifiesto ante todos. Por lo contrario, salió a la luz la enorme necesidad de servicios públicos, para responder a las exigencias de cuidado, solidaridad y protección de los más vulnerables. Por otra parte, los niveles de desigualdad generados por décadas de neoliberalismo se manifestaron con más violencia aún bajo el prisma de las situaciones surgidas de la crisis sanitaria. Es el caso de las clases populares obligadas a trabajar por salarios que se han vuelto doblemente indecentes, teniendo en cuenta los riesgos contraídos y las numerosas muertes en el campo laboral, pero también el carácter de alta necesidad, de repente reconocido, de tareas otrora despreciadas y desconsideradas. Además, no se descarta que la urgencia absoluta de la crisis sanitaria aporte mayor sensibilidad frente a la amenaza del calentamiento climático, “urgencia lenta” pero aún más peligrosa que el Covid-19. Por último, la gestión gubernamental de la crisis del coronavirus tiene que convencernos del carácter engañoso de la supuesta necesidad de austeridad presupuestaria y de la imperiosa sumisión a las reglas de la competencia mundial: en unos cuantos días, los gobiernos han movilizado centenas, incluso miles de miles de millones para sostener la economía, demostrando así que, frente a un peligro serio, podían actuar sin ningún límite de costo (“whatever it takes”). No hay ninguna razón para pensar que, en el mundo de la economía, semejantes cantidades puedan movilizarse para enfrentar los peligros menos tangibles y más lejanos del calentamiento climático, pero esta diferencia será cada vez más difícil de justificar ante el aumento de las preocupaciones ambientales.

En suma, la profundización del movimiento de deslegitimación de los gobernantes y las políticas neoliberales es más que probable. Pero esto no significa que podamos predecir el fin del neoliberalismo, ni tan siquiera afirmar que la crisis del coronavirus proporcionará el terreno propicio para el resurgimiento de políticas keynesianas, por ejemplo, bajo la forma del Green New Deal defendido por el ala izquierda del Partido Demócrata en los Estados Unidos. Se trata más bien de destacar la doble tendencia hacia la creciente deslegitimación de las políticas neoliberales y, al mismo tiempo, la continuación de éstas, desde el momento en que corresponden a las lógicas estructurales del capitalismo globalizado y financiarizado. Estos dos movimientos provocan una tensión cada vez más explosiva, por un lado con la imposición de las políticas requeridas por las fuerzas dominantes del mundo de la Economía, con medidas cada vez más autoritarias si fuera necesario, y por otro, la insuficiente afirmación de la dominación y la probabilidad creciente de explosiones sociales. El refuerzo de las técnicas de control y represión, ahora adoptadas en nombre de la salud y la protección de la vida, seguramente se usará para contrarrestar estos riesgos; pero no los hará desaparecer. Hasta puede que este refuerzo se deba a este riesgo que, por lo demás, puede agravarse tratando de contenerlo. La resolución de semejante tensión es altamente incierta. Es lo que se están jugando las luchas en curso, tanto desde el punto de vista de la dominación como de aquellas y aquellos que la rechazan.

Es en este contexto en el que podemos intentar detectar algunas oportunidades para acrecentar posibilidades ya en marcha. Nos ceñiremos a algunas notas telegráficas, en espera de elaboraciones colectivas en curso y por venir.

-“No confinarán nuestra rabia”. La rabia, por ahora contenida, ya se desborda. Rabia frente al carácter criminal de las políticas de los gobernantes que han sometido el hospital público a repetidas políticas de austeridad y se mantuvieron sordos a las insistentes reivindicaciones del personal de la salud. Rabia por la falta de preparación frente al peligro epidémico (desmantelamiento, en Francia, del Instituto de preparación y respuesta a las urgencias sanitarias, creado en 2007; incapacidad en reabastecer los depósitos de máscaras y pruebas al acercarse la epidemia, etcétera). Rabia ante la ausencia de medios materiales y de organización para contener la propagación del virus en las residencias de ancianos. ¿Cuántos contagios y fallecidos entre los médicos y el conjunto del personal de salud que tuvieron “que ir al frente sin armas”? ¿Cuántos contagios y fallecidos entre los candidatos en las elecciones municipales y los asesores en las mesas electorales, el 15 de marzo? ¿Cuántos contagios y fallecidos provocados por los controles policiales efectuados sin protección y con rudeza? ¿Cuántos contagios y fallecidos entre las cajeras y los empleados de supermercados, obligado.a.s a trabajar sin protección adecuada? ¿En las fábricas, transportes, almacenes de Amazon o entre los repartidores a domicilio? Sobran motivos para una tremenda rabia. Algunos médicos hacen un llamamiento a “la insurrección general de todos los profesionales de la salud”[xlix]. Otros impulsan llevar a los tribunales a los miembros del gobierno. Se avecinan innumerables acciones. Bajo la contención del confinamiento, ruge una poderosa ola de rabia. Una rabia que no tiene nada de ciego y que, al contrario, se esfuerza por desvelar lo que los gobernantes tratan de ocultar. Un justo enojo, una digna rabia, como dicen los zapatistas. Con la que reavivar, tal vez, la llama de la rebelión de los Chalecos Amarillos. Tenemos, al menos, algunos motivos para barajar una chalecoamarillización del pos-confinamiento ‒a pesar de la vuelta de tuerca que el gobierno se prepara a dar, precisamente por esto‒.

-“Paramos todo, reflexionamos y no es nada triste”, decía Gébé[l]. La versión Covid-19 de El año 01, es más bien: ellos paran todo, no es muy alegre, pero al menos podemos reflexionar. Sin duda, la posibilidad de esta gran introspección y del examen de conciencia no está repartido con igualdad. Mueve, en primer lugar, a las clases medias y acomodadas, confortablemente confinadas; para otros, por el contrario, la carga de trabajo aún es mayor que de costumbre, las condiciones de sobrevivencia más precarias y las inquietudes del día a día más apremiantes. Pero no quita que los ritmos impuestos por la maquinaria económica se hayan aflojado significativamente; la presión aceleracionista e inmediatista se hizo menos intensa. En Francia, 8 millones de asalariados están en el desempleo parcial y reciben una parte considerable de su salario sin trabajar. Mucho tiempo liberado, aunque las condiciones establecen límites draconianos en cuanto a su uso. La experiencia de una existencia sobre la que las obligaciones del trabajo se atenúan representa una puerta entreabierta hacia posibilidades que las rutinas del día a día sobresaturado de actividades ni siquiera dejaban entrever. Si la falta de tiempo es una de las principales patologías del homo œconomicus, el confinamiento crea la situación inversa de una enorme disponibilidad de tiempo, aunque, a menudo, no sepamos muy bien en qué emplearlo más que en teclear frenéticamente en el celular, o en aumentar la audiencia de las grandes cadenas de información. Sin embargo, pese a todos estos límites, la conjunción de tanta rabia contra una realidad cada vez más desacreditada y la ruptura de la temporalidad que sacude los hábitos más arraigados, trae consigo un potencial nada despreciable de críticas, cuestionamientos y, tal vez, de apertura a múltiples e ínfimas bifurcaciones. La crisis del coronavirus puede ayudarnos a ver un poco mejor lo que ya no queremos y, tal vez también, lo que podría ser un mundo en que produjéramos menos, trabajáramos menos, contamináramos menos y tuviéramos menos prisa. Este contexto de crisis, en el que además la cuestión de la muerte se oculta menos que de costumbre, otorga un lugar singular a preguntas como: ¿qué es lo realmente importante? ¿Qué nos importa de verdad? Aquí están algunas de las semillas potencialmente creativas de la situación presente.

-Parar la economía. Muchos lo soñaban, ¡el virus lo ha hecho! Partiendo de este punto, es lógico pretender rechazar cualquier reactivación de la economía y cualquier forma de regreso a la normalidad. Pero falta tener los medios para oponerse en lo concreto. Al menos debemos destacar que la crisis del coronavirus ofrece una experiencia a escala real de un bloqueo generalizado de la economía (en Francia, el 35% de la actividad global y el 44% de la actividad industrial se han parado). Aunque se trata en parte de un auto-bloqueo, no hay que pasar por alto el uso masivo del “derecho de retirada”[li] por parte de los asalariados, así como de otras formas de presión, e incluso de la huelga: en Italia por ejemplo pero también en otras partes. La hipótesis de una práctica generalizada de bloqueo, afectando al mismo tiempo a la producción, a la circulación, al consumo, a la reproducción social, a los proyectos de infraestructura, que ya había reactivado el movimiento de los Chalecos Amarillos, podría verse reforzada. El episodio actual de auto-bloqueo de la economía bajo presión sanitaria podría, de este modo, ayudar a visibilizar mejor los sectores productivos poco útiles o nocivos cuyo bloqueo duradero difícilmente daría lugar a consecuencias nefastas y, por lo contrario, sería muy benéfico para atenuar las causalidades de futuras catástrofes.

-Las prácticas de apoyo mutuo y auto-organización no esperaron la crisis del coronavirus para (re)surgir y mostrarse como la base concreta de mundos deseables y de nuevo habitables. Pero las condiciones de existencia impuestas por la pandemia y las medidas tomadas desde arriba para contenerla solo pueden reforzar su necesidad y su relevancia[lii]. La experiencia de la epidemia hace surgir, en primer lugar, la importancia de prácticas auto-organizadas de cuidados: casas de salud autónomas, redes de habilidades compartidas o cualquier otra forma de organización alternativa en este campo hubieran permitido hacer surgir de manera colectiva las medidas sanitarias necesarias para enfrentar la epidemia, tal como lo hicieron los zapatistas, en lugar de darle al Estado el placer de imponérnoslas de manera coercitiva y represiva. La situación creada por la pandemia también plantea con mayor intensidad la cuestión de la auto-producción, principalmente alimenticia, y de las redes auto-organizadas de abastecimiento, las cuales resultan cruciales bajo la amenaza latente de penurias, en primer lugar, en las ciudades. En fin, el entramado reforzado de prácticas de apoyo mutuo y auto-organización debería conducir, lógicamente, a aumentar el deseo de hacer surgir formas de auto-gobierno comunal, que permita a los colectivos de habitantes tomar ellos mismos las decisiones derivadas de opciones de vida auto-determinadas.

***

El coronavirus puede ser considerado como un revelador y un amplificador de tendencias ya presentes anteriormente. No podría ser él solo el operador de un giro o de un volteo histórico radical; no es el Mesías que condena al colapso final a una civilización pervertida. Aun así, la crisis provocada por el SARS-CoV-2 es un auténtico acontecimiento que ha obligado a los gobernantes del planeta a invertir provisoriamente las jerarquías del mundo de la Economía, para asegurar su reproducción duradera. Sumergiéndonos por primera vez a semejante escala y con efectos tan palpables en el tipo de catástrofes características del siglo que viene, el virus actúa también como acelerador del tiempo histórico. En esto, aun cuando la crisis inmediata es sanitaria y no climática, ya nos hace sentir el costo exorbitante del Capitaloceno. Hace tangible lo que se perfila en el horizonte. Y sin embargo es poco probable que sea suficiente para provocar un cambio de trayectoria, con más razón si consideramos que la lectura naturalizante de la epidemia bien podría imponerse.

Decir que el coronavirus sólo amplifica las tendencias ya presentes desde antes, de ninguna manera significa que todo se reanudará por igual. Profundizar las tendencias anteriores, y en particular reforzar los antagonismos y tensiones resultantes de estas tendencias crea una mayor apertura hacia los posibles, sobre todo en una situación caótica en la que prevalece una extrema inestabilidad. Los ritmos han sido perturbados. Muchas certezas han sido socavadas. Varios equilibrios han sido modificados y no pocas prohibiciones levantadas, por lo menos provisoriamente. En estas circunstancias, los posibles de antes se vuelven un poco más posibles que antes. Claro, esto sirve tanto para reforzar las formas de dominación ‒que bien podrían añadir a su amplia gama, el estado de excepción sanitario permanente‒ como para todas aquellas y aquellos dispuestos a actuar seriamente para recuperar o encontrar mundos habitables, liberados de la tiranía de la Economía.

París (confinada), 12 de abril de 2020

[actualización, 19 de abril de 2020]

Publicación original en francés: Lundimatin. Traducción al castellano para Comunizar: Sagrario da Saúde y Marita Yulita, revisada y actualizada por el autor.

Notas:

[i]           Covid-19 El siglo XXI empieza ahora (versión completa de un texto publicado inicialmente en Le Monde).

[ii]          https://www.perfil.com/noticias/opinion/yuval-noah-hrari-coronavirusliderazgo-humanidad.phtml (texto inicialmente publicado en Time).

[iii]         https://www.perfil.com/noticias/opinion/yuval-noah-hrari-coronavirusliderazgo-humanidad.phtmlhttps://www.lemonde.fr/idees/article/2020/04/05/yuval-noah-harari-le-veritable-antidote-a-l-epidemie-n-est-pas-le-repli-mais-la-cooperation_6035644_3232.html  (texto inicialmente publicado en Time).

[iv]         James C. Scott, Against the Grain. A Deep History of the Earlier States, Yale University Press, 2017.

[v]          Bruce Campbell, The Great Transition. Climate, Disease and Society in the Late Medieval World, Cambridge University Press, 2016, así como https://rmblf.be/2016/07/09/podcast-bruce-m-s-campbell-the-environmental-origins-of-the-black-death/.

[vi]         Pierre Veltz, https://www.telos-eu.com/fr/societe/covid-19-meme-en-temps-de-crise-un-peu-de-recul-ne.html.

[vii]        Rob Wallace, Big Farms Make Big Flu, Monthly Review Press, 2016.

[viii]       https://www.thelancet.com/journals/lancet/article/PIIS0140-6736(20)30183-5/fulltext.

[ix]         Las informaciones recientes orientan las sospechas en cuanto al origen del SARS-Cov-2 hacia el Instituto de virología de Wuhan. La hipótesis de un virus creado artificialmente en laboratorio es descartada por la mayoría de los científicos, pero que un error de seguridad haya producido accidentalmente la contaminación inicial resulta muy posible. Cabe destacar la enorme importancia del instituto de virología de Wuhan: incluye el primer laboratorio P4 en China (permite trabajar con los patógenos más peligrosos, con un nivel de alta seguridad). Fue terminado de construir en 2015, acreditado en 2017 e inaugurado en presencia del primer ministro francés, Bernard Cazeneuve (https://www.franceculture.fr/sciences/le-laboratoire-p4-de-wuhan-une-histoire-francaise). Se dedica principalmente al estudio de virus emergentes con el objetivo de controlar los riesgos epidémicos, y uno de sus programas concierne a los coronavirus del murciélago. Si la hipótesis de un vínculo entre el Instituto de virología y el inicio de la epidemia se confirmara (pero, ¿dispondremos algún día de pruebas confiables?), la importancia de las diferentes causalidades evocadas más arriba se mantendría por completo: precisamente porque las transformaciones inducidas por el hombre provocan una multiplicación de las zoonosis, son necesarios laboratorios como el de Wuhan para estudiar los virus emergentes.

[x]          La región de Hubei cuenta entre las cinco principales para la producción porcina en China (https://grain.org/es/article/6438-nuevas-investigaciones-sugieren-que-las-granjas-industriales-y-no-los-mercados-de-productos-frescos-podrian-ser-el-origen-del-covid-19). Se puede añadir que una epidemia de coronavirus (SADS) causó estragos en las granjas porcinas de la región del Guangdong, hace tres años.

[xi]         Frédéric Keck, https://lundi.am/Des-chauve-souris-et-des-hommes-politiques-epidemiques-et-coronavirus (y su libro de próxima publicación Les sentinelles des pandémies. Chasseurs de virus et observateurs d’oiseaux aux frontières de la Chine, Zones Sensibles, 2020).

[xii]        http://www.centerforhealthsecurity.org/event201/scenario.html.

[xiii]       https://www.imperial.ac.uk/media/imperial-college/medicine/sph/ide/gida-fellowships/Imperial-College-COVID19-NPI-modelling-16-03-2020.pdf.

[xiv]       https://www.thelancet.com/journals/lancet/article/PIIS0140-6736(20)30183-5/fulltext.

[xv]        http://www.esa.int/Applications/Observing_the_Earth/Copernicus/Sentinel-5P/Coronavirus_lockdown_leading_to_drop_in_pollution_across_Europe.

[xvi]       Actualización : Las informaciones recientes sitúan las sospechas en cuanto al origen de la  difusión del  SARS-Cov-2 en el Instituto de virología de Wuhan. La hipótesis de un virus creado artificialmente en laboratorio es descartada par la mayoría de científicos, pero que un error de seguridad haya producido accidentalmente la contaminación inicial es totalmente posible. Cabe destacar la enorme importancia del instituto de virología de Wuhan : se trata del primer laboratorio P4 (de elevado nivel et de alta seguridad en Chine.  Fue construído en 2015 , acreditado en 2017 e inaugurado en presencia del primer ministro francés, Bernard Cazeneuve (https://www.franceculture.fr/sciences/le-laboratoire-p4-de-wuhan-une-histoire-francaise). Se dedica principalmente al estudio de virus emergentes con el objetivo de controlar los riesgos epidémicos y uno de sus programas concierne los coronavirus del murciélago. Si la hipótesis de un vínculo entre el Instituto de virología y el inicio de la epidemia se confirmaran (pero, ¿dispondremos algún día de pruebas fiables?), la importancia de las diferentes causalidades evocadas más arriba se mantendría por completo : precisamente porque las transformaciones inducidas por el hombre provocan una multiplicación de las zoonosis, hacen falta laboratorios como este de Wuhan para estudiar los virus potencialmente emergentes.

[xvii]      http://www.g-feed.com/2020/03/covid-19-reduces-economic-activity.html (estudio de Marshall Burke).

[xviii]     Ver por ejemplo Françoise Vergès, https://www.contretemps.eu/travail-invisible-confinement-capitalisme-genre-racialisation-covid-19/.

[xix]       https://www.jornada.com.mx/ultimas/estados/2020/03/25/los-pobres-estamos-inmunes-de-coronavirus-barbosa-7821.html.

[xx] https://www.lemonde.fr/afrique/article/2020/04/03/en-afrique-le-covid-19-met-en-danger-les-elites-dirigeantes_6035384_3212.html.

[xxi] https://www.redebrasilatual.com.br/cidadania/2020/03/coronavirus-domesticos-em-casa-salarios-em-dia/., «Coronavirus et état d’exception» https://acta.zone/giorgio-agamben-coronavirus-etat-dexception/

[xxii]      No es el lugar para discutir los posicionamientos de Giorgio Agamben; ver “La invención de una epidemia”  y sus intervenciones posteriores (que se pueden encontrar en la página de la editorial Quodlibet : https://www.quodlibet.it/giorgio-agamben-contagio).

[xxiii]     Es el objetivo de las modelizaciones matemáticas: ver por ejemplo Samuel Alizon, https://www.mediapart.fr/journal/culture-idees/050420/le-confinement-ne-fera-pas-disparaitre-l-epidemie.

[xxiv]     https://www.lemonde.fr/international/article/2020/04/06/il-ne-faut-pas-diffuser-cette-information-au-public-l-echec-du-systeme-de-detection-chinois_6035704_3210.html.

[xxv]      Vincent Brossel y Marie Holzman, https://www.liberation.fr/debats/2020/04/05/un-banquet-officiel-au-coeur-de-la-pandemie-en-chine_1784085.

[xxvi]     Sobre las fallas en la construcción del Estado chino, ver «Social Contagion», Chuang, http://chuangcn.org/2020/02/social-contagion/.

[xxvii]    https://www.scmp.com/week-asia/health-environment/article/3075164/south-koreas-coronavirus-response-opposite-china-and.

[xxviii]   https://www.pagina12.com.ar/257988-bolsonaro-no-pudo-echar-a-su-ministro-de-salud-por-el-veto-m. Actualización: el 16 de abril de 2020, J. Bolsonaro destituyó a su ministro, aprovechando declaraciones imprudentes que debilitaron el apoyo del que se beneficiaba.

[xxix]     https://www.jornada.com.mx/2020/03/16/politica/002n1pol y https://www.jornada.com.mx/2020/03/19/politica/005n3pol.

[xxx]      La denegación de la gravedad de la epidemia alcanzó su punto extremo en Nicaragua, con el régimen de Daniel Ortega. En este caso, el discurso progresista se hace más explícitamente anti-imperialista, a la vez que milenarista (https://blogs.mediapart.fr/kassandra/blog/140420/dans-le-deni-face-au-covid-19-le-regime-du-nicaragua-mise-sur-l-intervention-divine).

[xxxi]     Últimamente, la situación empezó a revertirse. Mientras el gobierno mexicano defiende medidas de distanciación social y de suspensión de las actividades económicas no esenciales, los ámbitos empresariales llamaron (antes de dar marcha atrás) a transgredir las indicaciones gubernamentales (https://www.proceso.com.mx/626362/tv-azteca-llama-a-ya-no-hacerle-caso-a-lopez-gatell).

[xxxii]    Walter Benjamin, “El capitalismo como religión”, https://www.elviejotopo.com/topoexpress/el-capitalismo-como-religion/.

[xxxiii]   Pierre Dardot y Christian Laval, « L’épreuve politique de la pandémie », https://blogs.mediapart.fr/les-invites-de-mediapart/blog/190320/l-epreuve-politique-de-la-pandemieWalter Benjamin, “El capitalismo como religión”, https://www.elviejotopo.com/topoexpress/el-capitalismo-como-religion/.

[xxxiv]   El presentismo es una actitud propia de los tiempos neoliberales: borra toda presencia del pasado y toda perspectiva de futuro, para encerrarnos en un presente eterno y dominado par una tiranía de la inmediatez.

[xxxv]    Pierre Dardot y Christian Laval, “La dura prueba política de la pandemia”, https://blogs.mediapart.fr/les-invites-de-mediapart/blog/300320/la-dura-prueba-politica-de-la-pandemia.

[xxxvi]   “De quelques rapports entre le coronavirus et l’Etat”, http://tempscritiques.free.fr/spip.php?article420.

[xxxvii]  https://www.telegraph.co.uk/global-health/science-and-disease/protecting-healthandlivelihoods-go-hand-in-hand-cannot-save/.

[xxxviii] https://www.edelman.com/research/edelman-trust-covid-19-demonstrates-essential-role-of-private-sector.

[xxxix]   http://enlacezapatista.ezln.org.mx/2020/03/16/por-coronavirus-el-ezln-cierra-caracoles-y-llama-a-no-abandonar-las-luchas-actuales/.

[xl]         https://www.proceso.com.mx/624397/ezln-avala-cuarentenas-a-migrantes-que-regresan-a-comunidades-de-base.

[xli]        Naomi Klein, La estrategia del shock. El auge del capitalismo del desastre, Paidós Ediciones, 2010.

[xlii]       François Gemenne señala hasta qué punto la crisis del coronavirus es una mala noticia para la lucha contra el calentamiento climático (https://plus.lesoir.be/290554/article/2020-03-28/pourquoi-la-crise-du-coronavirus-est-une-bombe-retardement-pour-le-climat).

[xliii]      https://www.lemonde.fr/idees/article/2020/03/24/raphael-kempf-il-faut-denoncer-l-etat-d-urgence-sanitaire-pour-ce-qu-il-est-une-loi-scelerate_6034279_3232.html.

[xliv]      Ver la práctica del social ranking : https://www.mediapart.fr/journal/international/180818/l-enfer-du-social-ranking-quand-votre-vie-depend-de-la-facon-dont-l-etat-vous-note?onglet=full.

[xlv]       Para los antecedentes del liberalismo autoritario, Grégoire Chamayou, La société ingouvernable. Une généalogie du libéralisme autoritaire, La Fabrique, 2018.

[xlvi]      Un indicio que vale lo que vale: a la pregunta “¿el capitalismo tal y como existe hoy, hace más daño que bien al planeta?”, la respuesta es positiva para 56% de las personas (69% en Francia; sólo es mayoritariamente negativa en los siguientes países: Estados Unidos, Canadá, Australia, Japón, Corea del Sur y Hong Kong). Se trata de una encuesta realizada a 34.000 personas de 28 países (barómetro de confianza Edelman publicado con motivo del Foro Económico Mundial de Davos, en enero de 2020; https://www.edelman.com/trustbarometer).

[xlvii]     Sobre este punto,  como sobre otros aspectos evocados en esta parte, remito a mi libro Une juste colère. Interrompre la destruction du monde, Divergences, 2019 (pdf en acceso libre : https://www.editionsdivergences.com/une-juste-colere-de-j-baschet-pdf/). vVersion castellanaespañola disponible en línea : http://comunizar.com.ar/una-digna-rabia-una-aproximacion-los-chalecos-amarillos-jerome-baschet/).

[xlviii]    Sobre este punto, como sobre otros aspectos evocados en esta parte, remito a mi libro Une juste colère. Interrompre la destruction du monde, Divergences, 2019 (version castellana disponible en línea : http://comunizar.com.ar/una-digna-rabia-una-aproximacion-los-chalecos-amarillos-jerome-baschet/).

[xlix]      https://acta.zone/coronavirus-confinement-et-resistances-suivi-en-continu/.

[l]           Caricaturista y autor del libro El año 01, que también se volvió una pelicula en 1973.

[li]          El derecho laboral en Francia preve la posibilidad para los asalariados de no acudir al trabajo si las condiciones del mismo implican riesgos graves y comprobados para su salud.

[lii]         https://blogs.mediapart.fr/les-invites-de-mediapart/blog/210320/face-la-pandemie-retournons-la-strategie-du-choc-en-deferlante-de-solidarite

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Fuente: http://comunizar.com.ar/jerome-baschet-lo-estamos-enfrentando/

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CORONACRISIS III JOHN HOLLOWAY – CURSO LA TORMENTA (2020)

La Tormenta III 2020 Narrativa 9[1]

1.        El impasse. Cualquier sistema de dominación se tiende a reproducir a través de un modus vivendi, un reconocimiento de los dos lados de la fuerza del otro. Normalmente no nos damos cuenta de este modus vivendi, es simplemente parte de la cotidianidad. Es como el elemento moral que entra, según Marx, en la definición del valor de la fuerza de trabajo: ciertas expectativas de lo que es necesario para la reproducción de la vida. También se traduce en un concepto de civilización, de dignidad, de lo que consideramos aceptable o civilizado en la cotidianidad. Que eso varía de un lugar a otro y de un grupo social a otro está claro, pero en cualquier momento existe un equilibrio de fuerzas sociales, una idea de lo que se espera de la vida.

            Este modus vivendi es una lucha constante por ambos lados. Por un lado, la existencia del capital depende de la intensificación constante de la explotación y la reducción frenética del tiempo requerido para producir las mercancías. La existencia del capital, en otras palabras, es un ataque constante contra los patrones establecidos de relaciones sociales. Siempre encuentra una resistencia, sea en la forma de acción sindical, movimientos de resistencia, sabotaje, enfermedad, tiempo dedicado a jugar con hijos o nietos, lo que sea: acciones conscientes o inconscientes motivadas por el deseo de mantener, mejorar o, sobre todo, determinar la forma de vida.

            El choque entre las exigencias del capital y la resistencia humana tiende a expresarse en una caída de la tasa de ganancia. En este caso, el capital (a través de los muchos capitales porque en general no es una acción coordinada) se lanza a atacar los patrones de vida establecidos con más fuerza. En esta situación, el capital puede tener éxito o puede ser que no. En muchos casos el capital sí logra imponer cambios dramáticos en el equilibrio vital, cambios que afectan visiblemente los niveles y expectativas de la vida: Grecia después de 2011, México en los años 70, los países de la ex Unión Soviética después de su caída, Argentina de manera repetida. Pero si no logra romper la resistencia, tiene otra salida. Puede fingir que sí. Puede disfrazar su incapacidad de incrementar la explotación suficientemente para expandir sus ganancias a través de la deuda. Endeudándose, puede anticipar la creación futura de plusvalía, o más bien puede apostar sobre la creación futura de plusvalía, para obtener ganancias. El modus vivendi, el patrón establecido de relaciones sociales, se vuelve un impasse, una situación que no se resuelve.

            La expansión constante y enorme de la deuda a partir de los años 70 indica que estamos en presencia de un impasse de este tipo. A pesar de toda la fuerza del ataque “neoliberal” contra las condiciones de trabajo y de vida en todo el mundo, lo logrado por el capital no ha eliminado la resistencia que obstaculiza la rentabilidad. Por eso, se mete cada vez más a un mundo ficticio donde las ganancias aparentes no tienen una base material en la producción del valor.

            La expansión de la deuda tiene un aspecto inconsciente y un aspecto consciente. Por un lado, es simplemente la acción de todos los capitales (y también de individuos) buscando una manera de sobrevivir o (en el caso de los capitales) de aumentar sus ganancias. Por otro lado, está la acción consciente de los Estados que crean (a través de sus gastos, la política fiscal) o fomentan (a través de las políticas monetarias) la creación de la deuda. La intervención del Estado es básicamente el reconocimiento del impasse social, de una resistencia que no logra superar. Una resistencia que se expresa a través de luchas sindicales y de todo tipo. También se expresa a través de la opinión pública y la democracia. La democracia puede servir para indicar los límites de lo que el capital puede hacer para redefinir el modus vivendi. Sirve como un “hasta aquí”. Esto es importante, porque cada ataque de parte del capital contra la socialidad establecida es una apuesta, un juego de muerte. El capital se tiene que preguntar: “¿Realmente sí puedo imponer los cambios que requiero o voy a perder el control social?” A veces empuja demasiado fuerte y está en peligro de perder el control: Argentina 2001-2002, Grecia en 2008, Chile el año pasado. Las elecciones ayudan al capital en el proceso de medir las posibilidades, pero no necesariamente es el caso.

            La fuerza de la resistencia que constituye el impasse del capital y lo empuja cada vez más dentro de un mundo ficticio, frágil e inestable, no está limitada entonces a la militancia ni al anticapitalismo consciente. No es solamente una insubordinación sino una no subordinación, una falta de subordinación que se expresa en la cotidianidad de nuestros hábitos y expectativas.

            La crisis financiera de 2008/2009 ilustra la fuerza del ataque capitalista y al mismo tiempo la fuerza del impasse. La crisis financiera, las medidas estatales para contrarrestarla y las políticas de austeridad impuestas para pagar por esas medidas tuvieron un impacto enorme en todo el mundo. La pérdida de casas, el desempleo, los recortes en los servicios de salud tan evidentes en este momento, los recortes en educación, la eliminación de oportunidades para jóvenes, el incremento de la violencia: todo eso está bien documentado (McNally, por ejemplo) y se refleja en el auge de un enojo social que se expresa por un lado en todas las luchas sociales de 2011 y del último par de años, pero también en el surgimiento de la derecha nacionalista en muchas partes del mundo.

Pero si nada más pensamos en 2008 como crisis, estamos perdiendo lo peligroso de la situación actual. Fue una reestructuración importante del capital y del modus vivendi social, pero al mismo tiempo fue una operación de rescate sin precedente para evitar una reestructuración más violenta del capital y de las condiciones de vida. Fue un momento de pánico en el cual el Estado estadounidense y todos los Estados gastaron cantidades enormes para evitar un colapso financiero mundial y luego, a través de las políticas de quantitative easing (QE, aflojamiento cuantitativo), para mantener el flujo de crédito y así la supervivencia de empresas bancarias y no bancarias. Se hace evidente el principio que guía la acción estatal, y que es todavía más evidente en la crisis actual: mantengamos viables a los múltiples capitales para mantener el orden social; si se quiebran los capitales, enfrentamos el caos social.

Es importante reconocer que la crisis financiera de 2008/2009 fue una combinación de imponer una reestructuración y al mismo tiempo evitar la reestructuración reconociendo la fuerza del impasse social. Es importante porque en la situación actual no está seguro que este impasse que constituye la base de nuestra cotidianidad se pueda mantener.

2.        Todavía no están claras las dimensiones económicas de la coronacrisis, pero todo parece indicar que va a ser la más severa en los últimos noventa años. Se puede ver tal vez en tres pasos:

            Primero se podría entender en términos de valor de uso. El virus ha tenido como efecto que la gente no está yendo a trabajar y en particular que ciertos tipos de actividad están muy afectados: turismo, aerolíneas, restaurantes etc. Como efecto inevitable, se baja el producto, todos estamos un poco más pobres pero después volvemos a trabajar y recuperamos las pérdidas. En otro tipo de sociedad no habría problema para repartir las pérdidas ocasionadas por las semanas de ocio forzoso. Ni modo, la vida sigue.

            Se complica porque es una sociedad capitalista y la actividad depende de las ganancias. En la situación actual de paro, muchas empresas no van a sobrevivir y va a haber mucho desempleo, sobre todo en las áreas más directamente afectadas. Cuando termine la cuarentena, esas empresas ya no van a existir, ni esos empleos tampoco.

            En realidad, está más complicado que eso porque la base del capitalismo moderno es el crédito y el mundo estaba encaminado hacia una crisis crediticia antes de que apareciera el coronavirus. En los últimos cuarenta años ha habido un crecimiento enorme del crédito al nivel mundial (ver Plender por las cifras). Quiere decir que la reproducción del capital es cada vez más ficticia, es una acumulación de derechos a una porción de plusvalía que todavía no se ha producido. El resultado es un capitalismo agresivo e inestable donde todos están compitiendo por una plusvalía futura que posiblemente no se va a producir. La crisis de 2008 fue resultado de esta situación, pero no la resolvió. El crédito siguió expandiéndose.

            Lo que eso significa en la situación actual es que el problema para las empresas no es exactamente que no están haciendo ganancias sino que no pueden pagar sus deudas. Si no pueden pagar sus deudas, no pueden conseguir más crédito y no van a poder pagar sueldos ni renta ni impuestos. Existe no solamente el peligro de la quiebra de unas empresas, sino de todo el sistema interconectado de deudores y prestamistas. No es exactamente como 2008 porque ahora parece que la situación de los bancos está más segura que hace doce años, pero las empresas no financieras están altamente endeudadas. Si las empresas no pueden pagar sus deudas, va a afectar la estabilidad de los bancos también. Por eso las intervenciones estatales enormes de las últimas semanas se han enfocado sobre todo en mantener a flote el sistema crediticio, para que las empresas grandes, medianas y hasta cierto punto pequeñas puedan seguir pagando sus deudas y consiguiendo créditos. Un ejemplo extremo de eso es la decisión del Fed (el banco central de Estados Unidos) de comprar incluso los llamados “junk bonds”, es decir comprar deudas de las cuales se sabe que casi seguro no se van a honrar, con el motivo de mantener el flujo del crédito. Estas intervenciones enormes que rompen con toda la ortodoxia financiera son extensiones de la deuda mundial, es decir del carácter ficticio de la acumulación. Son motivados no solamente por querer proteger a sus amigos capitalistas (lo que sí es cierto) sino por el miedo de que si se quiebran los capitales, se va a quebrar el orden social que está basado en ellos. En esta situación de pánico todo se justifica: se olvida la cuestión del riesgo moral, se olvida todo el temor ortodoxo de romper el equilibrio del presupuesto estatal, de socavar la solidez del dinero.

            Lo que todavía no sabemos es si estas intervenciones estatales sin precedente van a ser suficientes. Existe el peligro de que se desate una ola de faltas de pago tan grande que todo el crédito que está siendo ofrecido por los bancos centrales no alcance para cubrir el sistema. Puede ser que los Estados ya no tengan los recursos para contener la crisis. Esta es una preocupación expresada por comentaristas que entienden estas cosas mucho mejor que yo (p.ej. Mackenzie en el Financial Times del 18 de abril).

3.        En algunos países ya se está hablando de levantar las medidas de cuarantena y regresar a la normalidad. La normalidad que se perfila sería una combinación de crisis-y-reestructuración por un lado y rescate-y-prolongación/postergación de la crisis por otro. Como en 2008/2009, pero a una escala mayor, con sufrimiento inmediato mayor y después un capital mucho más endeudado o ficticio, con todo lo que eso implica en términos de estancamiento económico, austeridad social (ya que alguien tiene que pagar la deuda pública), fragilidad financiera, continuación de la destrucción de la naturaleza, recurrencia de las pandemias, aumento del nacionalismo, tendencia hacia guerras, etc. La normalidad de la muerte, de la carrera hacia la extinción. 

            ¿Y dónde está la esperanza? ¿Dónde quedó la esperanza en este relato? La base teórica de todo el argumento es la esperanza, pero ¿dónde quedó? El argumento va así: nosotra/os somos la crisis del capital. Tiene que ser así porque si la crisis del capital es algo externo a nosotra/os, somos sus víctimas. Para las víctimas no hay esperanza si no sea por la intervención de un salvador externo, y eso no es lo que queremos. Entonces, nosotra/os somos la crisis del capital, la crisis es expresión de nuestra fuerza. Esto se ve en el impasse de los últimos años y el hecho de que el capital solamente se puede reproducir de manera ficticia. Nuestra fuerza, la resistencia de la vida cotidiana, es la enfermedad crónica de un capitalismo enfermo. Pero si eso es cierto y si el resultado es la situación actual, es imposible no preguntarse ¿no sería mejor convertirnos en robots conformistas y vivir felices para siempre? ¿no sería mejor olvidarnos de resistencia, convertirnos en máquinas? Claro que todo eso del encierro y de la cuarentena nos está dando el entrenamiento necesario para ser sujetos totalmente obedientes. Así no habría crisis y toda/os podríamos vivir tranquila/os. Sin esperanza, claro, sin resistencia, sin crisis.

            Si no estamos listos todavía para convertirnos en robots, entonces hay que pensar en cómo desestabilizar o derrocar esta normalidad de muerte. Ya vimos una fuerza de desestabilización, pero que no nos favorece a nosotra/os. Puede ser que el rescate estatal de los capitales fracase, que los recursos estatales no sean suficientes para mantener el mundo ficticio del crédito a flote. Eso significaría una intensificación enorme del ataque contra el impasse actual, con consecuencias difíciles de imaginar. Podría resultar en millones de muertos y desempleados, Estados más autoritarios, condiciones que hoy consideramos infrahumanas para gran parte de la población mundial. La situación que Arundhati Roy describe en el caso de los pobres en la India se volvería la norma. Es posible, pero no creo que el impasse actual se rompa tan fácilmente.

            Otra posibilidad es que nuestra resistencia salga fortalecida de la crisis actual. Puede ser que se esté gestando un “¡hasta aquí!”, un “¡ya basta del neoliberalismo!” que redefina el modus vivendi a nuestro favor. Este “¡ya basta!” al neoliberalismo y la destrucción actual de la naturaleza lo vimos en la discusión en la Narrativa 8 del nuevo contrato social propuesto por el Financial Times. Implicaría abandono del neoliberalismo, más énfasis en servicios de salud y un mejoramiento de los servicios sociales del Estado, redistribución de ingresos, más impuestos para los ricos, medidas para parar la destrucción de la naturaleza, posiblemente un ingreso universal básico. Sería un capitalismo con una cara menos agresiva, una reformulación del modus vivendi, un reconocimiento del impasse cercano al keynesianismo. Me parece difícil que se realice por la situación actual del capitalismo, pero es muy posible que la reacción política a la pandemia imponga algunos elementos como un mejoramiento de los servicios de salud, ciertas restricciones en el maltrato de animales, posiblemente medidas para promover una redistribución de ingresos. Sería también un regreso a la normalidad de la destrucción, pero posiblemente una normalidad con otras características.

Lo interesante de esta propuesta es que toma el lado de la “buena gente” (categoría que tomo de Néstor López), de la gente que no está en contra del capital pero que sí quiere vivir en una sociedad más justa.

4.        Perspectivas para nosotra/os (un poco diferente de la Narrativa 8)

a)        El término “la buena gente” muchas veces tiene una connotación despectiva o irónica desde nuestra tradición. Es la gente que votó por AMLO, por Syriza en Grecia, por los Kirchner. Es gente que quiere un mundo más justo pero no quiere pensar que el mundo que buscan es incompatible con el capitalismo. Seguro hay buena gente de este tipo en nuestra familia, entre nuestros amigos. Tenemos que romper la distancia que este término implica.

            La esencia de la buena gente es que está en contra del neoliberalismo pero no en contra del capitalismo. No sabemos hasta qué punto esta visión se vaya a cuestionar a través de la experiencia actual. Es muy posible que mucha gente cuestione el neoliberalismo, que conecte el neoliberalismo con el deterioro de los servicios de salud, con la falta de preparación del Estado para una pandemia, con el deterioro de las relaciones con los animales salvajes y la pérdida de biodiversidad, con la crisis económica. Entonces es muy posible que se dé una expansión de la buena gente anti neoliberal y que eso constituya una base social para la realización del nuevo contrato social aspirado por el Financial Times.

            Lo que nos interesa más a nosotra/os es la gente que pueda ir más allá de la crítica al neoliberalismo para llegar a una crítica al capitalismo. En la Narrativa 8 se habló de un desenmascaramiento del capital como un aspecto importante de la situación actual. Cuando hablamos de desenmascaramiento (o desfetichización) no estamos hablando de nosotra/os que ya sabemos que el capitalismo es una catástrofe: necesariamente estamos hablando de una redefinición de la buena gente. Estamos hablando de la posibilidad de que la experiencia actual del coronavirus haga ver a esta gente que el problema no es simplemente las políticas seguidas en los últimos cuarenta años sino la dinámica misma del sistema capitalista.

            Surgen entonces dos puntos. ¿A quién estamos hablando? Y ¿Qué es la historia que queremos contar?

            En este momento donde todo está en el aire, no tiene mucho sentido hablar solamente a los convertidos (esta narrativa es una excepción porque está escrita para nuestra clase sobre La Tormenta). No tiene mucho sentido decir a nosotros que es el capitalismo (con o sin “estúpido”, como lo agrega Lazzarato) cuando ya sospechábamos eso antes de aprender la palabra “coronavirus”. Si queremos que la experiencia del virus abra un portal hacia otro mundo (como lo sugiere Roy), tenemos que pensar en la buena gente, la gente crítica, y sus hija/os. Es a ella/os que es importante decir “no es simplemente el neoliberalismo, es el capitalismo”.

            ¿Qué es la historia que queremos contar? Tiene que ir más allá de la crítica a Trump o Johnson o AMLO, o del descuido de los servicios de salud. Todo eso es importante, pero me parece que hay dos puntos centrales que hay que explorar para nosotra/os y para la buena gente.

            El primer punto es que el coronavirus es producto del capitalismo. Es parte del capitaloceno, de la destrucción del planeta causada por la organización capitalista de la actividad humana. Es muy posible que a la pandemia actual le sucedan otras en los próximos años, que estamos enfrentando ya lo que pueda ser la primera fase de la extinción humana. No es producto de las políticas neoliberales sino de la dinámica capitalista. No es algo separado del calentamiento global sino parte de la misma destrucción de las condiciones de vida humana. Esta narrativa ha sido desarrollado de manera muy convincente por al menos dos artículos que he leído: él de Rob Wallace y otros que se llama “COVID-19 And Circuits Of Capital” y un artículo excelente de Jérôme Baschet que se llama “Qu’est-ce qu’il nous arrive ?”, que ya se está traduciendo al español.

            El segundo punto es que la crisis que todavía apenas está empezando (pero ojalá que me equivoque) no es producto ni del virus ni de las medidas tomadas para contener sus efectos, sino que es crisis del capital. Este argumento, que apenas se está esbozando aquí, me parece importante porque es muy probable que la experiencia de estos tiempos para muchísima gente va a ser no solamente la de la cuarentena y la angustia por la salud sino, tal vez más, la dificultad de la reproducción material de la vida.

            Con estos dos puntos se hace evidente que estamos viviendo el fracaso de la reproducción mercantil o capitalista de la vida. Esto está claro para nosotra/os que estamos leyendo esta narrativa, pero ¿hay forma de que se entienda más generalmente, como un sentido común producido por esta crisis?

b)        Todavía falta lo más difícil. Aún si está claro que el capitalismo se tiene que abolir, tenemos que enseñar que es posible crear otra cosa, otra forma de sociedad.

            Tenemos tres respuestas, puntos de partida por lo menos. El primero son todas las expresiones de solidaridad que se están expresando por todos lados. En la clase se mencionaron ejemplos de Medellín y de comunidades indígenas entre otros. Por un ejemplo impresionante, ver “Francia: luchar contra el coronavirus desde abajo a la izquierda” en Comunizar. Estas formas de solidaridad se podrían desarrollar hacia algún tipo de “economía moral”, una forma de actividad económica que surja de las experiencias de la gente y corresponda a sus necesidades (ver el documento mandado por Gabriel después del último seminario).

            El segundo es un punto que Jérôme Baschet enfatiza: la fuerza de las luchas de los últimos dos años en el mundo entero, luchas que expresan la pérdida de legitimidad de los gobiernos, luchas que de diferentes maneras proclaman “¡Ya basta! nosotra/os vamos a asumir el control”. Se puede pensar en el movimiento de las mujeres contra la violencia, de la/os jóvenes contra el calentamiento global, de Chile, Hong Kong, Ecuador entre muchos otros. A esos movimientos recientes hay que agregar todos los movimientos que ya tienen mucha experiencia en la creación de otros mundos: la/os kurda/os, la/os zapatistas y muchos, muchos otros, grandes y pequeños.

            Tercero, la experiencia actual. Ya estamos viviendo lo imposible. Todos estos años diciendo que “otro mundo es posible” y de repente ya, estamos en otro mundo. No es exactamente el mundo que queríamos, pero sí tiene elementos del mundo deseado. De repente ya no estamos calentando el globo, ya no estamos contaminando el aire como antes, ya no estamos pasando horas cada día empacados como sardinas en el metro o los autobuses. Sí, otro mundo es posible y se puede llegar muy rápido. 5.        Un punto que surgió en el último seminario es si podemos entender el encierro actual como una olla de presión, donde se está acumulando la frustración y el enojo. Hay muchos indicios de que sí es así. La fuerza y posibles consecuencias de esta acumulación de presión es una de las consideraciones que se está tomando en cuenta en fijar las fechas de reapertura. Presiones económicas, de parte de capitalistas pequeños pero también de gente que tiene que salir a vender para vivir de día a día, y presiones de frustración social. Se discutió si las erupciones que puedan ocurrir contra el encierro estatal se puedan considerar como un portal posible hacia otro mundo. Por el momento, parece que las erupciones vienen sobre todo de la derecha y sobre todo en Estados Unidos, de gente que argumenta que hay que dar prioridad a la actividad económica sobre la salud. Pero no está claro y la situación puede variar mucho de un lugar a otro y en las semanas que vienen.

……

[1] Con muchas gracias a Edith González y Panagiotis Doulos por sus comentarios sobre un borrador anterior.


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CORONACRISIS II JOHN HOLLOWAY – CURSO LA TORMENTA (2020)

La Tormenta II 2020 Narrativa 8

El coronavirus surge entonces en una situación de mucha fragilidad, una situación donde la fuerza del capital estaba basada en una ficción. De repente se rompen todas las certidumbres, todas las rutinas. Se abre un mundo de oportunidades y se empieza a hablar sobre cómo va a ser el mundo después de la emergencia. Existen diferentes perspectivas.

1 – La perspectiva catastrófica 

Primero, existe la probabilidad de una crisis-y-reestructuración a una escala mayor. Sin intervención estatal, ese sería el resultado seguro: la destrucción masiva de empresas pequeñas o ineficientes y de empresas grandes asociadas con formas de acumulación más tradicionales, acompañada por un auge enorme de desempleo, una caída fuerte de salarios y la muerte posiblemente de millones de personas, sobre todo pobres en las partes más pobres del mundo. El resultado sería semejante al efecto de una guerra. Podría ser una reestructuración muy efectiva del capital, eliminando capitales y trabajadores ineficientes, imponiendo una disciplina social de otra calidad, eliminando el carácter ficticio de la acumulación y estableciendo así una nueva base para la producción de plusvalía y la restauración de las ganancias. En este contexto las medidas de seguridad actuales adquieren otro significado. El fortalecimiento del Estado de excepción sería necesario para contener el descontento social.

En muchos países el Estado ha intervenido de forma muy activa, con gastos sin precedentes, para mitigar este colapso económico y social. ¿Por qué quieren evitar el colapso y la reestructuración del capital? ¿Es porque quieren asegurar el bienestar de sus pueblos? ¿Por las presiones sociales que se transmiten a través del sistema democrático y por otras vías institucionales? ¿Por miedo? ¿Qué es lo que temen? ¿El fin de la civilización como ellos la conocen? ¿Disturbios incontrolables? ¿Revolución?

Es probable que las intervenciones estatales no tengan la capacidad de evitar la crisis masiva del capital. A pesar de las cantidades sin precedente de dinero que están gastando los Estados para paliar el efecto de la crisis, la economía global está en un colapso que no se ha visto desde los años treinta, con pérdidas enormes en el mercado bursátil y financiero, el colapso, presente o inminente, de muchas empresas pequeñas y grandes, un auge enorme del desempleo en todo el mundo, la intensificación de la pobreza. A pesar (y por) las intervenciones estatales, se está llevando a cabo una reestructuración masiva del capital. Puede ser que se esté creando la base para una nueva fase de acumulación capitalista mucho más agresiva.

Hay dos elementos en esta crisis. El más obvio e inmediato es que el cese de la actividad asociada con las medidas de distanciamiento social resulta en una caída abrupta de producción, empleo y consumo. Detrás de esto está el segundo elemento, lo que hemos enfatizado en toda la discusión de la tormenta, es decir el carácter ficticio de la acumulación anterior, el hecho de que muchas empresas están fuertemente endeudadas. Con la interrupción de sus actividades llegan muy rápidamente a una situación donde no pueden pagar deudas, renta, sueldos, impuestos. Sin apoyo estatal (y para muchas empresas con apoyo estatal) van a quebrar.

En este contexto, las discusiones acerca de China son importantes. Es decir, China no tanto como lugar, sino como modelo de acumulación y de organización social: un sistema capitalista con un grado de concentración muy alta de capital, un papel mucho más grande para el Estado, una disciplina social intensa dentro y fuera de la fábrica, una vigilancia tecnológica más amplia y total.

Se anuncia entonces el largo periodo de colapso descrito por Raúl Zibechi: “No estamos ante una crisis más sino ante el comienzo de un proceso largo (Wallerstein) de caos sistémico, atravesado de guerras y pandemias, que durará varias décadas hasta que se estabilice un nuevo orden. Este periodo que, insisto, no es una coyuntura ni una crisis tradicional sino algo completamente diferente, puede ser definido como colapso, siempre que no entendamos por ello un evento puntual sino un periodo más o menos prolongado.” (La Jornada 27 marzo 2020)

2 – ¿Un nuevo contrato social?

La segunda perspectiva es distinta. Esta perspectiva no cuestiona el capitalismo, pero sí anuncia el fin del neoliberalismo. Aspira a un capitalismo con una cara más humana. Se formula muy bien en una editorial del Financial Times del 3 de abril: “Será necesario poner sobre la mesa reformas radicales, que inviertan la dirección política predominante de las últimas cuatro décadas. Los gobiernos tendrán que aceptar un papel más activo en la economía. Deben ver los servicios públicos como inversiones en lugar de pasivos, y buscar formas de hacer que los mercados laborales sean menos inseguros. La redistribución volverá a estar en la agenda; los privilegios de los poderosos y ricos, en cuestión. Las políticas hasta hace poco consideradas excéntricas, como los impuestos básicos sobre la renta y la riqueza, tendrán que estar en el orden día.”

En el centro de esta perspectiva está la idea de que se necesita un nuevo contrato social: “La democracia liberal (…) sobrevivirá a este segundo gran choque económico solo si los ajustes se hacen dentro del contexto de un nuevo contrato social que reconoce el bienestar de la mayoría sobre los intereses de los privilegiados.” (Philip Stephens, Financial Times 9 abril 2020).

Desde esta perspectiva, el capital puede aprender de los errores cometidos después de la crisis financiera de 2008. Después de esa crisis las políticas adoptadas nacionalizaron las deudas bancarias y obligaron a los más pobres a asumir los costos a través de las políticas de austeridad. El resultado fue el descontento social expresado en los movimientos de 2011 (Indignados, Occupy, Primavera árabe) pero expresado también en el auge del “populismo”, del nacionalismo autoritario asociado con figuras como Trump, Orban, Bolsonaro, Johnson. Este argumento liberal-reformista busca la reproducción del capital, pero sí tiene consecuencias importantes comparado con la perspectiva de la que habla Zibechi.

Un elemento importante de este nuevo contrato social mencionado por algunos autores sería un cambio radical en las políticas ambientales, un esfuerzo mayor de parte de los Estados para respetar la biodiversidad y tomar medidas para reducir el calentamiento climático (ver, por ejemplo, el texto de Johannes Vogel, Financial Times, 9 abril 2020).

Hay que preguntarse si esta perspectiva es realista. Supone una reestructuración exitosa del capital, la recuperación rápida de una tasa de acumulación “normal”.  Eso fue la clave del éxito del Estado de Bienestar en el periodo después de la Segunda Guerra Mundial. La guerra fue una reestructuración radical del capital que creó la base de un periodo largo de acumulación rápida. No está claro que la restructuración actual pueda crear la base adecuada para un contrato social del tipo sugerido por el Financial Times. Esto a veces se discute en términos de la forma que va a tomar la crisis económica: un V indica una recuperación rápida después de la caída acelerada que estamos viendo ahora. El texto del 13 de abril en el blog de Michael Roberts lo discute en estos términos: “Quizás la profundidad y el alcance de esta depresión pandémica crearán condiciones en las que los valores de capital se devalúen tanto por quiebras, cierres y despidos que las compañías capitalistas débiles serán liquidadas y las compañías tecnológicamente avanzadas más exitosas tomarán el control en un entorno de mayor rentabilidad. Este sería el ciclo clásico de auge, depresión y auge que sugiere la teoría marxista.”

El ex jefe del FMI y aspirante presidencial francés, el infame Dominique Strauss-Kahn, insinúa que: “la crisis económica, al destruir el capital, puede proporcionar una salida. Las oportunidades de inversión creadas por el colapso de parte del aparato de producción, como el efecto sobre los precios de las medidas de apoyo, pueden revivir el proceso de destrucción creativa descrito por Schumpeter. A pesar del tamaño de esta depresión pandémica, no estoy seguro de que se produzca una destrucción suficiente de capital, especialmente dado que gran parte del financiamiento de rescate mantendrá en funcionamiento a las empresas, no a los hogares. Por esa razón, espero que el final de los lockdown no vea una recuperación en forma de V o incluso un retorno a lo ‘normal’ (de los últimos diez años).”

Si Roberts tiene razón (y me parece que sí), entonces estamos ante una situación semejante a 2008: una crisis-restructuración feroz combinada con un rescate estatal enorme, simplemente porque el sistema político no puede contemplar la destrucción y el caos potencial que ocasionaría una destrucción total del capital ficticio. Nada más que ahora todo está en otra escala: la intervención de los Estados es mucho más grande que en 2008 y la destrucción económica y social también. El peligro de un colapso financiero mundial, hasta ahora evitado, sigue como posibilidad. La tormenta está mucho más fuerte que lo que imaginábamos y no se ve el fin. En los próximos meses vamos a ver probablemente una reestructuración fuertísima combinada con una prolongación de la crisis, una extensión del carácter ficticio de la acumulación.

En el curso hemos sugerido que el llamado neoliberalismo no ha sido una opción ideológica tanto como un reflejo del tamaño del capital ficticio. Si eso sigue, y lo más seguro es que sí, dado el tamaño enorme de deudas públicas y privadas que van a resultar, entonces la competencia intensa entre capitales y sus Estados patrocinadores va a continuar y probablemente no va a haber mucho espacio para el contrato social sugerido por el Financial Times.

Al mismo tiempo me parece muy importante esta perspectiva, no solamente por sus efectos políticos posibles sino, sobre todo, por el hecho de que refleja un reconocimiento muy extendido del fracaso enorme de la mercantilización, el fracaso de la reproducción mercantil de la sociedad. Ahí está su importancia para nosotra/os.

3 – Excurso

El argumento entre la perspectiva más agresiva y la más reformista gira alrededor de varios temas. No entiendo bien todas las implicaciones, pero aquí van unas reflexiones.

A – La primera es la naturaleza de las intervenciones financieras estatales. En casi todos los casos el apoyo estatal es una intervención en los mercados financieros. La primera respuesta fue la respuesta de la Fed y otros bancos centrales de reducir las tasas de interés a cero o menos, con la intención de estimular así la inversión privada. En general estas medidas no dieron los resultados esperados, dado que las tasas de interés ya estaban muy bajas y la situación de incertidumbre no favorecía la inversión.

En esta situación, los Estados intervinieron directamente, con promesas de gastar una cantidad de dinero considerada imposible hace un par de meses. En muchos casos vienen de gobiernos de la derecha, comprometidos tradicionalmente con una política fiscal estricta, es decir de no gastar más que los ingresos del Estado (más notablemente en el caso de Alemania). En Europa, lo que fue considerado imposible para apoyar a las economías de Grecia, Irlanda, España, Portugal e Italia hace diez años, se está gastando para paliar los efectos de la crisis. Justo en el momento en que Sanders y Corbyn han perdido sus ambiciones políticas, se están haciendo intervenciones estatales que exceden por mucho lo que ellos prometían.

Una gran parte de la ayuda prometida por los Estados viene en la forma de una garantía para los bancos: si ellos prestan dinero a empresas en dificultades, el Estado va a pagar la deuda de las empresas en el caso de que ellas no puedan hacerlo. Se busca una solución a través de estimular aún más el endeudamiento de las empresas no bancarias, justo en el momento en que ellas ya tienen deudas muy grandes.

Ha habido mucha discusión sobre si estas garantías deberían darse a empresas grandes o también empresas pequeñas. El gobierno de Estados Unidos acaba de anunciar (el 9 abril) que va a gastar 2,3 billones de dólares en ofrecer garantías de crédito para empresas pequeñas. En México, AMLO dice que los créditos se van a concentrar en las empresas pequeñas y medianas y no en las grandes.

Todavía no se está discutiendo mucho, pero todo eso implica una expansión enorme del carácter ficticio del capital, de la anticipación de una plusvalía no producida todavía. Va a ser una combinación de deuda privada (las empresas van a estar más endeudadas que nunca) y de deuda pública, mucho más grande que la existente. Inevitablemente va a surgir la cuestión de quién paga, si se paga a través de la prolongación de las políticas de austeridad de los últimos años, o si se aumentan los impuestos, sobre todo de los ricos, o si se reduce el significado real de la deuda a través de la inflación. Estas discusiones van a ser parte importante del ambiente del llamado “contrato social” que quieren los liberal-reformistas.

B – En algunos países están ofreciendo pagos directos (no préstamos). En el caso de Estados Unidos, si las empresas no reducen el número de empleados, los créditos no se tienen que pagar. También en los Estados Unidos se está haciendo un pago directo de 1.200 dólares a todos los contribuyentes (¿lo que excluye a migrantes y los pobres?). Esta cantidad se tiene que comparar con una renta mensual promedio en Nueva York de 3.000 dólares, según escribe Rana Faroohar en el Financial Times, el 29 marzo 2020. En Gran Bretaña, el gobierno va a pagar el 80% de su sueldo a trabajadores en paro sin goce de sueldo (pero no a los que ya perdieron su empleo). En México se van a expandir los programas de apoyo para los pobres.

Más radical es la propuesta de un ingreso básico universal. Es una idea que ha sido asociada con la izquierda radical, pero que ahora parece haber ganado el apoyo (o al menos la consideración) del Financial Times, e incluso de algunos republicanos en Estados Unidos. La idea es que el Estado debería garantizar un ingreso básico para todos los habitantes de su territorio. El significado de eso dependería mucho del nivel del pago y sus condiciones. Como dice Paul Mason: “Con los pagos del ingreso [básico] universal, señaló el político conservador británico Iain Duncan Smith, el problema es que podrían ‘disuadir a las personas de ir a trabajar’.”

C – Inversión e intervención en el sector de la salud. En muchos países se ha incrementado el gasto en los servicios de salud. La perspectiva reformista considera que en el futuro se va a incrementar este gasto de manera considerable. En algunos casos, como en Irlanda, se han nacionalizado todos los hospitales (¿de manera permanente?), en otros países se han introducido diferentes formas de control estatal de los hospitales privados.

D – Coordinación internacional. Un elemento importante en la propuesta liberal-reformista de un nuevo contrato social es que debe incluir una coordinación internacional mucho más fuerte para el control del coronavirus y las pandemias futuras y para evitar desastres ambientales. La posición de muchos Estados va en el sentido contrario: Estados Unidos está hablando de dejar de contribuir a la Organización Mundial de Salud (incluso acusándola de trabajar para China) y tratando de conseguir por todos los medios posibles el control del equipo sanitario necesario para combatir el virus (ver: Luis Hernández Navarro en La Jornada, 7 de abril).

E – El regreso al trabajo. El tema del regreso al trabajo va a ser importante en estas semanas. ¿Hasta qué punto se da más importancia a la producción del capital o a la salud de la gente? ¿O es cuestión de mantener el orden social? ¿Hasta qué punto es cuestión de regresar a la normalidad de siempre o de iniciar cambios significativos en las políticas de salud, medio ambiente y otras?

F – ¿Dónde está el gobierno de AMLO en este contexto? Llama la atención que (1) rechaza cualquier flexibilización de la austeridad fiscal; (2) sus promesas de apoyo están dirigidas a las empresas pequeñas y medianas; (3) promete incrementar los apoyos a los más pobres a través de los programas sociales existentes, pero la idea de un ingreso básico universal no aparece en el horizonte; (4) promete seguir fortaleciendo los servicios de salud y de controlar los hospitales privados en algunos casos, ya ha firmado un convenio con los hospitales privados que permite su uso público para cualquier paciente.

Llama mucho la atención la editorial del Financial Times de hoy (14 abril) sobre la respuesta del gobierno de AMLO:  “Donde el señor López Obrador es único en su clase es en negar la necesidad de un gran estímulo fiscal y monetario para rescatar de la recesión a la economía. Sin embargo, el consenso del mercado es que México estará entre los países más afectados por la pandemia debido a su dependencia de la manufactura, el turismo, las remesas y el petróleo de los Estados Unidos. Mientas Estados Unidos y Brasil han anunciado grandes paquetes de estímulo anticíclicos, el líder de México ha descartado préstamos adicionales, exenciones de impuestos o rescates. En cambio, la receta de López Obrador para la economía en crisis de su país es más austeridad, incluida una segunda ronda de recortes salariales para los funcionarios del gobierno. Ha duplicado en sus costosos proyectos preferidos, incluido el aumento de la producción de crudo y la construcción de una refinería de petróleo de ocho mil millones de pesos, justo cuando la demanda se está evaporando. Se ha relajado sobre la grave escasez de camas de hospital en el país y una tasa de pruebas de coronavirus que se encuentra entre las más bajas de cualquier nación importante.”

Vamos a ver si tienen razón, pero lo que sí está claro es que el gobierno mexicano no está aprovechando la oportunidad para introducir medidas más “progresistas” que están siendo introducidas de emergencia, incluso por gobiernos de la derecha.

4 – Perspectivas para un cambio radical

¿El coronavirus es el fin del capitalismo? Una pregunta absurda, pero el desafío de la situación actual es abrir la mente a preguntas consideradas absurdas hace dos meses. El mundo del coronavirus es un mundo de oportunidades y de impredecibilidades. ¿Existen maneras de aprovechar la situación como oportunidad para nosotra/os? ¿Podemos realmente jalar el freno del tren de la muerte?

Es el momento de “Hic Rhodus, hic salta”, como Raoul Vaneigem dice en su última comunicación (10 abril). Después de tanto platicar de capitalismo y revolución, ahora es el momento de dar sustento a la jactancia.

Se me ocurren varios puntos:

Primero la experiencia misma. Es una ruptura. El título de un artículo de Rebecca Solnit dice “The imposible has already happened”. Dice: “Las cosas que se suponía que eran imparables se detuvieron, y las cosas que se suponía que eran imposibles –extender los derechos y beneficios de los trabajadores, liberar a los prisioneros, mover unos trillones de dólares en los Estados Unidos– ya han sucedido”. La experiencia es muy contradictoria. Para muchos significa el desempleo, la enfermedad, la pobreza, un aumento de la violencia doméstica, el alcoholismo, la pérdida de cualquier seguridad. Pero para otros, al contrario, es una ruptura de las rutinas de trabajo, de la disciplina, del estrés.

También significa una ruptura importante en la contaminación de las ciudades, una reducción en la velocidad del calentamiento global. Hay mucho menos tráfico, el aire está mucho más limpio. Después de años y años de negociaciones entre los Estados para reducir la velocidad del calentamiento global y años de fracasos en alcanzar las metas establecidas, de repente se logró en un par de semanas. Se logró, por ejemplo, una reducción dramática en el uso de petróleo y otros combustibles fósiles. Muchos han hablado en los últimos años de la necesidad y de las ventajas de un decrecimiento (degrowth) (por ejemplo, en el seminario con Ulrich Brand hace un par de años): no se ha logrado como ella/os lo planteaban, pero sí se ha detenido la máquina frenética de producción/destrucción capitalista.

Sea experimentado como bueno o como malo, se trata de un rompimiento de la normalidad, de la reproducción, impensado de las relaciones sociales. Como dice el “virus” en el Monólogo del Virus: “Son libres de no creerme, pero he venido a parar la máquina cuyo freno de emergencia no encontraban. He venido a detener la actividad de la que eran rehenes. He venido a poner de manifiesto la aberración de la «normalidad».” Esto me parece fundamental como punto de partida. Para mal o para bien: la normalidad se ha roto. Ya no existe un “por supuesto”.

Segundo, y conectado con el primer punto, la crisis ha tenido un impacto enorme en desenmascarar la normalidad. Como dice el virus, está poniendo “de manifiesto la aberración de la «normalidad»”. En muchos sentidos. Pone de manifiesto la insuficiencia de los servicios de salud, aun (y en algunos casos especialmente) en los países más ricos. Pone de manifiesto también las consecuencias terribles de la destrucción de la biodiversidad y la mercantilización de la naturaleza. Desenmascara la desigualdad atroz entre ricos y pobres, y las consecuencias que esta tiene en términos de las muertes de los pobres, pero también para la seguridad de los ricos. La enfermedad de los pobres es una amenaza para la salud de los ricos (que fue el origen del “Estado de bienestar” en el siglo XIX). Revela en la práctica la posibilidad de reducir el calentamiento global y la contaminación de manera abrupta. También revela el estrés y el carácter enajenante del trabajo, y la posibilidad de vivir sin trabajar tanto.

Este desenmascaramiento pierde fuerza si se conecta simplemente con el neoliberalismo. Se sugiere, entonces, que lo único que necesitamos es un regreso al capitalismo más humano, la que es finalmente la posición del Financial Times. Al mismo tiempo, este desenmascaramiento me parece muy importante, como algo que hay que expandir al máximo. El capitalismo se ha revelado a sí mismo como forma de organización social que nos pone a todas y todos en peligro. No solamente el capitalismo sino, de manera tal vez más accesible, la mercantilización. Por eso me parece importante no descalificar simplemente las propuestas liberal-reformistas como intentos de restablecer o rescatar el capitalismo (aunque sí lo son) sino también verlas como expresiones de un fracaso ampliamente percibido de la mercantilización. Se ha abierto una brecha en la apariencia del capitalismo, si no como sistema racional, al menos como lo más racional que tengamos. En estas circunstancias las palabras de Vaneigem (10 abril) no son para nada extremas: “Las cosas que se suponía que eran imparables se detuvieron, y las cosas que se suponía que eran imposibles –extender los derechos y beneficios de los trabajadores, liberar a los prisioneros, mover unos trillones de dólares en los Estados Unidos– ya han sucedido.”

Tercero. El desafío del momento es emancipar la riqueza de la forma mercantil. El desafío es decir ¡Ya basta! a la mercantilización, luchar por la desmercantilización de la vida antes de que sea demasiado tarde.

Estamos viviendo el fracaso de la reproducción mercantil de la sociedad. La reproducción social actualmente se realiza sobre todo a través del intercambio mercantil, lo que incluye de manera crucial el intercambio de la fuerza de trabajo como mercancía. Con la crisis actual, está más claro que nunca que la mercantilización de la reproducción va a dar lugar a mucha miseria y muchas muertes: por falta de acceso a los servicios de salud mercantilizados, pero también por falta de compradores de la mercancía fuerza de trabajo y otras mercancías. El Estado está interviniendo para tratar de mitigar el fracaso de la reproducción social, pero las formas de intervención son casi exclusivamente formas diseñadas para asegurar la continuación de las formas mercantiles: es decir el crédito y el salario. Los que no son sujetos de crédito o asalariados van a sufrir las consecuencias más graves de la crisis.

Es un momento de debilidad de la mercantilización, que se refleja por ejemplo en la editorial del Financial Times. Hay que construir sobre esta debilidad para buscar una salida que no sea la salida estatal, que no es ninguna salida sino una recuperación.

Tal vez hay que pensar a partir de los casos más obvios. La salud, por ejemplo. Es obvio que los servicios de salud son inadecuados en todos los países para enfrentar la pandemia y que, en casi todos los países, esos servicios se han deteriorado en los últimos veinte años (caída del número de camas en los hospitales por mil de población, por ejemplo). Esto se ve como fracaso del mercado, es decir de la mercantilización creciente de los servicios de salud, pero también de la relación entre Estado y mercado. La presión del capital ha debilitado mucho la calidad de la provisión estatal en todos los países. No puede ser, entonces, simplemente cuestión de incrementar el papel del Estado, porque es evidente que el Estado está subordinado al capital y a su necesidad de rentabilizarse. La única solución tiene que ser la desmercantilización de la salud, pero de una manera que no pase por el Estado. ¿Qué significaría eso? El tratamiento gratuito para todas y todos, por supuesto; medicamientos gratuitos para todas y todos; investigación médica separada de cualquier consideración de ganancia; una apertura a muchas diferentes interpretaciones de lo que es el cuidado de la salud, y mucho, mucho, más. Obviamente, estaríamos hablando de otro tipo de sociedad, una sociedad que no estuviera basada en la mercantilización de la fuerza de trabajo, pero tal vez es importante empezar desde las debilidades que se han hecho obvias en esta crisis.

Otra área donde el carácter destructivo de la mercantilización se ha hecho evidente es la relación entre los humanos y otras formas de vida y el ambiente en general. Se reconoce ampliamente que la pandemia está relacionada con la pérdida de la biodiversidad, con la industrialización de la agricultura, el extractivismo, el calentamiento global, el uso de los combustibles fósiles, etcétera. Las últimas semanas han demostrado que es posible detener este proceso que ha parecido imparable. También se ha reconocido que este proceso de destrucción del ambiente está impulsado por la búsqueda constante de la ganancia. Obviamente, hay medidas de regulación estatal, pero está claro que estas medidas no han sido suficientes para evitar las consecuencias terribles que ahora estamos sufriendo. Se ha dicho que el tren capitalista nos está llevando hacia la extinción (por eso el nombre del movimiento británico, Extinction Rebellion), pero ahora la pandemia nos hace pensar que la extinción no va a ser un evento único, sino un proceso compuesto por varias fases. Es muy posible que con la pandemia actual estemos viviendo una fase inicial de la extinción. Se vuelve entonces sumamente urgente desmercantilizar la relación entre los humanos y la naturaleza, y hacerlo de una manera que no pase por el Estado.

Cuarto. Hablamos de la intervención estatal en la reproducción social en términos de un “aflojamiento” de la disciplina del dinero. Parece de mal gusto hablar de un aflojamiento del poder disciplinario del dinero justo en este momento, cuando mucha gente ve su vida amenazada por la falta de dinero. Sin embargo, un argumento central del curso ha sido que el carácter ficticio de la acumulación es una característica crucial del capitalismo actual y, al mismo tiempo, su enfermedad crónica, y que esta ficcionalización es resultado de nuestra falta de subordinación, es decir, de la incapacidad por parte del capital de subordinar nuestra vida suficientemente a los requerimientos de la producción del valor. La ficcionalización del capital es un aflojamiento del dinero en el sentido de un alejamiento entre el valor producido y la expresión monetaria de este valor.

El mismo argumento se puede expresar en términos de riesgo moral (moral hazard). El “riesgo moral” es un término técnico que viene de la industria de los seguros, que se usa mucho en las discusiones sobre la intervención estatal en la economía. La cuestión del riesgo moral siempre surge cuando el Estado interviene para amainar los efectos de una crisis. Si el Estado presta u obsequia a un capital en dificultades el dinero para sobrevivir, genera un “riesgo moral”: es decir, crea una situación en la cual el capitalista ya no se va a sentir sujeto a las leyes normales del mercado, porque va a asumir que en caso de dificultad el Estado lo va a rescatar. En general, se trata de una situación que aplica a capitales particularmente importantes, capitales que, por el impacto que tendría su colapso, son considerados demasiado grandes para fracasar o caer (too big to fail). El desarrollo del riesgo moral es indisociable de la aceptación de que el Estado debería intervenir en una situación de crisis para mitigar sus efectos. Fue un tema importante en el año 2008: después de romper las expectativas de los capitalistas cuando permitió la caída de Lehman Brothers, el Estado estadounidense y otros Estados tuvieron que apoyar a los bancos principales y empresas mayores, confirmando así el riesgo moral, la idea de que los capitales mayores no se pueden dejar caer. Esto perpetua un sistema ineficiente y corrupto, además de transferir a los contribuyentes y a todas y todos (a través de políticas de austeridad) el costo de rescatar a los bancos y otras empresas. La objeción de la derecha tradicional siempre ha sido que estos tipos de intervención socavan la disciplina del dinero, ya que afloja la relación entre dinero y valor. Esto ha sido un tema importante en todas las discusiones de la intervención estatal en los últimos noventa años. En la situación actual sucede lo mismo, pero el argumento contra la intervención estatal no se expresa mucho por el carácter dramático del colapso. Dejar sin más que la ley del valor opere tendría consecuencias tan enormes que no se dejan contemplar, sería el caos total. ¿Nuestro caos?

El argumento del riesgo moral siempre tiene la misma estructura: si no tienes que pagar, entonces se va a perder la disciplina del dinero. El término “riesgo moral” se aplica normalmente sólo a los capitales, pero la situación actual pone de manifiesto que tiene implicaciones más generales. Los gobiernos se ven obligados, en muchos casos, a intervenir para apoyar a los contribuyentes/ciudadanos/residentes que sufren las consecuencias económicas de la pandemia. Es una extensión cualitativa de la idea del Estado de Bienestar, que tiene el mismo problema de riesgo moral en su base: es decir, crea una situación en la cual el trabajador/persona ya no se va a sentir sujeto a las leyes normales del mercado, porque va a asumir que, en caso de dificultades, el Estado lo va a rescatar. Se debilita así el efecto disciplinario del dinero. Esto ha sido un problema central en las intervenciones welfaristas desde el principio: ¿cómo mantener la disciplina del dinero al mismo tiempo que reconocer que el dinero/mercado es insuficiente para asegurar la reproducción social? Para lograr esto, el Estado tiene que reducir el nivel del apoyo al mínimo necesario (o menos), tiene que crear un sistema administrativo humillante y tiene que movilizar un sentimiento de culpa. En la situación actual la culpa no juega ningún papel.

La cuestión adquiere otra dimensión con la idea del ingreso básico universal que se ha convertido en un tema de discusión importante en la crisis actual. Originalmente, es una propuesta de la izquierda radical-autonomista, ahora se está discutiendo en círculos oficiales, incluso es parte de la propuesta de un “nuevo contrato social” del que habla el  Financial Times. Un ingreso universal no sería el fin del capitalismo porque, en términos de las propuestas actuales, sería administrado por el Estado, y el Estado tendría que asegurar que su nivel fuera tan bajo que no amenazara la necesidad de los trabajadores de vender su fuerza de trabajo. Pero tal vez lo importante sería desvincular el ingreso de la venta de la fuerza de trabajo. Además, para ser una protección contra pandemias, tendría que ser realmente universal, es decir un ingreso básico para todos y todas los/las habitantes del mundo. Llevado hasta sus últimas consecuencias, un ingreso universal podría significar la desmercantilización de la fuerza de trabajo, un portal hacia otro mundo. Pero a través del Estado no se podría llevar hasta sus últimas consecuencias.

La noción de riesgo moral también se puede extender a actividades desmercantilizadas. Un argumento en contra de la gratuidad del servicio de salud en Gran Bretaña, por ejemplo, ha sido que, si la gente no tiene que pagar para ver al médico, entonces van a ir por cualquier dolencia y le van a hacer perder el tiempo. Es un aspecto de las muchas, muchas presiones para ser más “eficiente” el servicio nacional de salud que lo han convertido en un sistema incapaz de enfrentar de manera adecuada la emergencia actual.

El riesgo moral, finalmente, es que la gente no quiera acatar la ley del valor. Un problema central para la mercantilización/capitalización de la reproducción social. ¿Cómo desarrollar este rechazo al valor para fortalecer la desmercantilización?

Quinto. Hasta aquí esta presentación ha sido muy racional. En realidad, es más probable que la emancipación de la riqueza de la forma mercantil se haga con explosiones de rabia. Vamos a ver, en las próximas semanas y meses, hasta qué punto llegan las explosiones de rabia ante la restructuración brutal del capital. No creo que sean tiempos de tranquilidad.

Sexto ¿Adónde vamos con estas reflexiones? Tal vez ayudaría relacionarlas con otras propuestas que hablan del fin del capitalismo en el contexto actual.

Rebecca Solnit, en su artículo ”The impossible has already happened”: what coronavirus can teach us about hope” enfatiza la importancia de pensar en términos de esperanza, y cómo cambios importantes pueden surgir de las catástrofes. Dice, por ejemplo: “Mi amigo Renato Redentor Constantino, un activista climático, me escribió desde Filipinas y dijo: ‘Hoy somos testigos de muestras diarias de amor que nos recuerdan las muchas razones por las que los humanos han sobrevivido tanto tiempo. Nos encontramos con actos épicos de coraje y ciudadanía todos los días en nuestros vecindarios y en otras ciudades y países, instancias que nos susurran que las depredaciones de algunos eventualmente serán superadas por legiones de personas obstinadas que rechazan el consejo de la desesperación, la violencia, la indiferencia y arrogancia que los llamados líderes parecen tan ansiosos de desencadenar hoy en día’.” Pero no dice nada específico sobre cómo pensar el cambio. Ha sido criticada por Jai Sen y Lawrence Cox sobre todo por su imagen de “we”, que corresponde a los que pueden (¿podemos?) vivir la crisis en relativa comodidad. El argumento de nuestra narrativa presentada aquí es que es importante entender la esperanza a partir de la crisis del capital y de la mercantilización de las relaciones sociales.

Raúl Zibechi, en sus artículos en La Jornada, adopta un enfoque bastante determinista inspirado por Wallerstein, de que estamos entrando a un periodo de unos treinta años de transición que van a ser caracterizados por guerras, miseria e insurgencias. Propone que la mejor manera de enfrentar la situación es a través de la construcción de arcas, donde se construyen otras relaciones sociales, como lo están haciendo los zapatistas. Privilegia en este proceso los movimientos indígenas que ocupan una posición marginal con respecto al desarrollo capitalista. El argumento de nuestra narrativa presentada aquí es que el futuro está más abierto que lo que sugiere Zibechi, que hay que pensar a partir de nuestra fuerza y no de nuestra marginalidad, y que hay que entender las posibilidades a partir de los antagonismos inherentes en la totalidad del capital. Las arcas y las grietas pueden ser muy importantes, pero tenemos que encontrar una manera para jalar el freno del tren de la muerte, es decir de la acumulación, de la mercantilización.

Otro artículo relevante es uno de Paul Mason que se llama “Will coronavirus signal the end of capitalism?” Mason sugiere que la crisis actual del capital es mucho más profunda que la de 2008: “Esta vez, por el contrario, son los cimientos los que se derrumban, porque toda la vida económica en un sistema capitalista se basa en obligar a las personas a ir a trabajar y gastar sus salarios. Dado que ahora tenemos que obligarlos a mantenerse alejados del trabajo, y de todos los lugares donde generalmente gastan sus salarios ganados con tanto esfuerzo, no importa cuán fuerte es el edificio en sí. De hecho, el edificio no es tan fuerte. Gran parte del crecimiento que hemos experimentado durante los doce años transcurridos desde la última crisis financiera ha sido impulsado por los bancos centrales que imprimen dinero, los gobiernos rescatan el sistema bancario y la deuda. En lugar de pagar la deuda, acumulamos un estimado de 72 trillones de dólares más”. Mason sostiene que la crisis está llevando a la adopción de medidas que ya prefiguran una sociedad poscapitalista: “Estados que pagan a los ciudadanos un ingreso universal, ya que la automatización hace que el trabajo bien remunerado sea precario y escaso; bancos centrales que prestan directamente al estado para mantenerlo a flote; la propiedad pública a gran escala de las grandes corporaciones para mantener servicios vitales que no se pueden ejecutar con ganancias”. Y luego continúa: “He argumentado que es poco probable que el capitalismo sobreviva a largo plazo –y en el corto plazo solo puede sobrevivir adoptando características del ‘poscapitalismo’-.” Cita con aprobación a un grupo capitalista que dice: “El capitalismo convencional está muriendo, o al menos mutando en algo más cercano a una versión del comunismo.” La visión de lo que está pasando es interesante, pero la imagen del comunismo que presenta es una imagen tecnocrática y estadocéntrica, bastante alejada del concepto que inspira la narrativa presentada aquí.

Arundhati Roy en su artículo “La pandemia es un portal” enfatiza la brutalidad de la administración de la pandemia en la India y nos deja compartir la rabia de la gente. Su idea de la pandemia como “portal” me parece importante, pero no explica en qué sentido puede ser un portal.

En el artículo de Slavoj Zizek con el título de “Coronavirus es un golpe al capitalismo al estilo de ‘Kill Bill’ y podría conducir a la reinvención del comunismo”, el autor dice muy poco sobre el tema y además tiene una visión del comunismo bastante diferente de la que guía esta narrativa. Escribe Zizek: “No estamos hablando aquí sobre el comunismo a la antigua usanza, por supuesto, sino sobre algún tipo de organización global que pueda controlar y regular la economía, así como limitar la soberanía de los estados nacionales cuando sea necesario.”  No hay en este artículo ningún cuestionamiento ni de la forma mercantil ni del Estado.

El artículo de Quincy Saul, “April Theses with 2020 Vision”, es un manifiesto ecosocialista para la situación actual que termina en una lista larga de demandas que incluyen un ingreso básico universal y también la cancelación de todas las deudas (jubilee – jubileo). Es interesante pero no toca los mismos temas que esta narrativa.

El artículo de Wallace et. al., “COVID-19 And Circuits Of Capital”, ofrece un análisis muy detallado del virus y entiende el problema en términos del desarrollo capitalista y la tendencia a la mercantilización de todo. Sugiere que “the way out is nothing short of birthing a world (or perhaps more along the lines of returning back to Earth”, pero no entra en detalles sobre cómo hacerlo.

Hay tanto que leer y pensar y la situación se va cambiando todos los días. Pero me parece importante lo que señala Raoul Vaneigem, que ahora es el momento del Hic Rhodus, hic salta. Es un momento privilegiado de terror y de esperanza que hay que pensar.

John Holloway, 14 de abril de 2020

(Con muchas gracias a Edith González y Panagiotis Doulos por sus comentarios sobre un borrador previo)

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CORONACRISIS I (NARRATIVA DE LA SESION 7 (con unos pequeños cambios)

JOHN HOLLOWAY – CURSO LA TORMENTA (2020)

Hay, tal vez, tres líneas que nos ayudan a pensar la emergencia actual en el contexto de la tormenta. En las discusiones oficiales no se conecta la pandemia con el capital: se tiende a presentarla como un “acto de fuerza mayor”, como una amenaza que viene de afuera. Las críticas, por su parte, enfatizan la continuidad entre la pandemia y el desarrollo del capital.

Las tres líneas críticas más relevantes me parecen:

    Destrucción de la naturaleza

    Intensificación de la vigilancia estatal

    Ficcionalización del capital

Destrucción de la naturaleza

El coronavirus no surge de la nada. Surge más bien de la destrucción de la relación entre humanos y otras formas de vida. La urbanización, la industrialización del campo, el cambio climático, la deforestación, la pérdida de biodiversidad, el agotamiento del agua: todos estos cambios tienen un efecto profundo en los hábitats y las condiciones de vida de los animales silvestres. Esto facilita la transmisión de virus de esos animales a los humanos (y al revés). Si la destrucción capitalista sigue, es muy posible que el coronavirus esté anunciando una época de pandemias con consecuencias impredecibles. Como dice Antonio Tenorio, un experto en virus: “La aparición de infecciones va en aumento y su contagio es cada vez más rápido. Las razones están asociadas al desarrollo de una economía de sobreexplotación de recursos. Algunos ejemplos que lo explican sería la propia deforestación y el cambio climático que hace que los animales silvestres se acerquen a las poblaciones. También la manipulación de animales silvestres para comerlos, o extraer sus cuernos, etcétera. El hacinamiento de animales en las granjas―gripe aviar, peste porcina…―el caso de las vacas locas por haberles dado restos de vacas muertas como alimento…”

Según dice Michael Roberts: “A principios de 2018, durante una reunión en la Organización Mundial de la Salud en Ginebra, un grupo de expertos (el Plan de I + D ) acuñó el término «Enfermedad X»: predijeron que la próxima pandemia sería causada por un nuevo patógeno desconocido que no había entrado todavía en la población humana. La enfermedad X probablemente resultaría de un virus originado en animales y surgiría en algún lugar del planeta donde el desarrollo económico pone en contacto a personas y vida silvestre. Más recientemente, en septiembre pasado, la ONU publicó un informe advirtiendo que existe una «amenaza muy real» de una pandemia que arrase el planeta y mate hasta 80 millones de personas. Un patógeno mortal, propagado por el aire en todo el mundo, según el informe, podría acabar con casi el 5 por ciento de la economía mundial.” (Michael Roberts, 6 de abril 2020).

Intensificación de la vigilancia estatal

En casi todos los países, la regulación estatal de los movimientos de los habitantes de sus territorios ha llegado a extremos inimaginables hace tres meses. Aunque hay diferencias significativas entre los diferentes Estados, la tendencia es común a todos. Aquí también hay líneas de continuidad con el desarrollo mundial en años recientes, sobre todo en el contexto de la llamada guerra contra el terrorismo, como lo ha indicado Agamben. El control está acompañado por un fortalecimiento de poderes policiacos y militares y también por una aplicación sin precedente de software de vigilancia (ver Harari). Se puede ver como una normalización del Estado de excepción.

Ficcionalización del capital

Lo que más nos interesa en el contexto del curso es la línea de continuidad con el carácter ficticio de la acumulación del capital.

Uno. El argumento desarrollado hasta aquí entiende la situación actual del capitalismo como un impasse entre capital y humanidad. Este impasse se expresa en el carácter cada vez más ficticio de la acumulación capitalista. La mayoría de los análisis del llamado neoliberalismo lo ven más bien como triunfo del capital. La idea de un impasse enfatiza nuestra fuerza, a pesar de las apariencias, mientras que la idea del neoliberalismo tiende a presentarnos como víctimas.

Dos. El argumento del impasse se basa en el hecho de que, en los últimos cuarenta años, la reproducción capitalista está basada en la expansión constante de la deuda al nivel mundial. La acumulación aparente del capital tiene como base no solamente la producción de plusvalía sino, cada vez más, la anticipación de una plusvalía futura. Cada vez más, la reproducción del capital (y con eso la reproducción social en una sociedad capitalista) está basada en la apuesta de que el capital logrará cumplir mañana la explotación que no ha logrado cumplir hoy. (Ver el artículo de Plender para cifras recientes sobre la expansión mundial de la deuda). Esta crisis financiera tiene como base una crisis del trabajo, es decir de la abstracción y explotación de la actividad humana. En el centro del capitalismo actual está la insubordinación o no subordinación: la acumulación exige una subordinación cada vez mayor de la actividad humana al trabajo abstracto, pero el capital no la logra imponer. Nosotra/os no queremos y/o no somos capaces de subordinar nuestra actividad suficientemente a la lógica del capital. Esta falta de subordinación no depende de la organización consciente, aunque sí la organización puede jugar un papel importante. Las expectativas que tenemos de la vida (lo que Marx llama el elemento moral del salario, lo que también se podría entender como civilización) también juegan un papel.

Tres. Este impasse entre capital y humanos constituye un bloque al proceso de crisis que es característico de la acumulación del capital. El desarrollo capitalista conduce a una caída periódica de la tasa de ganancia. Para reponerse requiere una reestructuración (lo que Schumpeter llama una destrucción creativa). Pero esta reestructuración no es automática: significa una lucha fuerte para reordenar no solamente el proceso de producción sino el conjunto de las relaciones sociales.

Cuatro. La dificultad para el capital de lograr su reestructuración se hizo evidente después de la revolución rusa y la ola de luchas obreras en los años 20. Después del crac financiero de 1929 y la depresión económica que lo siguió, muchos Estados (Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, México entre muchos otros) asumieron un papel más activo en la reestructuración, postergando y administrando el proceso. Elemento central en eso fue el debilitamiento de la disciplina monetaria a través del abandono del patrón oro. La teoría que justificó esta nueva forma de intervención estatal fue la keynesiana. Sin embargo, la reestructuración que creó la base para la acumulación rápida en los años 50 y principios de los 60 no fue producto de las políticas del New Deal sino de la segunda guerra mundial con su destrucción enorme del capital, la matanza de unos 70 millones de personas y la imposición a través del fascismo y de la militarización de una nueva disciplina de trabajo. El impasse de los años 30, lo que Paul Mattick veía como “crisis permanente”, fue resuelto por la guerra. Como dice Mattick: “La muerte, el más grande de todos los keynesianos, ahora dominó el mundo una vez más”. (1978, 142)].

Cinco. Cuando surgió otra vez una crisis mundial del capital a mediados de los años 70, después de años de lucha en muchas partes del mundo (Vietnam, contra la guerra en Vietnam, luchas estudiantiles y obreras, el movimiento feminista, etc.), no se dio la misma resolución brutal de la crisis. Más bien hubo una lucha prolongada involucrando otro aflojamiento de la disciplina del dinero con el abandono del sistema de Bretton Woods en 1971, la imposición de un régimen de restricción monetaria en 1979 (el Volcker shock, el monetarismo) que duró como dos años y luego una expansión enorme y prolongada del crédito. Esta política fue acompañada por una reorganización del trabajo y el debilitamiento de los sindicatos, pero significó el establecimiento de la acumulación sobre una base cada vez más ficticia y la postergación o prolongación de la crisis.

Seis. Esta situación de impasse tiene consecuencias importantes para la acumulación del capital. El capital sufre ganancias bajas, crecimiento lento, alta volatilidad. El hecho de que la adquisición de ganancias está cada vez más alejada de la producción de plusvalía quita toda apariencia de sentido o de justificación moral al sistema, y prolifera la corrupción y la violencia. La búsqueda frenética de la ganancia aumenta la velocidad de la destrucción del ambiente natural, acelera el calentamiento global, promueve las condiciones para el brote de pandemias. También conduce a la destrucción de todo lo que no sirve a la adquisición de ganancias: los servicios de salud, por ejemplo.

Siete. La existencia de una situación de impasse no significa que la resolución de tal impasse sea imposible. Tenemos la segunda guerra mundial como ejemplo.

Ocho. La crisis financiera de 2008 no resolvió el impasse. Llevó a la imposición de políticas de austeridad en todo el mundo, afectó mucho las condiciones y oportunidades de vida de mucha gente, sobre todo jóvenes, pero las intervenciones estatales (el gasto de alrededor de 20 billones de dólares para apoyar a los bancos y restaurar la acumulación) permitieron evitar una reestructuración radical del capital. Otra vez, la reestructuración del capital fue postergada y prolongada. A través de las políticas de aflojamiento monetario (quantitative easing, QE), se buscó evitar la confrontación total que una reestructuración radical hubiera significado.

Nueve. Detrás de las intervenciones estatales (como en cualquier crisis mayor) hubo un debate, y detrás del debate hubo un miedo profundo. Un debate entre halcones y palomas, entre los que apoyan una reestructuración, sean las que sean sus consecuencias sociales y los que dicen que una reestructuración sin amortiguamiento estatal llevaría a un caos social y podría incluso amenazar la reproducción del sistema.

Diez. La crisis-y-reestructuración del capital quedó pendiente. Muchos comentaristas argumentaban que no se podía evitar por mucho tiempo, que un colapso financiero era muy probable en estos años.

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El derecho a la pereza.

Paul Lafargue El derecho a la pereza. (Refutación del derecho al trabajo de 1848)

Descargar:

http://www.eldamoneo.com/lafargue_refutacion_del_trabajo.pdf

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CORONACRISIS I JOHN HOLLOWAY – CURSO LA TORMENTA (2020)

La Tormenta I 2020 Narrativa 7

(TOMADO DE COMUNIZAR: www.comunizar.ar )

Los seminarios que nos faltan serán dedicados a la discusión de la Coronacrisis. ¿Cómo entenderla? ¿Cómo entender la crisis en el contexto que hemos estado desarrollando, es decir desde la perspectiva del carácter cada vez más ficticio de la acumulación capitalista? ¿Cómo entender las posibilidades políticas de la situación actual?

John Holloway: Curso La Tormenta (2020) Clase 3

Este curso es el desarrollo de un curso que se impartió por primera vez en 2016 y que se publicó en el libro «La Tormenta». La segunda versión se impartió en 2018.

NARRATIVA DE LA SESIÓN

La Corona-Tormenta / John Holloway

El movimiento estudiantil contra la violencia y luego la emergencia provocada por el coronavirus son expresiones de la tormenta que estamos tratando de entender. Primero, en el caso del movimiento estudiantil emerge como una fuerza que no está dispuesta a aceptar el incremento de esta violencia que es manifestación de la descomposición social ocasionada por la crisis capitalista.

En el caso del coronavirus, hay tal vez tres líneas que nos ayudan a pensar la emergencia actual en el contexto de la tormenta. En las discusiones oficiales no se conecta la pandemia con el capital: se tiende a presentarla como un “acto de fuerza mayor”, como amenaza que viene de afuera. Las críticas, por su parte, enfatizan la continuidad entre la pandemia y el desarrollo del capital.

Los tres puntos más relevantes me parecen:

  • Destrucción de la naturaleza.
  • Intensificación de la vigilancia estatal
  • Ficcionalización del capital

Destrucción de la naturaleza

El coronavirus no surge de la nada. Surge más bien de la destrucción de la relación entre humanos y otras formas de vida. La urbanización, la industrialización del campo, el cambio climático, la deforestación, la pérdida de biodiversidad, el agotamiento del agua: todos estos cambios tienen un efecto profundo en los hábitats y las condiciones de vida de los animales silvestres. Esto facilita la transmisión de virus de esos animales a los humanos (y al revés). Si la destrucción capitalista sigue, es muy posible que el coronavirus esté anunciando una época de pandemias con consecuencias impredecibles. Como dice Antonio Tenorio, un experto en virus: “La aparición de infecciones va en aumento y su contagio es cada vez más rápido. Las razones están asociadas al desarrollo de una economía de sobreexplotación de recursos. Algunos ejemplos que lo explican sería la propia deforestación y el cambio climático que hace que los animales silvestres se acerquen a las poblaciones. También la manipulación de animales silvestres para comerlos, o extraer sus cuernos, etc. El hacinamiento de animales en las granjas―gripe aviar, peste porcina…―el caso de las vacas locas por haberles dado restos de vacas muertas como alimento…”

Intensificación de la vigilancia estatal

En casi todos los países, la regulación estatal de los movimientos de los habitantes de sus territorios ha llegado a extremos inimaginables apenas hace tres meses. Aunque hay diferencias significativas entre los diferentes Estados, la tendencia es común a todos. Aquí también hay líneas de continuidad con el desarrollo mundial en años recientes, sobre todo en el contexto de la llamada guerra contra el terrorismo, como lo ha indicado Agamben. El control está acompañado por un fortalecimiento de poderes policíacos y militares y también por una aplicación sin precedente de software de vigilancia (ver Harari).

Ficcionalización del capital

Lo que más nos interesa en el contexto del curso es la línea de continuidad con el carácter ficticio de la acumulación del capital.

1) El argumento desarrollado hasta aquí entiende la situación actual del capitalismo como un impasse entre capital y humanidad. Este impasse se expresa en el carácter cada vez más ficticio de la acumulación capitalista. La mayoría de los análisis del llamado neoliberalismo lo ven más bien como triunfo del capital. La idea de un impasse enfatiza nuestra fuerza, a pesar de las apariencias, mientras que la idea del neoliberalismo tiende a presentarnos como víctimas.

2) El argumento del impasse se basa en el hecho de que en los últimos cuarenta años, la reproducción capitalista está basada en la expansión constante de la deuda al nivel mundial. La acumulación aparente del capital tiene como base no solamente la producción de plusvalía sino, cada vez más, la anticipación de una plusvalía futura. Cada vez más, la reproducción del capital (y con eso la reproducción social en una sociedad capitalista) está basada en la apuesta de que el capital logrará cumplir mañana la explotación que no ha logrado cumplir hoy. (Ver Plender para cifras recientes sobre la expansión mundial de la deuda). Esta crisis financiera tiene como base una crisis del trabajo, es decir de la abstracción y explotación de la actividad humana. En el centro del capitalismo actual está la insubordinación o no subordinación: la acumulación exige una subordinación cada vez mayor de la actividad humana al trabajo abstracto, pero el capital no la logra imponer. Nosotra/os no queremos y/o no somos capaces de subordinar nuestra actividad suficientemente a la lógica del capital. Esta falta de subordinación no depende de la organización consciente aunque sí la organización puede jugar un papel importante. Las expectativas que tenemos de la vida (lo que Marx llama el elemento moral del salario, lo que también se podría entender como civilización) también juegan un papel.

3) Este impasse entre capital y humanos constituye un bloque al proceso de crisis que es característico de la acumulación del capital. El desarrollo capitalista conduce a una caída periódica de la tasa de ganancia. Para reponerse requiere una reestructuración (lo que Schumpeter llama una destrucción creativa). Pero esta reestructuración no es automática: significa una lucha fuerte para reordenar no solamente el proceso de producción sino el conjunto de las relaciones sociales.

4) La dificultad para el capital de lograr su restructuración se hizo evidente después de la revolución rusa y la ola de luchas obreras en los años 20. Después del crac financiero de 1929 y la depresión económica que lo siguió, muchos Estados (Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, México entre muchos otros) asumieron un papel más activo en la restructuración, postergando y administrando el proceso. Elemento central en eso fue el debilitamiento de la disciplina monetaria a través del abandono del patrón oro. La teoría que justificó esta nueva forma de intervención estatal fue la keynesiana. Sin embargo, la restructuración que creó la base para la acumulación rápida en los años 50 y principios de los 60 no fue producto de las políticas del New Deal sino de la segunda guerra mundial con su destrucción enorme del capital, la matanza de unos 70 millones de personas y la imposición a través del fascismo y de la militarización de una nueva disciplina de trabajo. El impasse de los años 30 (lo que Mattick veía como “crisis permanente”) fue resuelto por la guerra.

5) Cuando surgió otra vez una crisis mundial del capital a mediados de los años 70, después de años de lucha en muchas partes del mundo, no se dio la misma resolución brutal de la crisis. Más bien hubo una lucha prolongada involucrando otro aflojamiento de la disciplina del dinero con el abandono del sistema de Bretton Woods en 1971, la imposición de un régimen de restricción monetaria en 1979 (el Volcker shock, el monetarismo) que duró como dos años y luego una expansión enorme y prolongada del crédito. Esta política fue acompañada por una reorganización del trabajo y el debilitamiento de los sindicatos, pero significó el establecimiento de la acumulación sobre una base cada vez más ficticia y la postergación o prolongación de la crisis.

6) Esta situación de impasse tiene consecuencias importantes para la acumulación del capital. El capital sufre ganancias bajas, crecimiento lento, alta volatilidad. El hecho de que la adquisición de ganancias está cada vez más alejada de la producción de plusvalía quita toda apariencia de sentido o de justificación moral al sistema, prolifera la corrupción y la violencia. La búsqueda frenética de la ganancia aumenta la velocidad de la destrucción de ambiente natural, acelera el calentamiento global, promueve las condiciones para el brote de pandemias. También conduce a la destrucción de todo lo que no sirve a la adquisición de ganancias, los servicios de salud, por ejemplo.

7) La existencia de una situación de impasse no significa que la resolución de tal impasse sea imposible. Tenemos la segunda guerra mundial como ejemplo.

8) La crisis financiera de 2008 no resolvió el impasse. Llevó a la imposición de políticas de austeridad en todo el mundo, afectó mucho las condiciones y oportunidades de vida de mucha gente, sobre todo jóvenes, pero las intervenciones estatales (el gasto de alrededor de 20 billones de dólares para apoyar los bancos y restaurar la acumulación) permitieron evitar una restructuración radical del capital. Otra vez la restructuración del capital fue postergada y prolongada. A través de las políticas de aflojamiento monetario (quantitative easing, QE), se buscó evitar la confrontación total que una restructuración radical hubiera significado.

9) Detrás de las intervenciones estatales (como en cualquier crisis mayor) hubo un debate, y detrás del debate hubo un miedo profundo. Un debate entre halcones y palomas, entre los que apoyan una restructuración, sean las que sean sus consecuencias sociales y los que dicen que una restructuración sin amortiguamiento estatal llevaría a un caos social y podría incluso amenazar la reproducción del sistema.

10) La crisis-y-restructuración del capital quedó como pendiente. Muchos comentaristas argumentaban que no se podía evitar por mucho tiempo, que un colapso financiero era muy probable en estos años.

11) El coronavirus se presenta entonces como oportunidad. Ahora existe la posibilidad de una crisis-y-restructuración de una escala mayor. En este contexto las medidas de seguridad adquieren otro significado posible. Está claro que hay muchas fuerzas tratando de aprovechar la oportunidad presentada de manera improvista, pero no está claro que el capital tenga la fuerza para imponer una restructuración radical del tipo abogado por los halcones.

Un escenario posible es un colapso financiero, junto con la destrucción masiva de empresas pequeñas o ineficientes y de empresas grandes asociadas con formas de acumulación más tradicionales, acompañada por un auge enorme de desempleo, una caída fuerte de salarios y la muerte masiva sobre todo de millones de pobres en las partes más pobres del mundo. Una tragedia humana que podría establecer el capital sobre una base más sana y establecer la acumulación sobre una base menos ficticia. Sería una resolución de la crisis semejante a una guerra mundial. Claro que implicaría un regreso al tren de la muerte, al cambio climático, a la proliferación de pandemias. Esta posibilidad no se puede descartar.

Contra esa solución existen fuerzas para seguir con la postergación y prolongación de la crisis, fuerzas liberales. Promueven la intervención estatal para mitigar los efectos de la crisis, para dar apoyo a empresas grandes y pequeñas y apoyo a los empleados. Su perspectiva es un retorno a la normalidad lo más pronto posible, aunque con ciertos cambios como mejoramiento de los servicios de salud. La escala sin precedente en tiempos de “paz” de las intervenciones estatales, rompiendo todas las reglas de la disciplina monetaria, indican la fuerza de esta posición. Dentro de las intervenciones estatales existe una variedad de concepciones, algunas más “liberales” que otras, algunas que favorecen claramente la restructuración a favor del capital más avanzado, otras más orientadas hacia la supervivencia de los capitales pequeños y de los empleados. Este debate puede tener consecuencias significativas para el mundo después la emergencia, pero ninguno de los enfoques cuestiona la dinámica básica de la sociedad, ninguno piensa en jalar el freno de emergencia en el tren de la muerte. Al contrario, detrás de este enfoque está el miedo siempre presente en las crisis agudas: el miedo al caos, el miedo a una ruptura de la civilización, de esta civilización que nos está llevando a la extinción. En cada crisis se juega con la muerte del sistema.

Las intervenciones estatales ya anunciadas para mitigar el efecto de la crisis exceden por mucho las intervenciones para mitigar la crisis financiera de 2008. Su efecto sin duda va a ser una expansión muy grande de la deuda mundial, es decir del carácter ficticio del capital, con todo lo que implica. La intervención para evitar un colapso social ahora creará tensiones sociales grandes a largo plazo, como fue el caso después de 2008.

¿Existen formas de aprovechar la situación como oportunidad para nosotra/os, como manera de jalar el freno? No sé. Se me ocurren cuatro puntos:

Primero. La experiencia misma. Es una ruptura de las rutinas de trabajo para mucha gente. Significa en muchos casos desempleo, pero en muchos casos también un cambio radical en la disciplina del trabajo. Una ruptura también en la contaminación de las ciudades, una reducción en la velocidad del calentamiento global. ¿Cómo tomar esta experiencia como punto de partida para pensar otro mundo? ¿Significa un avance en la crisis del trabajo abstracto?

Segundo. El desenmascaramiento. La crisis ha tenido un impacto enorme en términos de desenmascarar las estructuras de poder y la irracionalidad del capitalismo, aún si aquí interviene la categoría reaccionaria de “neoliberalismo” para sugerir que lo único que necesitamos es un regreso al capitalismo normal. ¿Cómo expandir el efecto desenmascarizante/desfetichizante al máximo? ¿Cómo conectar el desenmascariento de la ropa nueva del emperador con el carácter ficticio del capital?

Tercero. El aflojamiento otra vez del dinero para permitir políticas antes descalificadas como imposibles. Parece que el dinero pierde toda su fuerza disciplinaria, si los gobiernos son capaces de ir incrementando sus promesas de gasto una y otra vez. ¿Cómo aprovechar esto para cuestionar el dinero mismo como relación social?

Cuarto. La cuestión de la fragilidad de la disciplina social. Mucho depende de cómo vaya desarrollando la situación en las próximas semanas, pero el miedo de los políticos es que llegue un punto de ruptura, que la gente acepte el aislamiento por un tiempo pero después ya no, que prefieran el riesgo de estar contagiada a la perspectiva de morir de hambre.

Tanto para discutir, tanto para pensar, tanto que es impredecible.

ENLACE AL AUDIO COMPLETO DE LA SESIÓN CORONAVIRUS 1 – (2 DE ABRIL 2020)

LECTURAS DE LA SESIÓN

John Plender – The seeds of the next debt crisis – 3 Marzo 2020

David Harvey – Política anticapitalista en tiempos de coronavirus

Raúl Zibechi – El mundo pos pandemia

PREGUNTAS DE LA SESIÓN

1) ¿Por qué dice Plender que “Cuando el coronavirus se haya ido, será cuando el problema sistémico comience [When coronavirus is long gone, that will be when systemic trouble starts].” ¿Cómo entiendes la relación entre la crisis precipitada, el coronavirus y la expansión continua del capital ficticio?

2) ¿Podemos decir que el origen del coronavirus es capitalista?

3) ¿Qué dice Harvey de la política anticapitalista en la situación actual?

4) ¿Cómo entiende Harvey el impacto clasista del virus? ¿Estás de acuerdo, o crees que los pobres son inmunes?

5) ¿Estás de acuerdo con el argumento de Raúl Zibechi?

6) ¿Cuál es la relación entre los sujetos neoliberales de Harvey y la imposición del estado de excepción (o el toque de queda)?

7) ¿Cuál es la relación del coronacrisis y la intervención del Estado para amortiguar sus efectos?

ENCUENTROS PREVIOS:

Desarrollo de la clase 1

Desarrollo de la clase 2

Desarrollo de las clases 3 y 4

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PANDEMIA

­Covid-19: el siglo XXI empieza ahora

Por Jérôme Baschet

Los historiadores suelen afirmar que el siglo XX global comenzó en 1914, con el ciclo de las guerras mundiales. Es probable que mañana se considere que el siglo XXI ha empezado en el 2020, con la entrada en escena del SARS-CoV-2. Si bien lo que viene sigue bastante abierto, el encadenamiento de acontecimientos desatados por la propagación del coronavirus nos ofrece, de un modo acelerado, como una prueba de las catástrofes que no dejarán de intensificarse en un mundo convulsionado, marcado entre otros procesos por un calentamiento climático cuya trayectoria actual apunta hacia un aumento de tres o cuatro grados. Lo que se perfila bajo nuestros ojos es un estrecho entrelazamiento de múltiples factores de crisis que un elemento aleatorio, a la vez imprevisto y ampliamente anunciado, puede activar y desencadenar. El desmoronamiento y la desorganización de lo vivo, el caos climático, la descomposición social acelerada, la pérdida de credibilidad de los gobernantes y los sistemas políticos, la desmesurada expansión del crédito y la fragilidad financiera, la incapacidad de mantener un nivel de crecimiento suficiente (por no mencionar más que esto), son dinámicas que se refuerzan unas a las otras, creando una extrema vulnerabilidad que no sería tal si el sistema-mundo no estuviera en una situación de crisis estructural permanente. De ahora en adelante, toda estabilidad aparente no es más que la máscara de una creciente inestabilidad.

El Covid-19 es “una enfermedad del Antropoceno”, indicó Phillipe Sansonetti, microbiologista y profesor del Colegio de Francia. La actual pandemia es un hecho total, en el cual la realidad biológica del virus es indisociable de las condiciones sociales y sistémicas de su existencia y su difusión. Invocar al Antropoceno – ese período geológico en el cual la especie humana se ha transformado en una fuerza capaz de modificar la biosfera a escala global – conduce, me parece, a tomar en cuenta una temporalidad a triple gatillo: a) los años recientes durante los cuales, bajo la presión de evidencias cada vez más apremiantes, tomamos conciencia de esta nueva época; b) las décadas posteriores a 1945, con el auge del consumismo de masa y la gran aceleración de todos los indicadores de la actividad productiva (y destructiva) de la humanidad; c) el final del siglo XVIII y el inicio del siglo XIX, cuando el ciclo de las energías fósiles y la industrialización hace despegar la curva de las emisiones de gas con efecto invernadero, señalando así el arranque del Antropoceno.

El virus que nos aflige es el enviado de lo vivo, que viene a cobrar la factura de la Tormenta que nosotros mismos provocamos. Antropoceno obliga: la responsabilidad humana está en juego. Pero, ¿responsabilidad de quien exactamente? Las tres temporalidades mencionadas permiten ser más precisos. En el horizonte más inmediato, nuestra atención está acaparada por la asombrosa impreparación de la mayor parte de los países occidentales, y en particular europeos. En el caso de Francia, por ejemplo, provoca indignación y rabia en la población la desaparición de los stocks de máscaras quirurgicales que existían hasta 2009 y la falta de acción para reconstituirlos mientras se aproximaba la epidemia. Tal incapacidad para anticipar es una manifestación de otra enfermedad de nuestro tiempo: el presentismo, para el que nada existe más allá de lo inmediato. La gestión neoliberal del hospital, con sus fríos cálculos de eficiencia y rentabilidad, hizo el resto: falta de recursos, reducción del número de camas, recortes de personal, etc. Hace años que los médicos hospitalarios y las enfermeras, ya desbordados en tiempos normales, van gritando su desesperación, sin haber sido escuchados. Hoy día, el carácter criminal de las políticas llevadas a cabo durante décadas está a la vista de todos. Así lo declaró Phillipe Juvin, jefe del servicio de urgencias del Hospital-Pompidou en París: “unos descuidados e incapaces hicieron que ahora nos encontramos totalmente desnudos frente a la epidemia”. Y si Emmanuel Macrón quiso erigirse en jefe de guerra, no debería olvidar que esta retórica, usada por tantos gobernantes, podría algún día volverse (metafóricamente?) en acusación de alta traición.

Remontarse a la segunda mitad del siglo XX permite identificar las causalidades responsables de la multiplicación de las zoonosis, esas enfermedades provocadas por agentes infecciosos que logran un salto de especie de lo animal hacia lo humano. La expansión de la ganadería y las granjas industriales, con toda su ignominia concentracionaria, tiene deplorables consecuencias sanitarias (como la gripe porcina y la gripe aviaria, por ejemplo). En cuanto a la urbanización desmesurada y la desforestación, reducen los hábitats de los animales salvajes y los empujan a acercarse más a los humanos (esto ha sido causante del Sida y el Ébola, entre otras enfermedades). Es posible que estos dos factores no hayan contribuido a la propagacion del SARS-CoV-2, aunque todavía falta conocer con más precisión la cadena de trasmisión. Pero lo que resulta evidente es que la venta de animales salvajes en el mercado de Wuhan no hubiera tenido tales consecuencias si esta ciudad no se hubiera convertido en una de las capitales mundiales de la industria automovilística. De hecho, la globalización de los flujos económicos es la tercera causalidad a tomar en cuenta, con más razón si consideramos que la insensata expansión del tráfico aéreo ha sido el vector de la fulgurante difusión planetaria del virus.

También es necesario remontar dos siglos atrás, para darle al Antropoceno su verdadero nombre, sugerido por Jason Moore: el Capitaloceno. De hecho, este nuevo periodo geológico no ha sido provocado por la especie humana en general, sino por un sistema histórico específico. Este, el capitalismo, tiene por característica principal que lo esencial de la producción responde, antes que nada, a la exigencia de valorizar el dinero invertido, es decir, el capital. Desde ese momento, y si bien las configuraciones pueden variar bastante, el mundo se organiza en función de las necesidades imperiosas de la economía. De eso, resulta una ruptura civilizacional con toda la experiencia humana anterior: el interés privado y el individualismo competitivo se transforman en valores supremos, mientras que la obsesión de la pura cantidad y la tiranía de la urgencia no pueden más que conducir al vacío adentro del ser humano. De eso resulta, sobre todo, una compulsión productivista mortífera que es el origen mismo de la sobre-explotación de los recursos naturales, de la desorganización acelerada de lo vivo y del caos climático.

Cuando saldremos del confinamiento y de la urgencia sanitaria, nada será como antes – muchos ya lo dijeron. Pero, ¿qué habrá que cambiar? ¿Se limitará el examen de conciencia a una temporalidad de corta vista, como es de temerse, o tomará en cuenta el ciclo completo del Capitaloceno? Ya entramos de lleno en el siglo XXI, es decir, el momento histórico en que la humanidad y el planeta se encuentran frente a la factura del Capitaloceno. La verdadera guerra a jugarse no tiene al coronavirus como enemigo, tal como lo pretenden los gobernantes de tantos países, sino que consistirá en el enfrentamiento de dos opciones opuestas: por un lado, la continuación del fanatismo de la mercancía y el productivismo compulsivo que no pueden más que llevar a la profundización de la devastación en curso; por el otro, la invención, que ya anda a tientas en miles de lugares, de nuevas maneras de existir que tratan de romper con el imperativo categórico de la economía para privilegiar una vida buena para todas y todos. Elijiendo la alegre intensidad de lo cualitativo en contra de las falsas promesas de una imposible ilimitación, optan por al cuidado de los lugares habitados y las interacciones del mundo vivo, la construcción de lo común, la ayuda mutua y la solidaridad, así como la capacidad colectiva de auto-organización y de auto-gobierno.

El virus vino a jalar el freno de emergencia y a parar el tren enloquecido de una civilización corriendo hacia la destrucción masiva de la vida. ¿Dejaremos que vuelva a arrancar? Eso sería la garantía de más cataclismos al lado de los cuales lo que estamos viviendo actualmente parecerá, a posteriori, un acontecimiento de moderada amplitud.

París, 31 de marzo de 2020

Traducido para Comunizar por Maita Yulita

Imagen: Intervención sobre la obra «Nighthawks«, de Edward Hooper (1942)